La gran Bertha (von Suttner): la madre del pacifismo

En días como hoy, la figura de Bertha von Suttner, primera mujer en recibir el premio Nóbel de la Paz, austriaca, está más de actualidad que nunca

4 de Marzo.- Con motivo de la invasión rusa de la república de Ucrania, recuperamos la figura de una austriaca ilustre, de la cual el putín de Putin debería aprender un poquito. Se trata de Bertha von Suttner, la primera nóbel de la paz.

Von Suttner tuvo una vida de esas apasionantes, llena de circunstancias curiosas, que empezaron antes de su nacimiento.

Y es que el padre de Bertha von Suttner no tenía nada que envidiarle al doctor Iglesias Puga, alias Papuchi, padre de Julio Iglesias, el cual, en lo que para muchos significa el ocaso de su vida, empalmó (ejem) una gran faena y fue padre de dos gemelos. Así, el padre de Bertha von Suttner, un general bragado y meano del ejército de la doble monarquía austro-húngara, concibió a la que sería la primera premio nóbel de la paz nada menos que a los setenta y cuatro. Hecho lo cual, la historia no especifica por qué, el buen hombre, que aparte era conde (de Wchinitzy y Tettau) y se llamaba Francisco José Kinsky, tuvo a bien morirse. O sea, que Bertha Von Suttner (en aquel momento Kinsky, como Nastasja) fue hija póstuma, y se unió a ese club al que también perteneció, por ejemplo, el rey Don Alfonso XIII.

En fin : el caso es que al principio todo pintaba fenomenal para la chiquilla. Oyes, nacer en Praga,en un hogar de la nobleza, no le pasa a todo el mundo. En su infancia, Bertha von Suttner, que debía de ser una cría inteligente y tal y cual, aprendió idiomas y leyó, y se hizo con una cultura (cosa que no era tan usual en las mujeres de su época) pero claro, la inconsolable condesa viuda de Kinsky tenía el mismo problema que muchas folklóricas españolas : o sea, que le iba el juego más que a un tonto un lápiz. Y entre bacarrás y ruletas se pulió la fortuna del difunto esposo, dejando a la familia (su hija incluida) a two candles.

Esto no amilanó a la joven Bertha Kinsky.

Como debía de ser un pimpollo, y además hablaba idiomas y sabía usar la paleta de pescado, se colocó (laboralmente, como es natural) como Institutriz en casa del Barón von Suttner, un industrial que estaba forradérrimo (el título de Barón, ni entonces ni ahora, no te lo dan por la patilla, claro).

El barón tenía cuatro chiquillas pero también un joven hijo, que se llamaba Arthur Gundaccar von Suttner (yo, cuando sea mayor, quiero escribir una serie para Jason Momoa y ponerle a su personaje de hombre !Gundaccaaarrrrrr !). En fin : pasó lo que tenía que pasar. Ella era mona, culta, entradita en carnes como en aquella época se estilaba, con mucha personalidad y él era también culto (quizá no tan guapete, pero tenía un pase) y seis años más joven que ella ; total, que el joven hijo del barón se enamoró de la joven institutriz de arrolladora personalidad, que es una trama tan tradicional como la del torero que se enamora de la tonadillera.

Como solía suceder en aquellos momentos, el barón y la baronesa von Suttner, padres del encoñ…Digoooo, padres de nuestro Romeo, se opusieron rotundamente a que su hijo se casara con una mujer que sí, que era hija de una condesa, pero que no tenía donde caerse muerta. Después de montar el correspondiente poyo, los barones despidieron a la que ellos pensaban que era una pelandrusca y nosotros sabemos que era chica con mucho potencial.

Guerra

Bertha von Suttner se marchó a París y durante dos semanas fue la secretara personal de Alfred Nobel (otro chico con potencial). También fue una pionera en esto de la precariedad laboral, la pobre. Sin embargo, la pobre muchacha se quedó en el paro otra vez, porque a Alfred Nobel lo llamó el rey de Suecia de vuelta a la patria. Vaya por Dios.

Bertha volvió a Viena desde París en el verano de 1876 y su churri le estaba esperando. Se casaron el 12 de Junio contra el deseo expreso de los padres de él, que le desheredaron.

