Y es que la cultura española aprece en Austria donde menos te lo esperas.
24 de Noviembre.- Hoy en día, el dibujante español Ibáñez es un ancianito un poco estrafalario. Un hombre que no aparenta para nada ser el héroe que fue. Durante muchos años, más de los que la decencia hubiera podido aconsejar, Ibáñez fue un esclavo a sueldo de la entonces todopoderosa editorial Bruguera. No fue el único, naturalmente. Purita Campos, creadora de los comics de Esther lo fue también, así como un sinnúmero de novelistas de literatura popular que trabajaban para esa empresa.
Tras una dura batalla legal que coincidió con el declive de la fuerza de aquella casa editorial, Ibáñez, como otros, consiguieron librarse del yugo que les había mantenido como auténticos forzados de los tebeos.
Todos los que hemos sido niños en España nos hemos reido con las criaturas que salieron de la tinta china de Ibáñez, el cual fue capaz de un hercúleo esfuerzo creativo. Mis preferidos siempre fueron (y son) Mortadelo y Filemón.
Mi anécdota favorita de Ibáñez, a propósito de Mortadelo y Filemón, la contó el propio Ibáñez hace muchísimos años, en un programa de televisión (hace tantos años que entonces solo había una tele). Bruguera, dispuesta a exprimir hasta el máximo a los personajes más famosos de Ibáñez, apañó unas películas basadas en los tebeos. Ibáñez cobró poco del asunto (era tan desgraciado como sus personajes de la rúe del Percebe) pero sí que fue al cine a ver el estreno de aquellas películas en las que Brugera, seguramente, se gastaba lo que ha costado una décima parte del papel higiénico que ha usado el director durante todo el rodaje de Frozen. En fin, termina la proyección y sale Ibáñez al vestíbulo del cine. Se acerca a un niño y le pregunta:
-Bonito ¿Te ha gustado la película?
-No, es una porquería.
Ibáñez, muy preocupado:
-¿Y eso?
-Porque Mortadelo y Filemón no hablan como en los tebeos.
Los españoles no fuimos los únicos en disfrutar de los superagentes de la Tía.
También en Centroeuropa los niños se rieron lo suyo con sus aventuras, hasta el punto de que Mortadelo y Filemón, bautizados aquí como Clever y Smart (supongo que por influencia de Maxwell Smart, el Superagente 86) se convirtieron en una referencia de la cultura popular.
Hasta qué punto lo demuestra que, el jueves pasado, el ex ministro del interior Herbert Kickl acudió al programa de entrevistas que en la televisión OE24 tiene el periodista (ejem) Fellner.
Desde que, por solicitud de Sebastian Kurz (entonces canciller) y mandato del Bundespresi, Sr. VdB, Herbert Kickl sentó precendente en la historia moderna austriaca al ser el primer ministro destituido de su cargo, nadie, salvo quizá Fellner, quiere tocar a Kickl ni con un palo.
De hecho, Kickl se ha convertido en algo así como en un ente político tóxico asimilable a cualquier malvado de los dibujos animados (siempre buscando venganza por la humillación política sufrida y siempre masticando el rencor). Una mezcla entre el cardenal Richelieu de Dartacán y los tres mosqueperros y el collote que siempre intentaba hacerle la pascua al correcaminos.
No ayuda nada que se haya sabido que, durante su afortunadamente breve mandato, el FPÖ empezara presuntamente a implementar una estructura paralela de espionaje a personalidades de la vida pública austriaca. De momento, hay dos casos confirmados: el de una periodista de Die Presse y el de una diputada de los Neos.
Precisamente con respecto a su relación (muy tormentosa) con los servicios secretos que estuvieron bajo su mando, acudió Kickl al plató (ejem) de Fellner, al objeto de justificarse (o así) y en el curso de la justificación dijo que, según él creía, los servicios secretos austriacos eran como Mortadelo y Filemón.
O sea, un poco como decía Chaplin en El Gran Dictador, que mientras fue ministro del Interior había estado rodeado de „inútiles y estériles secretarias“.
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