Las abuelas falsas

Dos mujeres llamadas Lackner, muertas hace mucho tiempo, han sido la excusa para torpedear un libro.

18 de Abril.- En estos días llueve a cántaros sobre la extrema derecha austriaca y sobre su jefe, el peligrosísimo Herbert Kickl.

Tras la detención del antiguo miembro de los servicios secretos austriacos, Egisto Ott, no paran de aflorar a la luz pública historias de los tiempos de Kickl como ministro del interior y las complejas, y amorosas, relaciones entre el entonces miembro del Gobierno austriaco y la Federación Rusa.

La última, la pretensión (que ya se conocía) de constituir un servicio secreto paralelo en la sombra, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores (entonces en las garras de Karin Kneisl, hoy exiliada en Rusia) para el que Egisto Ott habría tenido pensado un organigrama y habría empezado a reclutar miembros.

Todas estas cosas tienen aterradas a las personas con dos dedos de frente, que tiemblan (temblamos) al pensar que semejante personaje pueda ser el próximo canciller de Austria. Personalmente, tengo mis dudas de que al 28% de los austriacos que, según las últimas encuestas, votarían a la extrema derecha este domingo si fueran las elecciones, les importe demasiado todo esto.

Por diferentes motivos. Hay un núcleo duro de votantes del FPÖ que está de acuerdo con las canalladas que defiende la ultraderecha. La gente mala existe, es una realidad que hay que aceptar. Hay otro grupo de personas que, sencillamente, carece de la instrucción necesaria para calibrar el grado de destrucción que el FPÖ podría causar en el gobierno de Austria, en forma de autoritarismo, del que se deriva sobre todo la corrupción y el deterioro de las libertades. No hay que pensar sin embargo que todos los votantes potenciales del FPÖ o son tontos o son fachas (o las dos cosas) sino que hay también un tercer grupo de votantes que utilizan al FPÖ como partido protesta contra las formaciones tradicionales.

Atajar esta bomba de relojería no es fácil (y probablemente sea imposible, a pesar de que los demócratas somos mayoría). Principalmente porque en la cumbre del FPÖ se sienta un hábil demagogo que sabe que la única manera de parecer invencible es que se sepa lo menos posible de él.

Dos periodistas del semanario Profil han intentado atajar esto. Se llaman Gernot Bauer y Robert Treichler y deben de haber hecho muy bien su trabajo, a juzgar por los intentos de Herbert Kickl de sembrar la sospecha sobre la veracidad de los extremos recopilados en el libro.

Ayer, en un vídeo de cinco minutos en su canal de YouTube (!), el líder de la extrema derecha austriaca y autoproclamado „canciller del pueblo“ (ruso) se mofaba de los esfuerzos investigativos de Bauer y Treichler, y todo a cuenta de un error cometido en el libro que, aunque menor, a juicio de Kickl invalida todas las horas de entrevistas y el examen detallado de las declaraciones de Kickl en medios de extrema derecha extranjeros, como los vinculados al Front Nationale de Marine Le Pen o a Viktor Orban.

En el libro, que se titula „Kickl o la destrucción de Europa“, los dos periodistas hacen un repaso de la biografía del político ultra, de cuya vida privada, a diferencia de la de Strache o la de Haider se sabe lo mínimo imprescindible para tener la certeza de que Herbert Kickl no es un androide experto en rimas racistas y xenófobas.

Esa opacidad es totalmente intencionada, por supuesto, porque Herbert Kickl es consciente de que cualquier rasgo de humanidad (fotos de su mujer, de su hija) acabarían con esa imagen de líder implacable dedicado día y noche a la vida política que él cultiva. Es la misma táctica que utilizaba Hitler y que condenó a Eva Braun al anonimato.

El error de los periodistas que tanto ha indignado a Kickl y en el que ha basado sus intentos de sabotear el trabajo de investigación es que, llevados por un testigo de memoria frágil, Bauer y Treichler se equivocaron de abuela. Confundieron a dos seöoras que se llamaban Lackner. Una era la abuela de Kickl, la otra no.

Los autores han admitido el error y han explicado que lo habían descubierto antes de que Kickl lo hiciera (y habían publicado una rectificación). Lo cual no invalida todo el resto, el corpus ideológico machista, xenófobo, retrógrado y absolutamente distópico de Herbert Kickl.

La cosa es que, probablemente, no le importe nada de eso a las personas a las que les tiene que importar.


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