Esta eventualidad no desanimó a los recién casados, los cuales, dispuestos a defender su amor con la misma vehemencia que otros lo atacaban, decidieron buscarse la vida. Como primera medida se mudaron a Georgia, en el Cáucaso, a casa de la princesa Jekatarina Dadiani de Mingrelia (Mingrelia es una región de Georgia en donde, como cae por su peso, se habla megreliano además de abjaso). Allí, el matrimonio von Suttner vivió con mucha estrechez y, a falta de Telepizza o Deliveroo, Bertha y su santo hicieron lo que fueron pudiendo a salto de mata. La señora Von Suttner se dedicó a enseñar idiomas (de los que sabía unos cuantos), escribió novelillas y tradujo lo que pudo y le dejaron. Incluyendo, por cierto, la epopeya nacional de Georgia, que se titula El Caballero de la Piel de Tigre poema, según parece, que fue escrito más o menos al mismo tiempo que el Cantar de Mío Cid. Esta traducción, por cierto, la dejó sin terminar (la primera traducción al castellano data de 1964, cuando Berta von Suttner llevaba la pobre muerta muchos años).

¿Y qué hacía el santo esposo mientras tanto? Pues dibujar planos y, atención, diseños para alfombras.

En 1877, empezó la guerra Ruso-Turca entre la Rusia zarista (entonces aún no había otra) y el Imperio Otomano. Aunque pueda parecer una paradoja, esta guerra alivió un poco la negra miseria del matrimonio von Suttner, porque Gundaccar aprovechando la coyuntura empezó a enviar crónicas a los periódicos europeos. Visto el éxito de las crónicas de Von Suttner a propósito de las quisicosas de aquella carnicería y a propósito de las exóticas tradiciones georgianas (entre col y col, lechuga, como suele pasar) su mujer también empezó a escribir. Sin embargo, como no estaba bien visto que las mujeres escribieran, lo hizo bajo seudónimo (B. Oulot).

En 1885, el matrimonio von Suttner, ya con un capitalito y una reputación entre los medios literarios, decidieron volver a Viena (quizá también les animaba la sana intención de darle en los morros él a sus padres y ella a sus suegros, o quizá es que echaban de menos los Schnitzels, quién sabe).

El caso es que la vuelta del hijo pródigo supuso la identificación de los von Suttner con la familia (forradérrima, no lo olvidemos) del marido. Por cierto,con la madre de Von Suttner, la condesa ludópata, no se sabe qué pasó.

A pesar de las estrecheces, Bertha Von Suttner recordó siempre su etapa en Georgia como un tiempo muy feliz.

En fin: cuando volvió a Viena, Bertha von Suttner se metió de lleno con el tema del pacifismo y escribió un libro, llamado High Life, sobre el respeto que debemos a nuestros semejantes. Después, se metió en conversaciones con el filósofo francés Renan y por él supo de la existencia de la International Arbitration and Peace Asociation, que se había fundado en Inglaterra.

(Se abre paréntesis, este Renan sería muy pacifista, pero también era un famoso antisemita; entre otras lindezas, comparando el sánscrito con la escritura hebrea llegó a la conclusión de que „el judaísmo hace que el cerebro humano se encoja“ (!!!). Renan, como han podido ver mis lectores, hubiera podido ser perfectamente presidente de la Comunidad de Madrid).

imágenes de guerra

En el otoño de 1889, cuando tenía 46 años, Bertha von Suttner publicó su obra Magna: Die Waffen Nieder (o sea, abajo las armas). Es una novela en la que se muestra la visión de la guerra desde el punto de vista de la esposa de un soldado. Hay que tener en cuenta que en aquella época la sociedad era mucho más militarista que ahora, así que Bertha von Suttner fue muy valiente y se convirtió en la cara más prominente del movimiento pacifista.

Lo que después se llamó la Belle Epoque fue una época fascinante, que tiene mucho que ver con la nuestra. Para lo bueno y para lo malo. Un mundo, el que había salido del Congreso de Viena, que fue una cosa así como el Festival de Eurovisión de todo lo carca y lo reaccionario, se resquebrajaba sujeto a unas tensiones enormes. Como sucede en nuestro tiempo, la irrupción de unos cambios irrefrenables en la tecnología y en la economía eran la raíz del pánico de las clases hasta entonces privilegiadas; al mismo tiempo, todos los inventos que entonces se consideraban (y lo eran) milagrosos, hacían viable, quizá por primera vez en la historia de la humanidad, la creencia en un progreso más o menos indefinido e independiente de cualquier supuesta voluntad divina.

