Un hombre austriaco

10 cosas de los austriacos para llevar con paciencia

Un hombre austriacoLes queremos, vivimos juntos y revueltos, pero esto no quita que, en un momento dado, haya cosas de ellos que haya que llevar con paciencia.

Yo siempre digo que a las personas no se las quiere por sus virtudes sino que se las quiere a pesar de sus defectos. Cualquier amor maduro se sostiene sobre ellos. Naturalmente, los defectos de las personas a las que queremos nos producen frustración, pero nos sobreponemos a ella porque nos alegramos de poder seguir disfrutando de sus virtudes. Por eso, hoy vamos a hacer un repaso de esas cosas de los austriacos que los extranjeros tenemos que llevar con un poquito de paciencia.

1.-Empezamos por una que suele afectarnos cuando ya llevamos algún tiempo aquí. Ese momento, por el que todos hemos pasado en el que tú te acercas a un aborígen y le hablas en alemán, el aborigen (o la aborígena) te contesta en inglés, tú vuelves a hablar en alemán (porque te apetece demostrar que has aprobado el C1 y que a ti no se te resisten las declinaciones, y el aborígen (o la aborígena) terne que terne, que te sigue hablando en inglés. Ellos no entienden que haciendo eso te hacen sentir como si te faltara un hervor o, peor, como si tu alemán no fuera tan bueno como todo el mundo te dice que es. Pero bueno, a pesar de eso, tú sigues en inglés. Y con una sonrisa. Que no se diga.

2.- Los austriacos, en todas las situaciones de la vida en als que hay un procedimiento (ver punto cuatro) se sienten vigilados. Una de las razones por las que es tan fácil vivir aquí sin saber el idioma demasiado bien es que la austriaca es una sociedad sumamente predecible. Un comportamiento para cada caso y cada caso con su comportamiento. Ocurre, sin embargo, que el temor a no estar comportándose como exige la etiqueta hace que, en determinadas situaciones, los austriacos se aturuyen. La prototípica, es es ese momento en que tú estás invitado junto con tu parejo o pareja, a cenar a una casa. Y llevas en la mano un pequeño obsequio. Generalmente, frente a la puerta de los anfitriones, el aborigen sufre un ataque de pánico y de pronto no sabe qué hacer con las manos ni con lo que lleva en ellas (las flores, el vino, el ornitorrinco…) y !Zasca! Te los pasa a ti, que tienes todavía tienes menos idea de la etiqueta correcta (pero que como eres del sur, estás acostumbrado a improvisar y a quitarle importancia a estas cosas). La cosa está en soltar el tema lo más rápido posible y no enredase con los apretones de manos, los besos y demás. Una heroicidad. Lo sé, pero se consigue. Con paciencia.

3.- Otra cosa que hay que llevar con paciencia es la manía de algunos austriacos de saber más que tú de tu propio país, particularmente si esa sabiduría se refiere a la independencia de Cataluña o del País Vasco. La de filípicas que hemos tenido que llevarnos de hispanistas improvisados. Paciencia.

4.- Ver punto dos: la rocambolesca noción de que para hacer cada cosa hay solo una manera buena (y que esa es la manera es la austriaca, por supuesto). Da igual que tú te rompas la cabeza explicando que, utilizando otros caminos, se llega al mismo resultado. No way. El austriaco, si le sacas de su caminito, se pone nervioso y, si fuerzas la situación, igual también puede terminar echando pestes de la improvisación española. Hay que entender que a los aborígenes les gustan las rutinas, y que se ponen muy de los nervios en las situaciones inseguras. Paciencia con ellos. Mucha respiración abdominal, mucho „sí, cariño“ (esto es clave) y luego, ya se sabe, a hacer las cosas bien. O sea, a la española (o latina).

5.- Otro momento casi tan coñazo como lo del idioma. Di que has quedado con una aborígen o un aborígen y vas, te pones, y se te ocurre no solo llegar a tu hora, sino antes que el aborígen o la aborígena. Y es entonces cuando ellos se ponen condescendiences y te dicen que „joé, me has sorprendido, yo pensaba que los españoles siempre llegábais tarde“. Y tú, respiración abdominal.

6.- Todo aborígen de este lado de los Alpes es un dietista en potencia y, por lo tanto, ellos deciden lo que es bueno y no engorda. En el capítulo de las cosas light, están, por ejemplo, las salchichas rellenas de queso. Tú puedes comerte una con un cuarto kilo de torreznos, que eso dará igual, pero ay de ti si se te ocurre pasar, en cualquier plato, de la cucharada de aceite de oliva. No se te ocurrirá comerte toda esa grasaza. Y tú, respiración, mucha respiración. Por supuesto, no hablemos de la carnaza, ni de las locuras vegetarianas en todas sus variantes (yo conocí a un tipo que, de puro veganismo, tenía las plantas de los pies amarillo fosforito, y no es coña). En cuanto a mitos alimentarios, son inasequibles a la razón.

7.- La política, esa fuente de gozo. Di que tú estás en una reunión y que ellos empiezan a rajar por su boca todo lo posible de los extranjeros (si hay algún lector del Kronen Zeitung estará imbuido, además, de una paranoia difícil de entender por una persona normal. Cuando ven que te quedas callado, ellos dicen que tú no te tienes que dar por aludido, que tú eres un extranjero „de los buenos“. Ays. Paciencia.

8.- Y hablando de paciencia. La falta de ella cuando algo no va como ellos quieren. Ese momento de I want it all and I want it now. Ese momento en que, a poco que tengan que esperar un poco en el supermercado, gritan lo de „Que abran otra caja!“ y tú te sientes un monje tibetano.

9.- La insuficiencia congénita que tienen para captar la ironía, esa forma de burla suave que es, para los españoles, un poco como esos mordisquillos cariñosos que me da mi gato Stanislaus en los nudillos para demostrarme que me quiere. O sea, que fastidian un poquito, pero que uno sabe que son de fogueo. Los austriacos no lo pillan. Son raros los especímenes dotados de ese don. Qué vamos a hacer. Paciencia.

10.- Dejamos para el final una que solo nos afecta en verano (pero que con el cambio climático puede ampliar su radio de acción) se trata de la incomprensión, por parte de grandes capas de la población aborígen, de la incompatibilidad existente entre el sudor rancio y el desodorante. O sea, que por mucho que te eches Axe, si no te has lavado antes, da lo mismo (o incluso es peor). En los transportes públicos puede llegar al extremo de la guerra biológica. Pero señora, ya digo, paciencia.


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