Cuando sabes que has escrito algo que mola, te lo dice el instinto.
Pero ¿Qué invento es este ?
Para saberlo, puedes pinchar en el prólogo, capítulo 1, capítulo 2, capítulo 3 y ponerte al día.
3 de Julio.- Por alguna razón misteriosa, a la altura de los sesenta del siglo pasado debió de ponerse de moda el nombre de Maria José. Mis dos primeras maestras se llamaban así. A la primera (ver capítulo 2) todo el mundo la llamaba Josefina. A la segunda, la llamaban Maria José.
Entre una señorita Maria José y otra cambié de colegio (contaré cómo más adelante).
Del parvulario « nacional » Reyes Católicos pasé al Colegio –entonces privado, luego concertado- Castilla. Un lugar que tendría mucha influenca, como es lógico, en mi vida posterior. En este colegio trabajaba la señorita Maria José.
De esta segunda señorita Maria José tengo un recuerdo entrañable, porque creo que es la persona más bondadosa que yo he conocido en mi vida. De hecho, todos los niños, en mi colegio, queríamos que nos tocara con la señorita Maria José. O con la señorita Bene (Benedicta, la bien dicha). La señorita Loli era la tercera en el orden de preferencia de los críos más pequeños.
Hace años, por cierto, aprovechando que tengo una memoria extraordinaria para todas las cosas inútiles (la cual abarca los nombres y apellidos de personas con las que hace cuarenta años que no tengo contacto) encontré a un caballero en Facebook que tenía los mismos apellidos de la señorita Maria José. Le escribí, preguntándole si era un familiar suyo y él me contestó que era hermano de mi maestra. Le pedí a aquel hombre que le transmitiese a mi maestra mis deseos de escribirle, aunque solo fuera para agradecerle el recuerdo dulce y amable que tengo de ella. Añadí que vivo en Viena (porque parece que vivir en Austria te hace ser menos sospechoso de ser un psicópata obsesionado con sus maestras de EGB) pero no sirvió de nada. La señorita Maria José, a través de su hermano, me notificó que no quería tener contacto conmigo (ni, supongo, con nadie de su pasado). Yo lo entendí. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos y a lo mejor Maria José sentía algún temor de estropear ese recuerdo mío. Quién sabe lo que la vida habrá hecho con esa muchacha que, en aquellos momentos, debía de tener veintitantos años y hoy debe de estar jubilada.
Si se tuviera que escribir con todos los pirados a los que les ha enseñado la regla de tres, vaya castigo de jubilación.
En fin.
A la señorita Maria José tengo que agradecerle otra cosa además. La revelación de que la literatura puede proporcionar una atención muy agradable.
Fue así : supongo que en cumplimiento de su deber y de las ordenanzas del Ministerio de Educación, la señorita Maria José nos mandó una redacción sobre la primavera (marzo del curso 1981-1982). El caso es que yo me puse a escribir y en un momento, llevado por la inspiración, puse lo siguiente :
« !Volad, golondrinas ! Dejad que la primavera estalle en vuestros cuerpos ».
Como sabía que la frase era buena (un poco como el papel lleno de churretones del capítulo anterior) tras esperar ansioso a que llegase el momento, me ofrecí voluntario para leer mi redacción.
Fue un éxito. Sobre todo de crítica. De público, algo menos (y no tenía que ver que la frase fuese un poco como de Antonio Gala)
En aquel momento se confirmó también mi capacidad de captar a lectores tan inteligentes como usted, porque mientras mi profesora lo flipaba (a ver, Francisco, repítelo otra vez) mis compañeros, como es lógico, estaban en la inopia. No lo pillaban, claro. Pobres.
Volví a leer la redacción y la señorita Maria José me sacó del aula (aquel aula tan triste pintada de gris y blanco) y llamó a sus compañeras, la señorita Bene (la bien dicha) y la señorita Loli. Sin dar aún demasiado crédito, les enseñó lo que había escrito. Ellas me preguntaron si se me había ocurrido a mí solo (era cursi, pero obviamente meritorio y querían disipar la sospecha de plagio) y yo dije que naturalmente (no añadí que por quién me tomaban, pero casi).
-¿Qué quieres ser de mayor ? –me preguntaron.
-Escritor –dije yo sin pensarlo dos veces, y espero que mis lectores me entiendan, aunque nunca hasta entonces había pensado seriamente en la cuestión.
-Y cuando escribas tu primer libro, nos lo vas a dedicar ? – !Ay, la simpre conflictiva relación entre un artista y su público !
-A mis señoritas del Colegio Castilla –dije, cosa que las halagó mucho. Naturalmente, cuando publiqué mi primer libro, no se lo dediqué a ellas, las pobres. Y me pesa.
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