Concentrado todo el mundo como estaba en la llegada de la ex señora de Banderas a Viena se les ha pasado por alto el invitado especial que traerá el canciller Kurz.
8 de Febrero.- En este mundo en el que los teléfonos son cada vez más listos, es normal que uno se haga autorretratos. Bien para conservarlos, como recuerdo de algún momento Nescafé o bien para compartirlo „en redes sociales“. Naturalmente, una de las cosas que más hace el ciudadano moderno es hacerse fotos con el churri o la churri. Cosa que cae por su peso. Como lo de fumar después del acto ya no se estila, algo habrá que hacer para poner „el broche de oro“ a la faena.
Pasa, claro, que lo fotografiado queda y si uno, un poner, ha estado enredado en una de esas batallas que el poeta decía que se libran en campos de pluma, y lo ha hecho con alguien cuya identidad no debería trascender, los autorretratos se vuelven bombas incendiarias. Y las carga el diablo, ya se sabe.
Que se lo digan si no al entrenador de un equipo paraguayo de fútbol, el cual tenía a bien discutir muy privadamente las tácticas de juego de pelota con uno de sus pupilos al que, por cierto, también le complacía jugar a bomberitos con la manguera de su representante. Entrenador y jugador se hicieron una foto, trascendió el castísimo selfi (¿Quizá fue venganza del bombero despechado?) se formó la tangana correspondiente y, de resultas de la conmoción en el fútbol paraguayo, en Madrid hay un jugador (no demos nombres) que a partir de ahora tiene algo menos de qué preocuparse. Por aquello de que los paraguayos han hecho por él lo de derribar el tabú que decía que la homosexualidad y el balompédico deporte eran como el agua y el aceite.
Aunque quizá, quién sabe, el selfi era en realidad un gesto en plan Keit Güinslet y Leonardo „Delcarpio“ en la película aquella del barco que se hundía.
Uno se imagina al entrenador (que no es ningún Apolo, por cierto, otro torpedo -sessuarl- a la línea de flotación de los tópicos) y al joven y atlético mancebo. No tras haber dado rienda suelta a la pasión sino, por ejemplo, después de haber prestado atención a algún material reivindicativo. Un poner: el dúo que Raphael y David Bislbal hicieron hace tiempo de Escándalo, canción con cuya letra podían identificarse por edad, por pasión, por tantas cosas. Veánlos mis lectores:
Dice el entrenador:
-Nos vemos por las esquinas, evitando el que dirán.
Y responde el mancebo:
-Este río desbordado, no se puede controlar. Si lo nuestro es un pecado, no dejaré de pecar.
Y de ahí, a la decisión de mandar a tomar por saco la reputación, la liga y la copa, no hay cien pasos.
Algo así, salvando las distancias, puede haberle pasado al joven canciller de Esta Pequeña República.
No. No se asusten mis lectores. El señor canciller no ha aprovechado el Opernball, que en estos momentos, mientras esto se escribe, se celebra vistiendo sus mejores galas, ni para depilarse las cejas (Dios lo evite) ni mucho menos para salir del armario. Pero quizá, a juzgar por quién le acompaña en estos momentos, quizá el segundo hombre más poderoso de Austria haya dado un paso hacia el siglo XXI, también en plan derribar muros, abriendo puertas y cerrando heridas, que cantaba Gloria Estefan.
Como saben mis lectores, hoy se celebra el conocidísimo Baile de la Ópera (en estos momentos, las bellas solistas y los bellos solistas del ballet de la Ópera danzan al ritmo de un dulcísimo vals de Strauss).
Desde hace dias es la comidilla quién va con quién (ya saben mis lectores que la ex señora de banderas está esta noche en el venerable coliseo de la Ringstrasse acompañando a Lugner) y no deja de llamar la atención a quién ha invitado el canciller que le acompañe en su palco.
Como saben mis lectores, el canciller, cuando aún no lo era, votó en contra de la propuesta de ley que hubiera consagrado el matrimonio igualitario en Austria. Tuvo que ser el alto Tribunal austriaco el que le puso un final feliz a esta historia -ya veremos cómo acaba- de manera que los homosexuales y las lesbianas austriacos dejen de ser, en algún momento no muy lejano, tratados por el Estado como ciudadanos de segunda.
Pues bien: como si quisiera dar a entender que dicho voto fue más para contentar a los que hoy son sus compañeros de Gobierno, los del partido derécher y al residuo de carcundia que aún duerme en las filas del Partido Popular, pero que él, el canciller, es un hombre del siglo XXI, esta noche Sebastian Kurz compartirá champán y caviar con el premier irlandés Voradkar el cual vendrá, como es normal, acompañado de su pareja. Y la peculiaridad es que la pareja del irlandés es un señor. Un caballero con todo el frac que se llama Matthew Barrat.
Voradkar, por cierto, tiene algunas lecciones que darle al canciller austriaco. En Irlanda, que pasaba por ser el más católico de Europa tras el Vaticano, se votó hace unos años la instauración del matrimonio igualitario. El referendum obtuvo un resultado tan inespeado como histórico. Un sesenta y dos por ciento de los irlandeses se declaró a favor de declarar iguales en deberes y derechos a los que lo son delante del fisco.
Voradkar, en cualquier caso, fuera de que comparte el cuarto de baño con otro señor, tiene bastante más en común con Kurz de lo que pudiera pensarse, ya que ambos se declaran „liberales“ (qué palabra más bonita y qué manoseada está). Así pues, no parece que vayan a hablar demasiado de por qué en Irlanda sí y por qué en Austria, hasta que no se demuestre lo contrario, sigue el tema en 1952. Aunque quién sabe, quizá con el champán y los valses, terminen haciéndose un selfi. Cosas más raras se han visto.
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