En algunos sectores de la Unión Europea todavía parece no haber calado la evidencia: Europa YA está en guerra.
15 de Marzo.- En Alemania, nuestra vecina de arriba, se ha alcanzado un acuerdo histórico que hará posible que se puedan allegar fondos para invertirlos en seguridad. En España, de una manera tortuosa, el Gobierno está intentando algo parecido. Sacar dinero de debajo de las piedras para poder invertirlo en seguridad y en defensa. El nuevo Gobierno austriaco también se ha comprometido a elevar el nivel de gasto en defensa hasta alcanzar el dos por ciento del Producto Interior Bruto.
Naturalmente, todos quisiéramos no tener que gastar ese dinero. Sin embargo, uno tiene la certeza de que en las masas europeas no ha calado todavía la certeza de que Europa se encuentra ya en guerra y Austria, naturalmente, con ella.
Lo único para lo que podemos rezar es para que esos inmensos capitales que se están movilizando no lleguen demasiado tarde para evitar una catástrofe que lleva años gestándose.
Pocos meses después de que empezara la guerra de Ucrania, en el marco de una ocasión social, coincidí en la misma mesa con una persona que había ocupado un alto cargo en el Ministerio de Exteriores austriaco a finales del siglo pasado. A colación de la invasión rusa, esta persona se lamentaba de no haber visto venir la vesania imperialista de Vladímir Putin.
Sus palabras resultarían cómicas de no resultar sumamente alarmantes.
–!Con lo educado que parecía! -decía mientras glosaba los amables modales del autoritario dirigente de la Federación Rusa.
En 2014 la Federación Rusa se anexionó Crimea, ante la pasividad general (pasividad de la que, por supuesto, Putin tomó muy buena nota). Pasividad que, por cierto, se extendió a Austria también. Después de merendarse Crimea, Putin estuvo en Viena por lo menos dos veces y, por supuesto, el Gobierno ruso continuó haciendo lo que había empezado a hacer a principios de siglo, apoyar con know how (y, a lo mejor, también con fondos) al FPÖ, que fue creciendo hasta convertirse en lo que es ahora: una araña gorda y negra que ha estado a punto de hackear el Gobierno austriaco para poner sus órganos más importantes, como el Servicio Secreto, al servicio de la guerra sucia que la Federación Rusa lleva contra la Unión Europea.
Habrá notado el lector que el único partido del arco parlamentario austriaco que, desde el principio, se pronunció contra las saciones contra Rusia y que sigue llevando en su programa el suprimirlas es el FPÖ. Kickl es el único político austriaco que, so pretexto de defender la neutralidad austriaca, da gritos histéricos cada vez que se trata de hacer más operativo y más eficaz el, por lo demás, humilde ejército austriaco, reducido en los últimos años a poco más que una unidad de intervención de catástrofes.
Es también el FPÖ quien intenta distraer a la población de lo evidente: Europa lleva en guerra por lo menos desde el 24 de febrero de 2022 o, más probablemente, desde antes. Una guerra híbrida que se libra en los campos de batalla de Ucrania pero que, de momento, tiene sus manifestaciones más ocultas en la Unión. Mediante campañas de desinformación brutales y perfectamente organizadas (campañas de desinformación de las que el FPÖ, por supuesto, se ha aprovechado) y mediante espionaje. Rusia consiguió infiltrarse en los servicios secretos austriacos cuando Herbert Kickl era Ministro del Interior (recuerde el lector que Herbert Kickl puso especial empeño en recuperar ese Ministerio y que esa insistencia terca y en apariencia -solo en apariencia- fuera de toda lógica, hizo saltar por los aires las negociaciones con el ÖVP).
A través de agentes secretos austriacos comprados al efecto (el caso de Egistos Ott, por ejemplo) y de políticos simpatizantes, como la Ministra de Exteriores, Karin Kneisl, Vladímir Putin tenía sus tentáculos y sus orejas en los pasillos del poder austriaco y, por lo tanto, en la Unión Europea.
En los últimos tiempos, y de forma aún más alarmante si cabe, la Federación Rusa ha ensayado los efectos de la destrucción de infraestructuras tan sensibles como vulnerables : los cables submarinos que llevan internet a la Unión y por los que circulan datos vitales para nuestras economías, como por ejemplo las transferencias bancarias de las empresas europeas.
¿Cuáles son los objetivos de Putin?
Son difíciles de saber en detalle pero no son difíciles de entender de manera general. Putin considera que la caída del telón de acero fue para Rusia una catástrofe y espera revertir la situación hasta volver el área de influencia rusa hasta el lugar que ocupaba en 1989. Alexander Doughin, su ideólogo, le ha dado el soporte teórico que necesita. Él ha puesto los medios.
Todo el mundo que se ha ocupado un poco del tema da por supuesto que Putin no se va a conformar con la pírrica victoria territorial que ha arañado en tres años de guerra en Ucrania (un 20% del territorio anterior del país, lejos de Moscú).
Hay escenarios que indican que su próximo objetivo, con tropas lanzadas desde Bielorrusia, su estado vasallo, serían las repúblicas bálticas de Estonia, Lituania y Letonia.Tratará de recuperar también las antiguas repúblicas soviéticas de Moldavia y de Georgia, hoy países independientes a los que hostiga sin piedad desde 2022, sobre todo utilizando campañas de desinformación y amenazas a sus libertades (recuerde el lector los ataques a la comunidad LGTBIQ+ en la república de Georgia, similares a los de Hungría). Después, tratará por todos los medios de restaurar lo que fue el área de influencia de la Unión Soviética en los países que se llamaban “el bloque del este”.
Para ello, va a seguir con sus esfuerzos para dividir y paralizar la Unión Europea. Ya lo intenta sin descanso, a través de la cabeza de puente que representa el gobierno húngaro de Victor Orbán y no hay que interpretar de otra manera el numerito que ha montado la ultraderecha rumana en las últimas elecciones presidenciales o los que monta Vox en España.
Todo lo anterior, sin embargo, no es inexorable.
Hay una esperanza y se llama fe en la democracia
Naturalmente, las democracias europeas (la austriaca, por supuesto, también) tienen el deber de aprender a defenderse sin la ayuda de los Estados Unidos. Pero los ciudadanos, a título individual, también tenemos que hacer nuestro trabajo: aprendiendo a identificar las ingerencias en las políticas de nuestros países, haciendo frente a la desinformación, mediante el correspondiente fortalecimiento del sistema educativo y eligiendo medios informativos de calidad.
Todo lo anterior se podría resumir en una cosa: el rearme no debe quedarse en comprar tranques y cañones, sino que tiene que ser un auténtico rearme democrático. Los pueblos europeos deben reaccionar firme y decididamente contra el fascismo que Putin (y sus aliados) representan, como ya lo hicieron en los años cuarenta del siglo pasado. Porque el fascismo de Putin representa la pérdida de las libertades y, en último término, la muerte. No solo por los funestos resultados de la aplicación de la ley del más fuerte, sino por la pérdida de las libertades que han hecho de Europa lo que hoy es: uno de los pocos lugares del mundo en donde merece la pena vivir.
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