Las sanciones tienen a la economía rusa contra las cuerdas, pero hoy ha llegado la contraofensiva rusa ¿Qué consecuencias tendría para Austria que Rusia dejara de suministrar gas?
24 de Marzo.- Hace exactamente un mes empezó la guerra en Ucrania. Una campaña militar que, prevista por el invasor para ser una guerra relámpago, se encuentra en estos momentos empantanada en una guerra de desgaste que promete ir a durar mucho tiempo y que tiene al mundo patas arriba.
Económicamente, la Federación Rusa no juega en la primera división (el llamado G-7, formado por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Canadá y Japón), aunque sí que está en el G-20, surgido a raíz de la crisis del 2008.
Antes de la guerra, la Federación Rusa tenía un producto interior bruto parecido al de España.
La invasión y la guerra subsiguiente provocaron una reacción de condena internacional prácticamente unánime (de hecho, el único aliado de importancia que Vladímir Putin tiene es otro régimen autoritario, China) y una ola de sanciones sin precedentes. Con ellas, y con la ayuda económica y en especie al Gobierno de Kiev, las potencias occidentales buscaban ayudar a los invadidos sin entrar directamente en la guerra como parte beligerante.
Un mes después de que se disparase el primer tiro en Ucrania, las sanciones económicas tienen a la economía rusa contra las cuerdas. A pesar de la propaganda, la Federación Rusa se encuentra ante un abismo económico que va a provocar, en el mejor de los casos, un reajuste brutal. Por ejemplo: el propio banco central de la Federación Rusa alerta de que, a medio plazo, la falta de materias primas puede provocar un cuello de botella en la producción industrial que lleve a una inflación que puede duplicar el precio de muchos productos. Una inflación que ya está presente y que ha hecho la vida de los rusos más difícil con el paso de los últimos treinta días.
Un indicio del „éxito“ de estas sanciones en la tarea de acorralar a la Federación Rusa, ha sido la orden de Vladímir Putin de que se adopten las medidas necesarias para que el gas y el petróleo rusos solo puedan pagarse en rublos por los países no amistosos.
En principio la noticia es preocupante pero tiene bastantes posibilidades de terminar siendo una bravata más que, en la práctica, solo sirva como brindis al sol.
¿Por qué? Como cualquier estudiante de primero de carrera sabe, un contrato es un acuerdo entre dos partes para suministrar bienes o servicios.
Los contratos entre las empresas energéticas de Europa occidental y las empresas rusas son, por lo general, a largo plazo (el de la ÖMV termina, por ejemplo, en 2040). En todos los contratos se especifica la divisa en la que se va a recibir la contraprestación económica por la mercancía.
No es una condición que una de las partes pueda variar unilateralmente. Sería tan absurdo como si cualquiera de nosotros pidiera una hipoteca en el banco y un mes la pagara en euros y otra en dólares y al mes siguiente en yuanes.
Si la Federación Rusa insistiera, de todas maneras, hacerlo equivaldría a la ruptura de los contratos entre las dos empresas y, como mínimo, a un largo proceso legal. La ruptura de los contratos conllevaría la interrupción del suministro, que es algo que no le interesa a ninguna de las partes.
A Rusia porque la guerra en la que se ha metido es muy cara y necesita imperiosamente el dinero, especialmente las divisas, que le proporciona el gas; a los países del occidente europeo porque su producción industrial es muy dependiente del gas ruso.
Ahora bien, suponiendo que Rusia pudiera cambiar unilateralmente los contratos (lo cual, hoy por hoy, es mucho suponer) los países occidentales se verían obligados a comprar rublos. Este aumento de demanda apuntalaría la divisa rusa (ahora mismo por los suelos) y obligaría a las economías occidentales a tener que puentear las sanciones a los bancos rusos (que es a los únicos a los que se puede comprar rublos).
¿Qué consecuencias tendría en Austria la interrupción del suministro del gas ruso?
En principio, pocas para los hogares. Por lo menos en principio. La temporada fría ha terminado y el gas para calefacciones es cada vez menos necesario. Las industrias las sufriría principalmente la producción industrial que se vería obligada, más tarde o más temprano, a parar la producción.
Hoy por ejemplo, la industria papelera austriaca ha alertado de que la subida de los precios del gas podría suponer la parada de la producción de las fábricas austriacas. Mejor o peor podríamos pasar sin folios pero la industria papelera produce, por ejemplo, la pasta de papel necesaria para fabricar artículos como compresas o pañales o el papel higiénico.
Para determinados procesos (el secado) el gas es imprescindible en un gran número de fábricas.
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