
Para explicar el desastre, Herbert Kickl buscaba una mano negra procedente de Bruselas. Sin embargo, no hizo ninguna falta una.
15 de Febrero.- En torno a los acontecimientos de estos días pasados hay una teoría que a mí, por lo menos, me parece improbable pero no inverosímil. Según esta teoría, Herbert Kickl tensó tanto la cuerda de las negociaciones porque, en el fondo, no quería gobernar. Y es que la oposición es un sitio muy apetecible para un político, si bien se mira. Uno puede decir prácticamente lo que quiera, sin sufrir ningún tipo de desgaste al tener que enfrentarse con la cruda realidad de la política diaria.
Puede ser que fuera así de un modo inconsciente, aunque uno tiene la teoría, que encaja mejor con la psique del personaje, de que a Kickl le pudo, más que el afán de venganza, su incapacidad congénita de confiar en cualquier persona que no sea él mismo. Para una persona como Kickl no solo es importante, por lo tanto, la victoria, sino sobre todo el sometimiento sin condiciones a su voluntad.
El FPÖ, al mando de Herbert Kickl, no solo quería gobernar, sino que el ÖVP le diera los votos necesarios sin ofrecerle nada a cambio.
Sin darle ni siquiera la capacidad de salvar las apariencias. Un pecado capital en un país como este, en el que las apariencias son sagradas.
Como estaba previsto, y yo ya predije en este mismo espacio, bastaron pocas horas desde el discurso del Bundespresidente para que Herbert Kickl confeccionara su propia versión de la teoría de la puñalada por la espalda para consumo de sus mesnadas. Por supuesto, Herbert Kickl es absolutamente consciente de que su teoría no tiene ni pies ni cabeza, pero la necesitaba para salvar la cara delante de los suyos y “externalizar” la culpa de un fracaso que él solito había provocado.
Según Kickl, recordemos, había sido la mano negra de Bruselas la que habría “prohibido” al Partido Popular austriaco coaligarse con el FPÖ.
Según parece (aunque, por supuesto, ninguno de los implicados va a admitirlo en un futuro próximo) la historia del fracaso ha sido muchísimo más simple y, naturalmente, no ha hecho falta ninguna mano negra.
Parece ser que las alarmas en el Partido Popular austriaco saltaron con motivo de la celebración del segundo evento más carca de la temporada de bailes en Austria (el primero, es el baile de los Burschenschaften, rebautizado como Akademikerball para quitarle un poco el pestazo a neonazi). Se trata del Jägerball o baile de los cazadores, que se celebró el día 27 de enero en el Hofburg. Según parece, varios altos cargos de los ultras se personaron en el baile, que es un evento que el ÖVP considera como suyo, como quien pone pie en tierra conquistada. Por increible que parezca, parece ser que esta arrogancia creó un malestar que, junto a las exigencias de Kickl y sus negociadores, terminaron de convencer a la dirección del ÖVP de que era necesario huir de aquel berenjenal.
Entretanto, según se rumorea, se reanudaron de manera discreta unas conversaciones que ya habían tenido sus primeros compases este verano, antes de las elecciones. De parte del partido socialdemócrata austriaco actuó el alcalde de Viena, Ludwig, un hombre que, según todos los conservadores, es conciliador y, sobre todo, sensato y con mucha mano izquierda.
Para el ÖVP, Andreas Babbler es un diablo con cuernos y rabo, aunque todos sepamos que es un marxista de peluche. Personalmente, y con la experiencia que me dan cinco décadas de andar por este planeta, uno tiene la intuición de que lo que pasa en realidad es que Andreas Babbler, en realidad, no tiene el nivel intelectual necesario para entender las sutilezas que implica el cargo que ocupa. Ludwig parece ser que sí y, según parece, lo ha demostrado al haber conseguido convencer al ÖVP de que mejor lo malo conocido que lo peor por conocer.
Así pues, desde que Stocker y Babbler, separadamente, se reunieron con el Bundespresidente este jueves, menudean los gestos que indican que hay un match.
Como puede verse, no ha hecho falta ninguna mano negra de Bruselas.
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