¿Prestaciones sociales solo tras cinco años en Austria?

 

El canciller Nehammer ha recuperado la idea de que haga falta vivir en Austria 5 años para recibir prestaciones sociales.

13 de Marzo.- Hoy, para empezar, le voy a pedir que haga un ejercicio: imagine usted, querida lectora, que es una persona que vive en un país como, por ejemplo, Turquía, asolado por la crisis económica. O como Afganistán o Siria. Sitios de esos que parecen gafados por un destino negro.

Imagínese que usted mira a su alrededor, ve los muros de la patria suya, y decide que quiere darle una vida mejor a sus hijos o a sí misma. Hecho lo cual, se pone usted a ahorrar (tacita a tacita, como dijo aquella) para obtener la fortuna que cuesta pagar a uno de esos que se dedican a traficar con personas. Cuando ya ha reunido los cuartos, le queda lo más importante. O sea, el destino. El mundo es grande, pero hay que elegir con cuidado. De manera que se va a usted a internet, se mete en la página de diferentes Gobiernos europeos y empieza a buscar con la I de Inmigrante y la S de Subsidios y la A de ayudas. Va descartando países hasta que llega a Austria y se encuentra con que es un país sumamente generoso con los extranjeros. Ole con ole y olá, se dice usted. Y así, desde su aldea afgana o desde su pueblo de Turquía o desde las ruinas sirias en donde usted tiene preparado su humilde sombrajo (eso sí, un sombrajo con internet, para poder realizar las gestiones anteriores) decide que Austria es el país, que Austria es el lugar, que es a Austria a donde llegará usted con la maleta cargada de sueños. Unos sueños que se cifran, por supuestísimo, en no dar un palo al agua y vivir principescamente de las opíparas ayudas del Estado. Hay muchas personas, por lo visto, que piensan que esto es exactamente lo que hacemos todos los extranjeros nada más pisamos Schwechat.

A cualquier persona con sentido común todo el párrafo anterior probablemente le parezca un absurdo integral pero, según cabe inferir, no se lo parece ni al canciller de Esta Pequeña República, ni a su Ministra de Integración (¡De integración!) ni a un nutrido grupo de votantes de extrema derecha a los que se pretende atraer.

En su frenética carrera por atraerse al electorado más salvaje (y con menos luces), el canciller Nehammer y su Ministra de Integración han rescatado una vieja idea de Sebastian Kurz (si es que Sebastian Kurz tuvo alguna vez ideas propias). O sea, que los extranjeros no perciban ayudas estatales hasta que hayan alcanzado un lustro de residencia legal en el país. Hasta entonces sólo tendrían(mos) derecho a “la mitad” de las ayudas sociales.

Pretenden el canciller y la ministra (de integración) terminar así con un presunto “efecto llamada” que se supone que ejerce el Estado social austriaco.

UN REMEDIO PEOR QUE LA ENFERMEDAD

Todo lo anterior es el producto de un estereotipo que la extrema derecha austriaca lleva décadas -tantas como las que hace que yo vivo aquí o más- inoculando pacientemente en el imaginario colectivo: o sea, el del extranjero bestial y haragán que es como el gato de Schrödinger porque, por un lado no quiere trabajar y no cesa de dejar embarazada a su mujer para tener hijos y cobrar subsidios (ver capítulo “gran reemplazo”) y por otro, al mismo tiempo, viene a Austria a quitarle el trabajo a los austriacos.

Dicho esto, veamos: en Austria, según fuente de Statistik Austria, vivimos algo menos de 1,1 millones de extranjeros (no cuentan en esta cifra los que nacieron aquí pero no tienen nacionalidad austriaca).

De ese millón, algo más de la mitad somos ciudadanos de la Unión Europea. El Estado austriaco está atado por tanto por tratados internacionales y no nos podría recortar las ayudas sociales.

Para el resto: reducir las prestaciones sociales “solo a los extranjeros” resulta jurídicamente bastante peliagudo y tendría, por otra parte, probablemente unas consecuencias que empeorarían sensiblemente la situación actual.

Pero hay otra consideración que podría hacer que una medida parecida fuera todavía más idiota si cabe y es que Austria necesita extranjeros para mantener su nivel de bienestar. Los necesita ahora, atención, pero los va a necesitar todavía más en el futuro. Austria no solo va a necesitar médicos o científicos o ingenieros, sino que también va a necesitar a gente que trabaje en las fábricas (no todo lo van a hacer los robots) o que cuide a sus viejos o que repare sus tejados o que vigile la seguridad de sus calles. Y esos van a ser, más que probablemente, los hijos de esos ucranianos que se van a quedar aquí cuando la guerra se termine (porque algunos se quedarán) o los refugiados sirios que llevan ya casi diez años aquí y que, en una generación serán “austro-sirios” o los hijos de mis lectores latinoamericanos. O ellos mismos. Y esa gente van a necesitar que el Estado austriaco les cuide y les ofrezca una red de seguridad. O sea, esas prestaciones sociales que los cenutrios quieren reducir.

Los votantes de la extrema derecha (y algunos de la derecha tradicional) no están entre los más inteligentes de cada casa (dicho con suavidad) y probablemente terminarán aprendiendo dolorosamente que Austria sin nosotros, sin los extranjeros, no es nada.

 


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