El extenso historial de manipulación y desinformación de la Federación Rusa en Austria hoy tiene un capítulo nuevo.
24 de Marzo.- Hace algunos días exponía yo aquí hechos que, si bien sabidos por todos, adquieren mucha de su importancia (de su terrible importancia) cuando son explicados articuladamente.
Desde principios de este siglo, la Federación Rusa, un régimen autoritario, militarista y ultranacionalista, mantiene una guerra híbrida contra la Unión Europea. Una guerra que fue escalando hasta que culminó en la escalada bélica que llamamos Guerra de Ucrania, y que sin duda será vista en el futuro (Dios no lo quiera) como lo que fue la guerra civil española. O sea, como un formidable campo de pruebas en el que se han experimentado en condiciones reales armamentos y tácticas para un conflicto mayor.
Después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y de su rápido desmontaje de la antigua democracia estadounidense para convertirla en una oligarquía tecnológica que conserve solo por fuera las formas de la antigua legalidad, la Unión Europea resulta un elemento incómodo tanto para Rusia como para los Estados Unidos. Para Rusia, ya era así desde antiguo y en cuanto a Donald Trump, el presidente norteamericano lo ha declarado sin ambajes, con el estilo culterano que le caracteriza. Con ocasión de la guerra arancelaria que ha abierto con la Unión afirmó que esta era una estructura creada desde el principio “to screw the United States”. La mayoría de los medios europeos han traducido lo que en inglés es pura y simplemente “joder” por un biensonante y eufemístico “fastidiar”.
La guerra híbrida de Rusia contra la Unión Europea empezó con la infiltración de los servicios secretos rusos en los movimientos de extrema derecha europeos. El objetivo era socavar las democracias europeas y dividir la Unión Europea. Su éxito más grande hasta ahora es Hungría, convertida en un lodazal sobre el que se sienta Viktor Orban, y desde cuyo centro dirige los tentáculos de un sistema corrupto que cercena las libertades del pueblo húngaro. Pero otros países, antiguamente del “Pacto de Varsovia”, van por el mismo camino. Por ejemplo, Eslovaquia con su premier al frente, el prorruso Robert Fico.
Uno de los nodos de esa red de espionaje y guerra sucia es la propia ciudad de Viena, desde la que escribo. Desde antiguo, Viena ha sido la ciudad de los espías. Muchos son los factores que han hecho que esto sea así. Entre ellos, la presencia de organismos internacionales, su situación geográfica, central en Europa. La misma calma de la ciudad, ideal para camuflar negocios sucios y, por último, antiguamente el alcance de los dispositivos de espionaje, que podían llegar a los países del telón de acero.
Hoy, esa larga historia de suciedad, agentes encubiertos y operaciones negras, se ha enriquecido con un nuevo capítulo.
Según han informado los servicios secretos austriacos (DSN) se ha desarticulado una célula al servicio de Rusia que era capitaneada por una ciudadana búlgara residente en Viena, y que dependía de un conocido agente prorruso, Marsalek, exjefe de la trama Wirecard, hoy fugado de las autoridades y presuntamente residente en Rusia. Marsalek tenía contactos en el servicio secreto austriaco, cuando este estaba bajo Herbert Kickl. El objetivo de la red era hacer correr por Austria la narrativa de que Ucrania es un estado neonazi y también la vigilancia (y posterior puesta fuera de combate) de individuos desafectos a los intereses rusos, como periodistas que informan sobre la Federación Rusa y sus actividades en los países del este de Europa.
La ciudadana búlgara, que ha confesado sus tareas de desinformación, ha sido puesta en libertad a la espera de juicio.
Nuestras democracias, nuestras libertades, no son entes inmutables de la naturaleza, sino que son muy frágiles y hoy en día, conforme escribo esto, hacen frente a grandes amenazas. La guerra ya ha empezado. Y va en serio. Y cuanto antes nos enteremos, mejor.
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