La virtud principal de los clásicos es ayudarnos a entender el mundo, incluso comparando cosas que, a primera vista, no tienen nada que ver.
7 de enero.- La crisis política en Austria ha sumado hoy un nuevo capítulo. Después de que ayer, día de reyes, el Presidente de la República hiciese de tripas corazón y le encargase a Herbert Kickl, líder de la extrema derecha austriaca, la formación de Gobierno, hoy el propio Herbert Kickl se ha dirigido a los medios en una comparecencia en la que no se han permitido preguntas.
LA CASA DE BERNARDA KICKL
Al considerar las palabras de Herbert Kickl uno se acordaba de un personaje literario con el que el líder de los ultras austriacos tiene mucho en común, la Bernarda Alba de Federico García Lorca.
Me explico.
Como Bernarda, Herbert Kickl es tremendamente desconfiado (según sus biógrafos, tiene un solo amigo y confidente de la infancia), es muy poco dado a establecer relaciones afectivas, celosísimo de la impenetrabilidad de su vida privada y, por lo tanto, del qué dirán. Probablemente muy consciente de su falta de simpatía y de prendas personales, siempre está a la defensiva (es un pasivo-agresivo de manual) y, en general, es bastante probable que considere que cualquier concesión a los sentimientos es una debilidad que le pone en una situación de vulnerabilidad que no está dispuesto a afrontar de ninguna de las maneras.
Hay un momento en La Casa de Bernarda Alba, cuando se marcha el duelo y la protagonista de la obra se queda con sus hijas, en donde, gracias a la maestría de Lorca, uno puede sentir cómo lentamente la trampa se cierra sobre ellas. En siete años no entrará a esta casa el aire de la calle, e cosi via. Hoy, viendo a Herbert Kickl dirigirse gangsteril y chulesco a los que se supone que van a ser sus colegas de negociación, era inevitable acordarse de Bernarda.
Una de las cosas que ha dicho, muy al principio, es que quiere gobernar Austria de una manera “sincera”. Repare el lector que, en general, las personas que utilizan la palabra “sincero” para definir el propio comportamiento generalmente usan esa sinceridad como arma, para hacer daño con ella. Como si quisiera defenderse de estas críticas (excusatio non petita) Herbert Kickl ha dicho que mucha gente no está de acuerdo con “su forma” de hacer política, pero que él está muy orgulloso de ella porque la sinceridad es una cosa que le enseñaron sus padres. Piense el lector en todas las amistades tóxicas que le hayan dicho cosas horrorosas (y probablemente falsas) amparándose en ese concepto de la “sinceridad”.
Acto seguido, y sin abandonar el tono gangsteril, Herbert Kickl ha presumido de haber podido elegir el camino cómodo (nuevas elecciones) pero no haberlo hecho “por responsabilidad”. Y ha añadido “bien saben ustedes lo exitosos que somos últimamente”. Era un obvio aviso para navegantes. Kickl quería señalizar que está muy seguro de su fuerza (aunque como, probablemente, es un inseguro patológico, su tortura es que nunca estará seguro de nada). Sabe sin embargo que las encuestas vaticinan al FPÖ un porcentaje aún mayor que el obtenido si se repitiesen las elecciones (el lamentable espectáculo de los otros tres partidos echándose los trastos a la cabeza resulta, aparte de indigno, poco seductor).
Luego ha advertido, como de pasada, de un pequeño detalle y es que, en las circunstancias actuales, la extrema derecha que él representa necesita un socio de gobierno (vaya por Dios) y que ese socio solo puede ser el Partido Popular.
(Este hecho, mencionado casi sin querer, es en realidad la clave de bóveda del discurso de Kickl porque representa lo que él más teme, lo que le deja en una posición vulnerable: su dependencia de otros)
NADA DE JUEGUECITOS, QUE ESTOY MUY LOCO
Tras la mención del ÖVP ha venido la advertencia de que, en la negociación los ultras no quieren (textual) “jueguecitos, trucos o sabotajes”. En caso de detectarlos, Herbert Kickl ha amenazado con romper la negociación e ir a nuevas elecciones. Kickl es un hombre que, después de haber sido humillado, que está rozando con los dedos lo que más sueña en su vida (aunque él diga lo contrario) y, apostaría mis empastes, a que, en su fuero interno, está absolutamente aterrorizado ante la posibilidad de que alguien se lo pueda arrebatar cuando lo tiene más a mano, por eso pone en marcha un mecanismo que sabe que puede calar en la mente de su interlocutor: el miedo. Un poco como cuando, en mi infancia, en los tiempos en los que la heroína hacía estragos, los navajeros muertos de hambre asaltaban a las señoras y les decían “nada de jueguecitos, que te rajo, que estoy muy loco”.
Herbert Kickl sabe, como Bernarda Alba, que su fuerza y su ventaja es el miedo que puede suscitar en sus interlocutores. Por eso, como Bernarda Alba, Herbert Kickl, sin mostrar emociones -las emociones humanizan a quien las muestra- dice “me vais a soñar”.
Deja una respuesta