Locuras de verano

Con el buen tiempo, la actualidad austriaca ha ido tomando el tono de un mundial de “fúrgol”.

29 de Mayo.- El verano no da la felicidad, es cierto, pero no veas lo que ayuda. De todas maneras, el verano tiene también sus peligros. Si no, que se lo digan a los franceses. El 14 de julio fue la toma de la pastilla. Digooo, de la Bastilla. Todavía no es verano, es cierto, pero las temperaturas permiten ir en gayumbos “volandeiros” por la casa (o en bolas) y quizá sea por esto que, poco a poco, la actualidad ha tomado un tono rugiente, como de mundial de “fúrgol”.

Por ejemplo: Erdogan ha vuelto a ganar las elecciones. Pensar mal es de muy mala educación, claro. Pero teniendo en cuenta que el partido de Erdogan lleva veinte años en el poder, que en ese país no se hace ningún cambio sin que lo sepa el mandamás y que todos los nombramientos son “digitales” (o sea, por el fantástico método del Frigodedo) es más que probable que la victoria de Erdogan haya tenido un componente sospechoso.

También ha llegado a los periódicos austriacos la debacle (o sea, el hostión) que se han dado los socialistas en las elecciones españolas.

Aquí ha extrañado.

Pedro Sánchez pasa por ser un político con una imagen exterior impoluta. Se han hecho eco los medios de la famosa “excepción ibérica” y, en general, gustan los medios con los que el socialdemócrata Sánchez ha limitado la inflación en España (es menor que aquí) y, en general, ha mantenido la economía española creciendo (cosa que no pueden decir, por ejemplo, los alemanes).

Hay perplejidad en el ambiente. Aunque no se haga explícito, los opinadores austriacos parecen preguntarse qué les pasa a los españoles.

En Austria, también se masca en el ambiente el cambio de Gobierno. Sola, fané, descangallada, la coalición que nos gobierna y los mandatarios que nos mandatan resisten como pueden los embates de la oposición, especialmente de la oposición de extrema derecha.

Con los socialdemócratas fuera de combate, librando sus propias guerras interiores y esforzándose a brazo partido por cargarse su ídem, la extrema derecha austriaca parece imparable.

Los de Herbert Kickl lideran todas las encuestas y el viernes se estableció el último pacto regional entre la derecha y los “derechers”. Más concretamente en Salzburgo. De nada han servido las protestas. Como en Baja Austria, el Partido Popular austriaco ha preferido tener unos compañeros de viaje dudosos a perder el Gobierno. En estas cosas siempre pasa lo mismo: uno se junta con la persona que le parece sexy a pesar de ser muy consciente de que tiene un carácter del demonio. “Ya le cambiaré”, se dice uno. Sin embargo, lo que sucede siempre que es que la persona no cambia y uno termina llorando sobre los añicos de su vida.

En cualquier caso, como en esto de la política hasta el rabo todo es toro, y mientras no haya elecciones las encuestas pueden decir lo que quieran, en Austria la gente toma posiciones.

Hace unos días, Carolina Staedler, la ministra de Europa, dijo que uno gobierno con Kickl como canciller le parecía una idea “angusiosa” (Schreckend) habría que decir que a quién no. A pesar de lo que dicen las enuestas, Kickl no es, ni mucho menos, el político mejor valorado de Austria.

El domingo pasado, Alexander Schallenberg, ex canciller y ministro de exteriores dijo que él, en un hipotético gobierno con Kickl al frente, no sería ministro de exteriores.

En este caso también hay muchas razones: los de Kickl son la cabeza de puente de Putin en Europa (más o menos encubierta) y, aunque no hay papel ahora, contrato, lo ha habido hasta hace muy poco (precisamente hasta justo antes de la invasión de Ucrania, qué casualidad).

Los “derechers” se han apresurado a responder a Schallenberg y lo han hecho chulescamente: aunque él quisiera ser ministro de exteriores, han dicho, nosotros no le querríamos. Teniendo a Karin Kneisl, quién quiere a una persona decente.

 


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