Una restauración fallida (2)

Un emperador destronado con mil identidades, una conspiración para recuperar el trono perdido y muchos imprevistos.

La guerra civil austriaca de 1934

El primer capítulo de esta tan descomunal como verdadera historia, está aquí.

26 de Junio.- El Gobierno suizo de 1919, tan precavido como el de hoy en día, había permitido al ex emperador Carlos de Habsburgo quedarse en su exilio dorado de Prangins, a condición de que no abandonara Suiza bajo ningún concepto. Está claro que, en esas condiciones, el antiguo emperador no podía abordar la tarea de presentarse en Hungría, como tenía pensado, y decir con voz “ostentórea”:

-¡Señores, ahuecando, que este trono es mío!

Quizá por esto, se trazó una primera “operación restauración” que comenzó con un paso delicadísimo, o sea, sacar a Carlos de Suiza. El 24 de febrero de 1921, el cuñado de Carlos, Sixto de Borbón y Parma consiguió en París un pasaporte falso, que entregó un coronel británico, de nombre Strutt, el cual no contaba con órdenes ni con permiso del gobierno inglés para ayudar a Carlos.

Con este pasaporte, Carlos tomó el tren en Nyon, hizo transbordo en Berna y pasó a Francia en secreto. Iba acompañado por un sacerdote (tan capillitas él, hasta el final) y por uno de sus partidarios. Después, fue a Estrasburgo en coche y tomó el tren para Viena utilizando un pasaporte diplomático español falso. A nombre del Señor Sánchez. En Salzburgo, fue el acompañante el que presentó el pasaporte a las autoridades austriacas, alegando que Carlos se había puesto enfermo.

El antiguo emperador llegó a la que había sido la capital de sus reinos, Viena, el viernes santo de 1921 (25 de marzo). Hizo el paripé de buscar hotel en Viena pero al final se dirigió al que era su destino verdadero: la casa de un conde húngaro. Por cierto, que el anfitrión se debió de llevar un buen susto (¡María, vete al Billa, que nos vienen invitados a comer!) porque, para evitar filtraciones, no se había avisado al conde de que el ex emperador iba a comerse en su casa un schnitzel.

Hecho un maestro del disfraz, como Mortadelo, el emperador Carlos viajó desde Viena a la frontera con Hungría al día siguiente, sábado santo, adoptando la identidad de un funcionario de la cruz roja británica. Para dar el pego, se había teñido el bigote y llevaba gafas de conducir para que no le reconocieran. Después de pasar la frontera, tuvieron que abandonar el coche y, montados en un carro, llegaron al palacio arzobispal de Szombathely pasadas las diez de la noche.

El arzobispo estaba cenando con un ministro y también debió de llevarse un susto morrocotudo (¡Ay, Señor, cómo nos pruebas! Tranquilo, arzobispo, que donde comen dos comen tres, debió de decir el emperador) y es que tampoco le habían contado que iba a tener un huésped aquella noche. De cualquier manera, el ministro húngaro confirmó que el Gobierno de Budapest era leal a Carlos. Inmediatamente, Lehar se presentó ante el emperador Carlos (el de la división Lehar, ver capítulo anterior) y uno de sus oficiales fue a avisar al primer ministro, el conde Pál Teleki, que se encontraba cazando por allí.

A las cuatro y media de la madrugada del día siguiente, Domingo de Resurrección, Pal Teleki se personó en el palacio arzobispal y trató de convencer a Carlos de que abortase la “operación restauración”.

-Majestad, vuesa merced, cuánto mejor haría usted quedándose en su casita de Suiza y no metiéndose en estos berenjenales.

Al emperador, estas sensatas palabras no le vinieron bien, claro y debió de decir algo parecido a:

-¡Quítate de en medio, cara de ladilla!

Se conoce que Teleki, lo que quería era quitarse de encima al emperador porque le dijo que lo que tenía que hacer era seguir hasta Budapest, y que en cuanto llegase a Budapest, Horthy, que era regente entonces, le restauraría en el trono.

-Tú crees?

-¡Vamos, digo! ¡Que si lo creo!

-Ah, pues entonces, vamos allá.

Y en eso quedaron.


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