Viena sigue siendo la caja de resonancia del conflicto que estalló el 7 de octubre pasado y que ya ha costado demasiadas vidas. Por los dos lados.
7 de mayo.- El 7 de octubre de 2023, un ataque criminal de la organización terrorista Hamás en territorio israelí, se saldó con 1100 muertos y 240 personas secuestradas las cuales, áun hoy, no han vuelto a donde deberían estar, esto es, a casa, con sus familiares.
Estos terribles hechos hicieron explotar (de nuevo, llevamos así, entre unas cosas y otras 75 años) un polvorín, el de la violencia en Oriente Medio, que ha ido polarizando a la opinión pública mundial. Hasta un punto en el que, como ha sucedido estos días en Viena, cualquier debate mínimamente sereno ha ido haciéndose progresivamente imposible.
La cuestión lleva intrínsecos tantos aspectos diferentes, a veces reflejando intereses diametralmente opuestos, está tan envenenada de pleitos históricos, que cualquier persona normal se siente abrumada. Sobre todo por la sensación de que ninguna de las partes quiere ya llegar a una solución más equitativa para conseguir la paz.
CUANDO SE ABUSA DE LAS PALABRAS, SE QUEDAN EN NADA
Por ejemplo: cuando se desencadenó la respuesta militar de Israel ante los ataques, de una crueldad sin precedentes desde la segunda guerra mundial, que ha reducido más del ochenta por ciento de los edificios de la franja de Gaza a escombros, con lo que eso significa para la población civil que, en estos momentos, pasa un hambre amarga, muchas personas, sin cuestionar en ningún momento el derecho a la defensa propia de Israel, criticaron lo indiscriminado de esas acciones militares. Inmediatamente, fueron tachados de “antisemitas”.
Como es natural, las personas blanco de estas críticas, perdieron el tiempo intentando explicar que, por lo menos en Europa occidental, hace varios siglos que la religión está separada del Estado y que, por lo tanto, criticar las decisiones de un Gobierno no es lo mismo que criticar a los practicantes de una religión y que, por supuesto, resulta evidente que, como pasa en todas partes, en Israel vivirá gente creyente (cada uno de lo suyo), gente atea y gente mediopensionista, como aquí en Austria hay gente del Opus, gente que no cree en nada y gente que va a misa los domingos para que la gente la vea.
Los que introducen en el debate el presunto “antisemitismo” del interlocutor, el factor identitario, juegan la misma carta que la llamada “reductio at hitlerum”, esto es, quieren zanjar la conversación tirando por la calle de en medio. Puesto que no se puede estar de acuerdo con Hitler o los nazis, quien saca su nombre pone un punto final en la conversación. Como es asqueroso ser antisemita (lo mismo que es asqueroso ser islamófobo, o ser racista o ser homófobo o ser machista) el que pone el acento en el presunto antisemitismo del otro, rompe la baraja.
Y sin embargo, miles de israelíes (y, por lo tanto, nada sospechosos de antisemitismo) protestan por el modo en el que su Gobierno está llevando la guerra o las negociaciones para intentar acabar con ella, y se esconde de forma deliberada la verdad incómoda de que existen factores en la política interior de Israel (uno, y no menor, es la propia supervivencia política del primer ministro Netanyahu y su dependencia de la extrema derecha fundamentalista) que están condicionando el desarrollo de la guerra.
EL ODIO Y LA INCONSCIENCIA
Por supuesto, existe también el antisemitismo (este, de verdad) presente en el mundo árabe, especialmente en Irán. Tan virulento como el de los neonazis (y los antivacunas, por cierto) aquí. Un odio sordo, religioso e irracional condenable desde todos los puntos de vista. Quienes lo practican, mezclan perversamente la misma confusión que algunos políticos israelíes utilizan. Esto es, que criticar las decisiones del Gobierno de Israel es criticar a los judíos en bloque o cuestionar la existencia del Estado de Israel.
Por otro lado, existe también la ingenuidad de cierta izquierda que ha hecho de “la causa palestina” una bandera a medias romántica, y un mucho ingenua. Una cierta izquierda que, por buena intención, ignora deliberadamente (o peor, de forma absolutamente inconsciente) lo que es Hamás y el horror distópico que sería vivir bajo la bota de una organización fundamentalista, ferozmente antidemocrática y terrorista como Hamás lo es.
Y AHORA, AUSTRIA
Esta barahúnda ha llegado también a Austria.
Entre ayer y hoy, se celebra en Austria una conferencia internacional contra el antisemitismo. A ella asisitió ayer la Ministra de la Constitución (Verfassungsministerin) Caroline Stadler. Un activista, que fue detenido poco después, intentó mancharla con pintura roja mientras sostenía un cartel en el que ponía “Genocidio”. La ministra logró eludir la pintura e inmediatamente (bingo) habló de “antisemitismo” ubicando al activista en un lugar confuso del espectro político, pero “a la izquierda” (Stadler es conservadora).
Hoy, en el marco de las Wiener Festwochen, un mes cultural de Viena, se ha celebrado en un lugar tan emblemático y tan cargado de significado como la Judenplatz la tradicional “Rede an Europa” (o llamada a Europa). Este año el invitado a hacerlo ha sido el filósofo germano-israelí que, además, enseña en Nueva York, Omri Boehm.
El hecho de invitar a Boehm ha levantado olas desde que se supo, porque destacadas personalidades del judaísmo austriaco (como Ariel Muzikant) acusan a Boehm (otra vez bingo) de antisemita, lo cual en el caso de Boehm es sumamente cuestionable, como ahora veremos. Estas personalidades incluso han conseguido que el Museo Judío de Viena retire su patrocinio del acto en cuestión.
Boehm es un filósofo en la línea del universalismo de Kant y como tal defiende la igualdad en derechos y dignidad de todas las personas. Centrándonos en el asunto que nos ocupa defiende un estado binacional, de árabes y de judíos, en el que se recuerden al mismo nivel tanto la Shoa (el holocausto) como la Nakba (la expulsión de los árabes de lo que ahora es el territorio israelí). Para muchos judíos esto es pura y simplemente un insulto. El representante de los judíos austriacos, Oskar Deutsch, califica esta postura de Boehm como de relativización del holocausto. Hay que reconocer, por supuesto, que Boehm no va haciendo amigos por la vida, precisamente. En muchos casos, refiriéndose a Israel ha utilizado la palabra Apartheid.
De cualquier manera, Boehm no pone en cuestión en ningún momento el derecho de Israel a existir (piedra de toque de todos los asquerosos y miserables antisemitas que en el mundo han sido y, desgraciadamente, son) sino que trata de ofrecer una solución “utópica”.
Las utopías son necesarias porque marcan el camino. Su perfección nunca se logra pero, mientras se van intentando, algo vamos alcanzando.
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