Aventuras de un (casi) calvo en tiempos de CoVid

Ayer se vendió una columna del New York Times por 474000 dólares. Quién sabe si este post, que es un documento histórico, no correrá algún día el mismo destino.

26 de Marzo.- La gente piensa que los caballeros que nos vamos quedando calvos lo tenemos más fácil. Cree quien no ha pasado por la situación que nos ahorramos un dineral en peines y en „champuses“, pero la verdad es que quedarse calvo es un rollo por muchas cosas, entre ellas porque te tienes que cortar el pelo con más frecuencia. Para no entrar en detalles, diré que ya tenía yo el pelo largo y que, como a partir del día 1 van a cerrar las peluquerías pues hoy he decidido pasar por el barbero porque el mañana es incierto y quién sabe cuánto tiempo vamos a estar de confinamiento (ver post de ayer).

Total, que lo primero ha sido encontrar un lugar en donde hacerme un test gratis. Nada más fácil.

Cerca de mi trabajo hay un contenedor que ofrece test de CoVid gratuitos. El procedimiento es sencillísimo. Uno entra en la página web de la entidad que administra dicho contenedor, introduce sus datos personales (incluido el número de teléfono y el número de la seguridad social). Al rato, uno recibe un correo electrónico con un código QR y listo.

El contenedor está situado en un patio, en el mismo lugar en donde, en tiempos más alegres, había un carromato de esos que hacen hamburguesas o fideos chinos para administrativos que se han olvidado el táper en casa.

Como era viernes por la tarde, no había nadie y el contenedor, en aquel patio rectangular dibujado por cuatro rascacielos, parecía una obra de arte de Banksi (si es que Banksi se dedicara a la escultura hiperrealista).

Con algo de aprensión, he rodeado el contenedor hasta encontrar la puerta. Al principio, he pensado que estaba vacío, pero dentro había, poco menos que agazapado, un hombre (por los ojos, que eran la única parte de su anatomía a la vista, me he dado cuenta de que tenía ascendencia oriental como los relojes Casio).

El tipo estaba pegado a la pared más lejana a mi posición. Me ha señalado un lector para el código QR.

-Ponga a leer el código.

Lo he hecho y él me ha saludado.

-Buenas tardes, señor Bernal.

-Hola qué tal.

-¿Alguna preferencia por un agujero de la nariz determinado?

-No, el que le dé usted más rabia -no sabía yo que se lo iba a tomar literal.

El circunspecto oriental ha sacado el consabido hisopo de una bolsa estéril y se ha acercado a mí. Al momento, me he dado cuenta de que mi fosa nasal derecha había sido el blanco de sus preferencias. Me ha metido el hisopo (de los güevos) hasta el píloro. Ha sido muy molesto. Llevo ya varios tests hechos y esta ha sido la primera vez en que de verdad ha sido desagradable. Tanto, que le he cogido la mano al circunspecto oriental.

-A ver, a ver, pegue la espalda a la pared.

Y yo, tratando de ponerle buen humor a la cosa lo he hecho.

Esta vez, el circunspecto ha ido a por mi fosa nasal izquierda. También en esta oportunidad me he acordado de la profesión de sus padres (a mí, no me gusta acordarme de personas inocentes, pero la verdad es que incluso he creido percibir un cierto placer sádico en el contrario, y eso fastidia).

Finalmente, tras unos instantes eternos ha sacado el hisopo de la nariz y yo, por una reacción fisiológica normal en estos casos, me he echado a llorar.

-¿Todo bien?

No me he podido contener:

Estoy llorando de alegría -si hubiéramos estado en algún castizo barrio de Madrid, hubiera añadido algo como „¿No te jiba?“ pero como no sé decirlo en alemán, pues me he limitado a hacer el chiste.

El circunspecto oriental no se ha reido (hombre, yo entiendo que su trabajo debe ser solo un paso más excitante que hacer colonoscopias y un punto menos excitante que esa gente que se dedica a arañarte los brazos con un plumín cuando vas a hacerte pruebas de la alergia).

Quince minutos más tarde, sin embargo, ha empezado lo difícil. Tras tener el resultado (negativo, claro) en mi móvil, he ido a buscar una peluquería.

Mi primera elección ha sido una muy pintona que siempre he querido probar. Los dos peluqueros, con pinta de acabar de salir de un establecimiento surfero en Baja California (las peluquerías moelnas son así en estos tiempos) estaban lo que se llama rascándose el escroto. No había clientes a la vista y la peluquería estaba vacía.

Esta es la mía, he pensado yo.

Total, que he entrado:

-Que Guten Tag.

Y el peluquero (ondulada barba de Hipster hasta medio esternón).

Sorry, do you speak english? Máin yerman ist nijt gutt.

Y yo que miro alrededor y le digo (en inglés) que si me puede cortar el pelo ya que está rascándose el escroto en compañía de su compañero (no se lo he dicho así, claro, he sido mucho más fino).

Y él, también en inglés, que no, que a pesar de las apariencias, él no se está rascando dicha parte de su anatomía, sino que tiene todas las citas cubiertas y que hasta el lunes (por lo menos) no puede hacerme un hueco.

Por suerte, he visto los precios expuestos en un panel (40 Euros por pelarte) y entonces me he dado cuenta de por qué no había yo probado antes aquella peluquería.

Dos paradas de metro más adelante he encontrado un establecimiento más de mi agrado. Sobre todo, presupuestariamente hablando. Una barbería con apariencias de turca pero yo creo que debía de ser más balcánica. Dos peluqueros (con mascarilla) un tipo en chándal con la mascarilla mal puesta (y mira que es difícil ponerse mal una mascarilla FFP2) y trap balcánico a todo trapo.

Me ha tocado pronto. Me he quitado la mascarilla y ya tenía el móvil preparado para enseñar disciplinadamente el resultado negativo de mi test pero nada, ni me han preguntado. Una de tres, o se fiaban de mi honradez  o bien se fían por defecto de la honradez de todo el mundo (una actitud, si bien se mira poco prudente) o bien pasan de la honradez y juegan a la ruleta rusa con el virus.

Yo creo que era lo último, si no no hubiéramos tenido hoy casi cuatromil infectados.

Y mientras tanto, del trap balcánico hemos pasado al trap alemán (que no se sabe qué es peor).

El tipo no debía de tener mucha experiencia cortándole el pelo a (casi) calvos como yo, porque me ha preguntado que para qué lado me hago la raya. Y yo:

-Señor, dame paciencia.

Pero le he dicho como al chino circunspecto con los agujeros de la nariz:

-Para donde a usted le parezca bien.

Cuando ha terminado de cortarme el pelo (poco tiempo después) el tipo me ha preguntado:

-¿Y con la barba, qué hacemos?

Y yo me he liado la manta a la cabeza. Venga, lujo.

-Aféiteme.

-¿Con Gilette?

Y yo, muy decidido:

-Con Gilette.

Al final han sido dos. Porque lo que no sabía el hombre es que pelo tengo poco pero con la barba puedo lijar tablones (la tengo muy vigorosa).


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