El padrecito terrible

La relación que personas y pueblos tienen con el pasado es siempre problemática. Viena, como ciudad, no es menos.

 

EL Maestro Juan Martínez – Cuarta Parte

18 de Diciembre.- En general, tanto las personas como los pueblos tenemos una relación problemática con nuestro pasado. Quién más, quién menos, tiene que enfrentarse en algún momento al hecho fehaciente de no haber actuado bien en todas las ocasiones de la vida. Incluso cuando, en unas circunstancias dadas, uno pensaba estar haciendo lo mejor (el famoso “en aquel momento parecía una buena idea”, pretexto socorrido del que todos hemos echado mano alguna vez).

Los países, en general, tienen una historia larguísima y, por supuesto, a lo largo de los siglos da tiempo a que pasen cosas fantásticas y a que pasen cosas por las que los pueblos sienten, en el mejor de los casos, arrepentimiento, vergüenza o ambas cosas a la vez.

Sucede también que hay ocasiones en que las opiniones difieren con respecto a los rastros que el pasado ha dejado tras de sí. En España tenemos un ejemplo perfecto con los vestigios (en su inmensa mayoría feísimos) con los que el franquismo sembró el territorio nacional. No resulta fácil qué hacer con los cachivaches del abuelo Paco, y sobre todo no resulta fácil saber qué hacemos con los achiperres del abuelo Paco sin herir los sentimientos de alguien. Hay gente que piensa que deberían dejarse tal y como están. Otros rebaten que, hacerlo, significa callar ante la injusticia y, por lo tanto, otorgar. Los hay que abogan por un justo medio que es dejar el chisme fascista en su sitio pero poner cerca y bien visible un cartel que explique por qué honrar a un dictador asesino e intelectualmente muy mediocre está mal.

En Viena tenemos un caso paradigmático también con la estatua de Karl Lueger, el famoso alcalde considerado por los nazis como un precursor de su siniestro mesías, Adolf Hitler. La efigie de Lueger sigue colocada en el distrito uno de esta capital, vandalizada, eso sí, dado que las diferentes administraciones no se deciden a fabricar gravilla con la estatua de un pájaro tan poco recomendable.

No es la única mancha de esta capital.

Cerca de Schönbrunn está la casa en donde vivió uno de los asesinos más sanguinarios de la Historia de la Humanidad, Josef Stalin. Lo que viene siendo un psicópata.

La desgracia fue que Stalin estaba en el poder cuando la Unión Soviética ganó la segunda guerra mundial y como la historia la escriben los vencedores, los ocupantes soviéticos decidieron que había que honrar aquella época de cuando Stalin, el baranda, el jefe, el padrecito, el ingeniero de las almas, aún no era nadie, poniendo una placa conmemorativa.

Como dijo aquel, la cosa no era menor, sino mayor, porque los austriacos escaparon de milagro de la voracidad expansionista de Stalin. Tener el país entero, debieron de pensar, bien vale una placa. La que aún existe hoy se descubrió en 1949 y es uno de los monumentos soviéticos que el Estado austriaco está obligado a cuidar por el tratado fundacional de Esta Pequeña República.

Cuando la Unión Soviética desapareció, el Estado que la sucedió, la actual Federación Rusa, convirtió la permanencia de los símbolos soviéticos en suelo soviético en cuestión de Estado. Cachis en la mar, vaya por Dios.

Los austriacos conservaron lo que se habían comprometido a conservar pero en el caso de la placa conmemorativa de la estancia de Stalin en Viena pusieron un cartel explicativo contando quién había sido el sanguinario zar rojo.

A eso, en el argot, se le llama “contextualizar” o “resignificar”.

El ayuntamiento de Viena evalúa sin embargo en estos días retirar las dos placas en cuestión. La histórica, de 1949, y el texto explicativo de después, al objeto de que desaparezca del callejero de esta urbe toda referencia a semejante bestia parda. El Partido Popular austriaco, con una representación en el Gobierno de Viena bastante canija, ya había pedido que se revisase el callejero en busca de marxistas. El FPÖ, que tan poco se cuida de lo que sus socios puedan pensar del nazismo, considera en cambio que la exposición pública de la efigie de Stalin es un hecho inadmisible y “!No hija, no!”. La coalición que gobierna en Viena, formada por socialdemócratas y neos, ha iniciado los trámites para retirar la famosa placa. Vamos a ver en qué queda la cosa.


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