5 de Noviembre.- En 1998, el historiador británico Ian Kershaw publicó su monumental biografía en dos tomos de Adolf Hitler. El primer libr(ac)o abarca desde el nacimiento del dictador (en 1889) hasta su advenimiento al poder en 1936. El segundo Tom(az)o hasta su muerte.
En los primeros capítulos, Kershaw se detiene en el caliginoso periodo de la vida de Hitler que abarca su estancia en Viena. Un lapso temporal que fue profusamente mitificado y adornado por los hagiógrafos nacionalsocialistas.
A pesar de que no se conservan demasiados testimonios de primera mano de aquellos años de la historia de Hitler, en gran parte por la propia chifladura del personaje y por su incapacidad para tejer relaciones humanas profundas, se puede afirmar sin temor a equivocarse que, en el individuo fracasado y marginal, absolutamente incapaz para las cuestiones prácticas de la vida, que vivió en Viena nada presagiaba su futura y diabólica importancia en el futuro de Europa.
Hitler llega a la capital del imperio, procedente de Linz en 1908. Trae en los bolsillos la parte que le corresponde de su herencia (su madre ha muerto poco antes) y el objetivo de presentarse a los exámenes de la Escuela de Bellas Artes, primer paso para lograr el sueño de su vida: convertirse en un pintor famoso y pintar kilométricos y operísticos cuadros según el gusto historicista de los artistas más carcas de su época.
La decandente metrópolis del imperio austro-húngaro es entonces una gran ciudad regida por Karl Lueger (un bicho antisemita de mucho cuidado), en la que las diferencias entre ricos y pobres son brutales y en donde se dejan sentir los primeros zarpazos de los nacionalismos radicales que conducirán al continente a la primera guerra general.
El futuro dictador se instala en la Stumpergasse, una de las tributarias de la Mariahilfersstrasse (hoy el corazón comercial de la capital), en un cuarto propiedad de una señora checa, Frau Zakreys. Poco después viene a vivir a Viena lo más parecido a un amigo que Hitler tuvo durante aquellos años, un joven de Linz llamado Gustl Kubicek. Los dos jóvenes convencen a la Frau Zakreys para que les deje instalarse en la habitación más grande de la casa, un cuarto doble que ocuparán hasta que Gustl se marche de Viena a principios de verano de 1908.
La Stumpergasse es una calle larga, bastante oscura que, a principios del siglo pasado, albergaba principalmente a familias de clase media-baja. Actualmente, la casa de la en la que vivió Hitler se conserva prácticamente igual que cuando él y Kubicek vivieron en ella. Sólo ha cambiado una cosa: el local comercial que ocupa los bajos del edificio es un simpático restaurante-tienda español.
Durante la extraña convivencia de los dos hombres en la Stumpergasse, la única ocupación de Hitler es su asistencia casi cotidiana a la ópera. Después de las representaciones, Hitler le da la paliza a su pobre amigo, el dócil Kubicek, sobre las excelencias del arte wagneriano, además de sobre una multitud de temas que el futuro dictador saca de los folletos de baja estofa que a él le parecen literatura y de los que nos ocuparemos con más detenimiento en el siguiente capítulo de esta serie. A pesar de que, al llegar a Viena, Hitler cuenta con unos ahorros saneados que le podrían acercar al nivel de bienestar de un joven profesor, al de Braunau am Inn no se le pasa por la cabeza ponerse a trabajar en nada. En vez de eso, reduce al mínimo sus gastos (se alimenta de leche y pan, y a veces se pasa días a base de zumos, sin comer nada) y, mientras Kubicek estudia sus lecciones de piano, él traza planes grandiosos sobre óperas u obras de teatro que quiere escribir para dejar en mantillas los logros más punteros de la humanidad en ese aspecto.
Hitler no le deja a su amigo tener más amistades que la suya y a él tampoco se le conocen relaciones femeninas. Según Kubicek, el de Braunau tenía pavor a las mujeres y una fobia morbosa por todo lo relativo al sexo, al mero contacto físico, a la homosexualidad o a la masturbación.
En estas condiciones, las relaciones entre los dos hombres se enfrían cuando Kubicek trae a la habitación de la Frau Zakreys a una de sus alumnas de solfeo. El pirado de Hitler le echa una filípica sobre la inconveniencia de que las mujeres estudien.
Poco después, Hitler suspende su examen de ingreso en la Academia de Bellas Artes. Kubicek , asombrado, le oye lanzar venenosos dicterios contra “las trampas tendidas para sabotear su carrera de artista”.
A principios del verano de 1908, Gustl termina su curso en el conservatorio y se marcha a Linz. Los dos jóvenes se despiden hasta septiembre, pero diversas vicisitudes de la inestable vida de Hitler harán que no vuelvan a verse hasta treinta años después: después de la anexión, en 1938.
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