Wien Staatsoper

Los ahorros de Cenicienta

Wien Staatsoper

¿Cuánto tendría que trabajar una persona media, usted y yo, para poder comprarse un palco de lujo en la ópera? Si se lo vendieran, claro.

15 de Febrero.- En estos momentos, cientos de personas trabajan para que mañana el baile de la Ópera, uno de los puntos álgidos de la temporada social europea, alcance su máximo esplendor.

El baile exige una organización de precisión militar y, como suele suceder con muchas cosas en Austria, la capa de merengue que lo recubre, la frivolidad, no es más que la máscara de una dureza casi darwinista.

El Opernball es un mundo sumamente estratificado. Los cincomil asistentes se divierten en el mismo lugar físico -el famoso edificio de Van der Null y Sicard von Sicardsburg- pero estan rigurosamente separados en niveles. De una forma implacable y, en muchas ocasiones, cruel.

Hoy, la Arbeiterkammer ha publicado cuánto tiene que trabajar un austriaco medio, usted, yo, para poder pagarse uno de los palcos de lujo de la zona de privilegio, o sea, la que permite ver y ser visto.

Este año, uno de esos palcos cuesta 23.600 Euros. El ingreso medio diario en Austria es de 96,6 Euros diarios.

Esto significa -cifras cantan- que un trabajador medio (usted, yo) tendría que trabajar durante 244 días (y no comer, por supuesto) para poder pagarse el uso y disfrute, durante unas cuantas horas, de esos palcos que se asignan a personas procedentes de un medio muy determinado. Y esa asignación es lo que no se puede comprar.

La prueba es que una de las personas más ricas de Austria, Richard Lugner, lleva décadas intentando que le asignen uno de esos palcos de privilegio y, sucesivamente, las diferentes organizadoras del Opernball le han puesto en otros lugares, por considerarle demasiado ordinario, estridente o vulgar, para codearse con esas personas tan ricas que ni siquiera salen en los medios.

Y esto que digo no es ningún secreto. Ayer, en los documentales con los que la ORF “calentaba” el evento, las respetables señoras que han organizado el baile, diosas “ex machina” de ese gigantesco guiñol, arrugaban la nariz al escuchar el nombre de Lugner y sus famosas “invitadas”.

La de este año, como ya conté el otro día, es la actriz Jane Fonda.

No es ningún secreto que Lugner “alquila” a las celebridades a las que trae y, como sucede en cualquier contrato, a cambio de una contraprestación económica, las invitadas tienen obligaciones.

Una de ellas es la habitual rueda de prensa, en la que Lugner exhibe su “adquisición”.

En la de hoy, Jane Fonda ha explicado con una llaneza típicamente norteamericana que, si ha accedido, a sus ochenta y cinco años, a darse el palizón de volar hasta Viena, ha sido pura y simplemente porque “necesita el dinero”.

También ha explicado que no está demasiado al corriente de quién es Lugner (solo sabe de él que, como su padre, Henry Fonda, ha estado casado varias veces) y ha admitido sin ningún problema que tampoco sabía demasiado bien a lo que venía, que ella pensaba que la habían invitado a una representación teatral.

(Claro que sí, guapi).

Tanta ingenuidad, por cierto, es difícil de creer en una persona tan culta como Jane Fonda (y, con cierto barniz de “europeidad”, ya que estuvo casada con el director francés Roger Vadim).

Lo de bailar, eso sí, ha dicho que no lo va a hacer (no debe de ponerlo en el contrato).

Muy campechanamente, a preguntas de los periodistas, ha explicado que tiene un hombro de chapa, dos caderas de titanio y dos rótulas que, como a Lola Flores, “su trabajito le han costao”.

Por cierto, volviendo a lo de más arriba. En esto del baile de la ópera también se nota la brecha salarial. Un hombre, en Austria, gana como media unos 110 Euros. Para codearse con los ricos tendrá que trabajar 213 días. Una mujer gana, como media, 78,53 euros diarios. O sea que Cenicienta tendrá que trabajar, en este caso, 300 días. Casi tres meses más.

En la injusticia y en la desigualdad también hay grados.

 


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