Trenes y dinero

Austria se ha enfrentado a una situación infrecuente: una huelga. La de los trabajadores del ferrocarril.

28 de Noviembre.- Hoy Austria se ha enfrentado a una situación infrecuente: una huelga. La de los trabajadores del sector del ferrocarril (unas sesenta empresas).

No se ha movido un tren en todo el país pero lo cierto es que, como la protesta se venía anunciando desde hace días, salvo el tostón de buscar otros medios de transporte, tampoco el caos ha hecho acto de presencia.

Esa es la buena noticia.

La mala es que puede que esta protesta puede no ser la última. Ni en el ferrocarril ni en otros sectores.

Ciñéndonos a esta protesta, tras el fracaso de la quinta ronda de negociaciones, que ha sido el que ha desencadenado la huelga, las posiciones de la patronal y de los trabajadores, representados por el sindicato VIDA, siguen bastante separadas.

La patronal ofrece un ocho y pico por ciento de incremento salarial y un pago único compensatorio de la inflación.

Los trabajadores ponen el grito en el himmel y dicen que ni hablar del peluquín. Piden un pago único mucho más alto y un incremento salarial de más del doce por ciento.

Y, sin embargo, se puede decir que poco pasa para lo que podía pasar.

POR QUÉ ESTA HUELGA, Y POR QUÉ LAS QUE VENDRÁN

Desde el 24 de febrero pasado, la economía austriaca ha estado sometida, igual que la europea, a una tensión creciente.

La gota que ha colmado el vaso ha sido la guerra de Ucrania, con su correspondiente crisis energética provocada por la estrategia de Putin. Sin embargo, la cosa venía de antes, de la crisis de la CoVid.

La huelga de los obreros del ferrocarril se ha cocinado en China, por ejemplo. En los puertos de la fábrica del mundo se amontonan los productos manufacturados, porque debido a la política de CoVid cero de Pekín, no hay manera de que nadie los cargue o los descargue.

El transporte mundial que, de facto, es un oligopolio de unas cuantas empresas, tampoco termina de recuperarse de los efectos de la pandemia. El incremento de los costes de las empresas ha sido, en los últimos dos años, brutal.

También escasean algunos productos, como el papel y el cartón con el que se hacen los embalajes. Y lo que escasea, ya se sabe, es más caro.

Por un lado, las empresas no pueden trasladar los costes totalmente a los consumidores y sus beneficios bajan. Por otro, nosotros, los trabajadores, notamos dolorosamente que el dinero cunde cada vez menos y, naturalmente, no nos lo tomamos bien.

Así pues, la guerra, la ruptura de la cadena de suministros, y el recorte de los beneficios de (algunas) empresas, tienen la culpa de esta situación.

Hasta el momento, los Gobiernos (el austriaco también) han comprado la paz social endeudándose y subvencionando, de distintas maneras, a los consumidores, al objeto de que, en algún momento, la situación mejore.

No va a ser fácil y todavía durante un par de años tendremos que seguir conviviendo con el Estado de cosas actual.

COSAS QUE NO HAY QUE HACER CONTRA LA INFLACIÓN (Y SUBIR LOS SUELDOS ES UNA)

Por otra parte, y aunque parezca contradictorio, la teoría económica nos enseña que uno uno de los peores remedios para la inflación, si no el peor, es caer en la tentación de subir los salarios o imprimir muchos billetes para poder pagarlos.

En realidad, es echar gasolina al fuego.

Con los salarios pasa como con los bolsos de las señoras. Hay una proporción directa entre el  tamaño de los bolsos y la cantidad de cosas que una mujer lleva dentro de ellos. Cuanto más grande es el bolso, más cachivaches. Si una mujer tiene espacio de bolso que llenar, lo llenará, aunque luego se queje de lo que le pesa el bolso.

Con la inflación pasa igual, si se suben los salarios y hay más dinero en circulación, los precios absorberán esa cantidad de dinero circulante extra siempre en forma de encarecimento.

Hay ejemplos en la historia: por ejemplo, el aumento brutal que supuso para Europa el descubrimiento de las minas de plata de Potosí. Cuanto más plata llegaba, más monedas se acuñaban y más subían los precios, con la contumacia del hambre de azúcar que pasa un diabético.

Por cierto, para este y otros temas de política monetaria recomiendo El Dinero, de Sir Kenneth Galbraith, uno de los libros de economía más regocijantememente amenos que yo haya leído nunca.

Esta primavera pasada presenté en el Instituto Cervantes de Viena, mi libro Entre Virtudes y Ánimas. Esta es la grabación de aquella conversación con el escritor Justo Zamarro.


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