En el plazo de pocos años, la idea de Dios como regulador del mundo, perdió importancia en unas sociedades que se hacían cada vez más laicas y, al mismo tiempo, ferozmente nacionalistas. O, mejor dicho, en las que poco a poco, la ciencia ocupaba el lugar de Yahvé. La intelectualidad europea empezó entonces un proceso de demolición (a veces demasiado alegre) de los dogmas establecidos y, en una efervescencia que sufrió un parón con la primera guerra mundial y que luego se ralentizaría mucho en el periodo de entreguerras y durante el nazismo, todo fue cuestionado. Cualquiera que examine aquella época con un poco de distancia (época de la que nosotros somos hijos) verá también con asombro que, en muchos casos, la creatividad con la que los intelectuales europeos propusieron nuevas soluciones a los viejos problemas, lindó a veces con la locura en todas sus manifestaciones. Desde las perversas teorías raciales (disfrazando de ciencia lo que eran en realidad las fantasías de cuatro pirados) a un idealismo cuya candidez quizá hubiera merecido mejor causa.

Fue el caso, probablemente, de Bertha von Suttner.

La habíamos dejado con su libro „Abajo las armas!“ recién publicado.

Como hubiera dicho Jesulín de Ubrique, en dos palabras, el libro fue un bom-bazo. Se publicaron treinta y siete ediciones y se tradujo a doce idiomas. Las críticas fueron ditirámbicas. Una de ellas decía, por ejemplo, que la publicación del libro de Bertha von Suttner, independientemente de su calidad literaria, abría nada más y nada menos que un nuevo capítulo en la Historia de la Humanidad. Desgraciadamente, no fue ni mucho menos para tanto.

Von Suttner se posicionaba con su libro en lo que entonces era el discurso pacifista dominante. O sea, el que consideraba la paz no ya como un estado ideal, sino como un derecho fundamental, un derecho natural, en contraste con la guerra, que se debía al error humano y que, por lo mismo, merecía ser desterrada. Naturalmente, los „derechos naturales“ podían y debían ser reclamados por la gente, de manera que existía, según Von Suttner y los que pensaban como ella, „un derecho a la paz“.

Naturalmente, las teorías darwinistas estaban también a la orden del día y por supuesto, los pacifistas las utilizaban también para defender la validez de sus dogmas. Los malos, los menos aptos de Darwin, eran los bobos que se dedicaban a la guerra, en tanto que los indivíduos más potables de la especie humana eran los que estaban más al corriente de que la guerra era una manifestación de la estupidez del hombre, un desperdicio de recursos y una fuente inacabable de dolor (así es de verdad). De manera que eran estos últimos los que merecían que les dieran el mango de la sartén, al objeto de que gobernasen el mundo y lo dejaran hecho un jardín de concordia y amabilidad en el que los conflictos se resolvieran sin disparar un solo tiro.

(Ya lo sé, querido lector: la teoría, aunque tenía cierto tufillo de moralina, era genial, pero la práctica la verdad…Bueno, la práctica ha sido y es otro cantar).

El 3 de septiembre de 1891, casi exactamente veinticinco años antes del principio de esa carnicería que, por comodidad, llamamos primera guerra mundial, Bertha von Sutter anunció en un artículo en la prensa la fundación de la „Sociedad Austriaca de Amigos de la Paz“. Escuchémosla a ella misma:

-…Darum ist es notwendig, daß überall dort, wo Friedensanhänger existieren, dieselben auch öffentlich als solche sich bekennen und nach Maßstab ihrer Kräfte an dem Werke mitwirken.

(O sea: es necesario que, en todas partes donde existan partidarios de la paz, ellos mismos se definan públicamente como tales y en la medida de sus posibilidades trabajen en esa obra).

En plata: pacifistas de todos los países, salid del armario, joé, y poneros a la tarea, que se nos acaba el tiempo.

El éxito de este llamamiento de Von Suttner fue extraordinario. Bertha von Suttner fue nombrada presidenta de la Sociedad Austriaca de Amigos de la Paz (lo fue hasta su muerte, en 1914) y después vicepresidenta del movimiento mundial por la paz.

En 1897 incluso le envió al Emperador Paco Pepe un escrito en el que pedía la creación de un tribunal de arbitraje internacional que moderase los conflictos entre países para que las (putas) guerras terminasen de una (puñetera) vez.

Von Suttner comparaba a los cazadores y a los soldados con los investigadores que utilizaban animales, y decía que, en ellos, la costumbre de la violencia estaba tan arraigada que embotaba todos los demás sentidos.

En 1898, Bertha von Suttner demostró ser una mujer muy avanzada para su época.

