Vidas útiles

En los años treinta del siglo pasado, nadie discutía que las « vidas útiles » debían ser preservadas. Hoy, la idea vuelve con fuerza. Desgraciadamente.

26 de Julio.- Hace unos meses leí en un libro una frase que me dejó muy pensativo. Decía el autor que, normalmente, se tiende a pensar en la ceguera como un destino mucho más trágico que la sordera cuando quizá sea al revés.

Las personas ciegas tienen, en muchos sentidos, muchas menos dificultades que las personas sordas porque, por ejemplo en la infancia, los ciegos se benefician de ese ruido de fondo que son las conversaciones de los adultos, y aprenden, como los niños que ven, muchas cosas sin darse cuenta.

Los sordos, en cambio, aunque aprendan el lenguaje de signos desde muy temprana edad, se ven limitados por la falta de acceso a ese plancton informativo en el que todos nadamos desde la infancia sin darnos cuenta.

Me puse a pensar que los emigrantes somos también un poco así, y que nuestra condición nos obliga a tener todo el día la antena puesta, para suplir un poco la falta de información que los aborígenes tienen desde críos.

Fue así como llegué el otro día a una conversación interesante. Iba yo en el metro, intentando leer. A mi lado, dos aborígenes de una cierta edad charlaban a propósito de un tercer aborígen que no estaba presente, anciano. Este anciano por lo visto era un quebradero de cabeza para uno de los dos aborígenes porque, a pesar de ser muy mayor, no dejaba de hacer cosas, como conducir, que entrañaban un peligro, para él y para los otros. Y aquí viene el punto. Despues de explicarle todo esto, a la altura de la estación de Stephansplatz, el aborigen quemado le dijo al otro aborigen :

Ya sabes, es la educación nazi. Todas las vidas deben ser útiles y todo el mundo debe de tener una razón para vivir.

La vinculación del adjetivo „útil“ a la vida humana no deja de resultar alarmante en cualquier contexto y, sin embargo, flota en nuestra cultura, aunque disfrazada de formas algo más amables que en los treinta del siglo pasado.

Es curioso como lo «útil », lo « productivo », como idea prestigiosa son paralelos al prestigio de la idea del « hombre fuerte », hasta el punto de que son dos conceptos que forman parte de un mismo sistema ideológico.

Tomemos por ejemplo el debate sobre los refugiados, de los migrantes, en general, del que más abajo pondremos un ejemplo tan reciente como escalofriante.

El de la inmigración es quizá el tema más empapado de este poso ideológio, porque permite a los Gobiernos -en este caso al austriaco- tomar medidas sumamente radicales sin que tengan prácticamente impacto sobre la masa de sus votantes, porque los afectados no tienen derecho a voto y, por lo tanto, al castigo.

Desde que llegó al poder y aún antes, para conseguir ese poder, el gobierno actual de Austria no ha cesado de mandar mensajes que demonizan al emigrante, al extranjero en general, poniéndolo como ejemplo de « parásito » de la sociedad.

El emigrante, el refugiado, el extranjero, sea cual sea su procedencia, y desde esta mentalidad, no es un ciudadano completo, es esa persona que se beneficia de los recursos públicos sin dar nada a cambio. En una palabra : que roba la riqueza colectiva acumulada por los que sí son « productivos ».

De hecho, cada vez más, el extranjero, aunque como pasa con los ciudadanos comunitarios tenga un estatus homologado legalmente al austriaco de nación, está abocado a ganarse el derecho a una ciudadanía completa, o sea, a poder utilizar sin barreras los servicios del Estado, porque aunque haya vivido muchos años en Austria es foráneo y, sobre él recae siempre la sospecha.

Es más : en casos extremos, la propaganda gubernamental justifica tales o cuales medidas caracterizando al migrante como un « parásito » del cuerpo social.

Al objeto de poder ser asistido o ayudado por el Estado, se le exige que sea « productivo », que sea « útil » antes de poder tener acceso a ayudas que los aborígenes tienen sin tener que pasar por ese filtro, porque a los aborígenes se les supone la « utilidad » y la « productividad » y por lo tanto, una razón de peso para ser mantenidos con vida por el Estado, en tanto que para el migrante (para usted que me lee, como para mí) ese merecimiento siempre es dudoso.

Se han acuñado incluso términos absolutamente perversos como el de « turismo social » y las personas que le escriben los discursos al canciller Kurz no cesan de hacerle repetir el mantra de que « los migrantes no tienen derecho a elegir el mejor sistema social disponible ».

Aunque no solo los migrantes están en el punto de mira. También están, por ejemplo, los desempleados o aquellas personas que tienen más dificultades para conseguir un trabajo. En este caso, la sospecha del parasitismo es, si cabe, más evidente.

El Gobierno austriaco tiene preparada una reforma de la prestación por desempleo que, si tomamos como referencia otras ya emprendidas, privilegiará, aún dentro de los recortes previstos (el parado es “obra muerta” en el sistema, y no contribuye) al ciudadano austriaco en detrimento del ciudadano extranjero -comunitarios incluidos-; los otros (nosotros: usted, yo) probablemente pasemos a ser personas “que no tengan derecho (o tengan un acceso casi imposible o mucho más complicado) al mejor sistema social disponible”.

La vieja idea de “las vidas productivas” o mejor, el castigo por no ser productivo, se transparenta en unas declaraciones que la Ministra de lo Social (FPÖ) hizo el otro día en una entrevista en la que defendía como hecho natural el recorte de las prestaciones sociales mínimas a los extranjeros en privilegio de los austriacos, hasta el punto de que dos personas en la misma situación, una extranjera y una austriaca, cobrarán en el futuro cantidades que se diferenciarán en 300 Euros -700 aproximadamente el nacional, 400 el no nacido en Austria-. Es más, aseguró que con 150 euros al mes (dando por sentado que el alquiler se daba) en Austria se podía vivir perfectamente. Solo doy un ejemplo: la tarjeta mensual de los transportes públicos de Viena vale 57 Euros.


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