!Achtung! Cuidado con el hispanista austriaco

No paseran
Pintada realizada por un “hispanista” austriaco en un banco de la Mariahilferstrasse de Viena (Archivo del autor)

Todos los españoles que vivimos aquí (más los que tenemos dos dedos de frente) hemos tenido que sufrir una especie de austriaco muy coñazo: el hispanista.

10 de Enero.- Al leer en la prensa los últimos acontecimientos a propósito de la formación del gobierno de la comunidad autónoma española de Cataluña no he tenido más remedio que acordarme de una conversación que tuve ayer con un amigo que solo lleva unos meses aquí.

Me contaba mi amigo su descubrimiento (no muy agradable) de un especimen más típico de lo deseable dentro de la fauna austriaca.

Un especimen que todos los españoles con dos dedos de frente hemos tenido que sufrir más tarde o más temprano durante nuestra estancia aquí.

Fue así: resulta que mi amigo salió de marcha antes de ayer por la noche -estudia, y se puede permitir la existencia de los „juernes“-; todo estaba saliendo a pedir de boca. Sus amigos austriacos le enseñaban cosas en alemán (y él, como es listo, las aprendía), las chicas de la esquina (del bar en donde estaban) le miraban con picardía, él sabía lo que querían y estaba dispuesto a dárselo.

En estas estaba, cuando llegó la malvada bruja del oeste, en forma de estudiante de sociología. Mi amigo, hombre afable, abierto, risueño de ordinario, sospechó un poco cuando el resto de la concurrencia aprovechó para pretextar súbitas visitas a la barra (lo mismo hubieran podido pretextar visitas al podólogo para quitarse un ojo de pollo) e, incauto, preso de sus ganas de ser amable, empezó a intentar departir con el estudiante de sociología el cual, circunspecto, lo primero que hizo fue preguntarle que de dónde era. Mi amigo cometió el error que contestarle que era español. El otro le pidió que concretara más, mi amigo nombró una ciudad del centro de la península (que no es Madrid, por cierto) y el aspirante a sociólogo, en su mal inglés, empezó a darle la chapa a propósito de la supuesta opresión en la que vive el pueblo catalán, y los agravios que, desde que el mundo es mundo, viene infligiéndole el resto de la población española.

Se da la circunstancia de que mi amigo ha vivido (y trabajado) bastantes años en Cataluña, con lo cual, al cabo de un rato de chapa en inglés macarrónico, se atrevió a pedirle un time out a su interlocutor para decirle al futuro sociólogo, lo más diplomáticamente que supo, que el panorama que describía no se ajustaba en lo más mínimo a la realidad.

El austriaco se quedó ojiplático y, como suele suceder en estos casos (parte del coñazo que dan estas personas es que son inasequibles a la lógica y no dejan nunca que la realidad les estropee las ideas que tienen en la cabeza) le dijo a mi amigo que lo que a él le sucedía era que él había comprado toda la propaganda del nacionalismo español y que veía la realidad con una grave distorsión.

Mi amigo empezó a mirar a su alrededor pidiendo socorro a los amigos que le habían dejado en manos de aquel pelmazo, pero esos amigos le hicieron el ignorito porque, claramente, habian tenido que sufrir anteriormente las chapas del futuro sociólogo y estaban contentos de, por una noche por lo menos, no tener que soportarle.

Mi amigo, persona educadísima, afable, culta hasta decir basta (si es que de la cultura se puede decir basta alguna vez) y, como persona culta, nada sospechosa de ser nacionalista (porque para ser nacionalista o fanático de cualquier cosa hay que tener un déficit grave de lecturas y del saludable efecto que estas producen en la inteligencia) vio su salvación en el servicio de caballeros y, cuando el aspirante a sociólogo le dejó meter baza, le dijo algo así como:

-Mira, es que me estoy meando ¿Te importa que vaya al servicio?

A lo que el austriaco, orgulloso y conmiserado por la debilidad de la vejiga castellana la cual, por lo visto, no entiende de momentos históricos, le dijo:

-Muy bien, ve. Así nos damos un descanso -literal.

Mi amigo salió corriendo y, mirando las junturas de los azulejos que había sobre el urinario en donde estaba aliviándose, decidió que no había hecho nada para merecer aquel castigo y, con las mismas, decidió hacerse un favor y poner pies en polvorosa. Pasó por la barra, en donde intercabió número de teléfono con una chica que le había estado lanzando miradas prometedoras y, sin despedirse del pelmazo, emprendió el camino de su casa.

Según un estudio improvisado de campo que llevo haciendo en la última década, de cada diez austriacos de izquierdas (o que dicen serlo) por lo menos uno pertenece a la especie que le amargó la noche a mi amigo. Son inasequibles a la lógica, inmunes a la fuerza de los hechos y lo que es peor, coñazos inmisericordes y, lo mismo que hay gilipollas españoles que ven en cada austriaco de más de sesenta años un nazi en potencia o en acto, ellos ven en cada español que no cuadre con sus ideas un franquista y en España, un país romántico que espera su redención y librarse de las cadenas de una dictadura que pasó a mejor vida hace ya cuatro décadas.

La pasión de estos muermos es adoctrinar a propósito de unos fenómenos que, por supuesto, solo conocen de oídas (perdón, de leídas, porque suelen ser tontos de la peor especie, de los que se creen ilustrados) lo que pasa es que, lo mismo que Hitler decía hacer, no leen sino para confirmar ideas que ya tenían previamente.

Como todos los fanáticos, esperan encontrarse enfrente o bien un fanatismo que sea el mismo que ellos ejercen o bien otro contrario y, cuando no lo encuentran, simplemente se lo inventan. Es la misma gilipuertez de:

-Oiga, es que yo no soy nacionalista.

-!Vaya trola! A ti lo que te pasa es que eres un nacionalista español pero tú no te das cuenta.

Inútil argumentar. O sea que

!Vaya meses nos esperan!


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