En este año publicó una obra en la que se manifestaba públicamente en contra de la experimentación con animales (en aquella época se llamaba vivisección). Su argumentación en contra se basaba en la compasión, de nuevo atribuyendo la compasión, la empatía, el odio por el sufrimiento de otros seres vivos, a lo mejor de la Humanidad (otra vez, implícito, el darwinismo) de manera que, según ella, quien olvidaba la compasión y, por lo mismo, endurecía su corazón, „le hacía más daño a la posteridad que el que no conseguía un determinado resultado científico“.

Von Suttner comparaba a los cazadores y a los soldados con los investigadores que utilizaban animales, y decía que, en ellos, la costumbre de la violencia estaba tan arraigada que embotaba todos los demás sentidos.

En 1899, Bertha von Suttner participó en la primera conferencia de paz de La Haya, en la que se trataron, con presencia de representantes de los Gobiernos del mundo (los cuales, seguramente, estuvieron todo el rato riéndose a carcajadas) temas de desarme, de seguridad nacional y, por supuesto, la creación de un tribunal internacional de casación para intentar que los conflictos entre naciones se resolvieran con el diálogo y no hubiera tantas guerras.

Como luego se demostró, ni Bertha von Suttner ni los pacifistas tuvieron ningún éxito. Y, sin embargo, sus palabras siguen siendo tan modernas hoy como hace más de un siglo. Escuchémosla decir verdades como puños:

Die Religion rechtfertigt nicht den Scheiterhaufen, der Vaterlandsbegriff rechtfertigt nicht den Massenmord, und die Wissenschaft entsündigt nicht die Tierfolter.

O sea:

-La religión no justifica los campos de ruinas, la Patria no justifica el asesinato en masa y la ciencia no hace menos cruel la tortura de los animales.

En 1902, Gundaccar von Suttner, el marido de nuestra heroina, enfermó gravemente y su mujer tuvo que ir sola a la segunda conferencia de paz, que en esta oportunidad tuvo lugar en Mónaco. Poco tiempo más tarde, el pobre Gundaccar pasó a mejor vida y dejaron de preocuparle los problemas de la paz, como es comprensible. A la tragedia de perder a su marido, se unieron los problemas económicos.

La granja en donde vivía Bertha von Suttner tuvo que ser subastada para pagar las deudas y la escritora se vio obligada a volver a Viena. Siguió publicando libros.

En 1903 viajó de nuevo a Mónaco, para asistir a la inauguración del Instituto Internacional de la Paz, que había fundado el príncipe Alberto I de Mónaco (quizá porque, al ser Mónaco un país tan birria, no podía pensar ni en emprender guerras ni en que nadie las emprendiera contra él).

En estos años, Bertha von Suttner viajó y dio conferencias no solo en Europa, sino también en América. Su reputación la precedía, de manera que fue incluso recibida por el presidente Roosevelt en la Casa Blanca.

Bertha von Suttner volvió entusiasmada de los Estados Unidos en donde, a su juicio, el pacifismo estaba mucho más avanzado que en Europa.

Naturalmente, su lucha incansable por el fin de las guerras le había granjeado ya por aquella época la antipatía de la ultraderecha, en cuyos círculos se la llamaba despectivamente „Friedens Bertha“ (algo así como Bertha la Pacífica) .

Von Suttner pedía “una Unión de Estados por la Paz, de manera que cualquier ataque violento de un estado contra otro pudiera ser rechazado con las fuerzas de todos los demás

El 10 de Diciembre de 1905 Bertha von Suttner recibió el premio Nóbel. La ceremonia de entrega tuvo lugar en Cristianía en Abril de 1906.

En su discurso, Bertha von Suttner nombró las medidas que, a su juicio, hubieran hecho falta para terminar de una vez por todas con las guerras. Eran tres:

-La primera una serie de tratados internacionales con vistas a consagrar un tribunal de casación internacional (lo mencionábamos más arriba)

-Una Unión de los Estados por la Paz, de manera que cualquier ataque violento de un Estado contra otro pudiera ser rechazada con las fuerzas de todos los demás (uno poco como los cascos azules actualmente).

-Un Tribunal Internacional que administrase justicia en nombre de los pueblos.

Aunque imperfectamente, estas Instituciones existen en la actualidad.

Bertha von Suttner vió claro lo que muchos de sus contemporáneos se negaron a ver.

Bertha von Suttner murió en 1914, en el verano en el que estalló la primera guerra mundial.


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