La crisis diplomática abierta entre España y Argentina ha ocupado relativamente poco espacio en los medios austriacos. Sin embargo, resulta útil para comprender Austria.
20 de mayo.- La reciente crisis diplomática que se abrió ayer entre los Gobiernos argentino y español ha ocupado un espacio modesto en los medios austriacos.
Se ha informado de ella con palabras medidas y objetivas, dado que ni Argentina ni España se encuentran entre los países que susciten mucho interés en el espectador austriaco medio.
Y sin embargo, todo el asunto, como trataré de demostrar en los siguientes párrafos, es muy indicativo de la cuesta abajo por la que se está precipitando (también) la política austriaca.
LO PEOR DE CADA CASA (O CASI)
Este fin de semana, en la antigua plaza de toros de Vistalegre, en Madrid, ha habido una convención de la extrema derecha europea en la que ha estado lo peor de cada casa.
Bueno, casi todo lo peor, porque Herbert Kickl no ha acudido.
En gran parte, esta ausencia es atribuible a que, casi con total seguridad, una gran mayoría de los asistentes no hubiera podido ubicar Austria en un mapa sin el auxilio de pistas (por ejemplo, mencionar al nativo más ilustre de Braunau). De tal manera que presentar a Herbert Kickl con toda su importancia hubiera excedido de los treinta segundos de concentración que conserva todavía el simpatizante ultra medio.
También es posible que la ausencia de Herbert Kickl en la convención de Madrid se haya debido a que, dentro de las extremas derechas, el FPÖ está más próximo, por ADN, al pangermanismo y al ultranacionalismo alemán (por si acaso: el pangermanismo es la doctrina política que considera que la mera existencia de Austria como país es un error o una imposición externa de los vencedores de la primera y la segunda guerra mundial). En otras palabras: para Herbert Kickl una persona como Javier Milei está fuera de la Volk aria (demasiada mezcla racial) y, por lo tanto, le merece el mismo interés que el que un elefante sentiría por una cucaracha.
STEVE BANNON: EL INVENTOR DE TODO ESTO
En cualquier caso y aunque sea repetir un poco lo que todo el mundo sabe a estas horas, en el acto de Vistalegre han asomado la jeta, entre otros, la primera ministra italiana (Meloni), el primer ministro húngaro (Orbán) y el primer ministro argentino (Milei). Todos han acudido a apoyar al líder de la extrema derecha española (Abascal).
Los aludidos, mas algún otro, como el propio Kickl, tienen algo en común: el considerar a Steve Bannon, el artífice de la victoria de Donald Trump, como su santo patrón y referente ideológico.
Bannon, según quienes le conocen y le han tratado, es un hombre sumamente culto y extremadamente inteligente, de modales apacibles y refinados. En Estados Unidos se le asocia con la imagen tópica del “caballero del viejo sur” de las películas. Precisamente esta sofisticación intelectual es la que lo hace tan peligroso.
La innovación fundamental de Steve Bannon, la que llevó a Trump a la presidencia, fue la de darse cuenta de que, para alcanzar el poder, había que poner en el centro del mecanismo un motor binario: el formado por un estratega frío, en su caso él mismo y un demagogo caliente al que no se le pide que comprenda a cabalidad lo que está haciendo, sino simplemente que se deje manejar dócilmente.
Observen las lectoras y los lectores, por ejemplo, lo bien que funcionó aquí en Austria, durante años, el par Kickl-Strache, hasta que estalló el escándalo de Ibiza.
En estos momentos, por cierto, se está reeditando otro par semejante, el formado por Kickl-Vilimsky.
PARECE IMPROVISACIÓN, ES MEDITADO
Las personas normales (usted, yo mismo) se dejan confundir con frecuencia por el espectáculo pirotécnico que la nueva extrema derecha cazurra utiliza para tratar de dar a entender que incidentes como el protagonizado por Milei este fin de semana en Vistaalegre, o cualquiera de los disparates que dicen Vilimsky o Westenthaler,son exabruptos provocados por cerebros en ebullición.
Meras improvisaciones.
Nada más lejos de la realidad. Y ahí está el éxito de Bannon, o de Kickl, o de Miguel Ángel Rodríguez en Madrid (estoy seguro de que detrás de Meloni, de Orbán y de los otros hay personajes similares).
Cada ruptura de tabú obedece a una estrategia calculada cuyo objetivo principal es la carcomer desde dentro todos los mecanismos de seguridad que el sistema se da para evitar que reine la anarquía.
Para explicar esto, utilizaré un ejemplo histórico.
Suele ponerse al nazismo como ejemplo de totalitarismo hipersistemático. Sin embargo, basta acercarse un poco a lo que fue el núcleo duro de aquel poder para darse cuenta de que en las alturas del edificio político nazi reinaba en realidad un desorden que estaba muy cerca de la abritrariedad, ya que todo dependía de los caprichos de la voluntad de una sola persona, Hitler, caprichos a los que luego se intentaba dar una cierta cobertura legal con una serie de textos legales creados ad hoc para intentar regular un caos que, por suerte, terminó siendo letal para el régimen.
Un sistema, por cierto, muy parecido al de la Rusia de Vladímir Putin.
LA LIBERTAD Y “LA LIBERTAD”
Esto solo fue posible porque desde el principio los nazis se concentraron en la voladura de todos los mecanismos que la República de Weimar tenía para garantizar la legalidad y para que los ciudadanos gozaran de una mínima protección frente al poder del Estado. Empezando, y muy destacadamente, por la mera noción de que tanto ese Estado como todos los ciudadanos son iguales y están sometidos al imperio de la ley.
Habrán observado las lectoras y los lectores la insistencia de la nueva derecha cazurra en una supuesta “libertad” que se traduce en un individualismo feroz.
Hasta un niño sabe que la libertad no consiste en que todo el mundo pueda hacer lo que quiera sin que importen las consecuencias, sino en garantizar un terreno de juego que garantice lo más posible la igualdad de operar en un campo determinado.
Durante la pandemia yo no era libre de entrar a una unidad oncológica sin mascarilla, porque mi decisión podía implicar que personas enfermas o inmunodeprimidas muriesen debido a mi decisión.
En otras palabras: en nuestras sociedades, aceptamos todos entregar una parte de nuestra libertad individual para garantizar que todos, sin excepción, tengan, por lo menos, un mínimo de libertad.
En las sociedades distópicas que promulga la nueva ultraderecha cazurra, la “libertad” (entre todas las comillas del mundo) solo pueden ejercerla los privilegiados, o sea, aquellos que pueden permitirse pagarla.
Parece que está claro que es mucho mejor que todos gocen de una cantidad de libertad a que solo unos pocos puedan ejercer toda la libertad.
LA INTELIGENCIA COLECTIVA
La situación actual es, como ya sucedió con la pandemia, un reto a nuestra inteligencia colectiva. Las personas inteligentes saben que no hay soluciones fáciles a problemas difíciles. Las personas inteligentes saben interpretar lo que hay detrás de las palabras, por mucho que intenten confundirlas. Las personas inteligentes son altruistas, porque saben que el indivíduo que da sin pedir nada a cambio recibe sin excepción mucho más de lo que entrega. Las personas inteligentes saben que los impuestos son el precio que pagamos por la paz social. Las personas inteligentes saben que lo público es la manera de que se quede fuera del bienestar el menor número de personas posibles.
Las personas inteligentes escuchan determinados mensajes y, con muy buen criterio, apagan la tele o pasan al siguiente vídeo de Tik-tok.
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