Según los medios austriacos, ayer la carrera política del vicecanciller austriaco estuvo a punto de hacer chimpún. Te explicamos por qué.
13 de Enero.- Muchos de mis lectores, estoy seguro, habrán trabajado en una empresa que haya ido mal. Y, cuando hablo de empresa, utilizo el término en el sentido más extenso y cervantino (aquello de “acometer audaces empresas”) para indicar cualquier actividad humana.
Una regla de funcionamiento de estos racimos de personas en situación límite es que, cuando una actividad grupal cualquiera se tuerce, siempre se producen tiras y aflojas entre diferentes facciones, conflictos que terminan por resquebrajar la cohesión de la organización y permitiendo, en el mejor de los casos, que los miembros separados se integren en otras organizaciones para seguir dándole leña al mono, que ya sabemos todos que es de goma.
El clásico problema del coche y la curva
La distribución de fuerzas suele ser la que nos enseñaban cuando éramos pequeños y, en el bachillerato, estudiábamos física con el clásico ejemplo del coche que tomaba la curva.
Por un lado, del coche tiraba hacia dentro de la curva una fuerza llamada centrípeta (“centrípeta”, qué bonita palabra,por cierto) y había otra, llamada centrífuga, que tiraba del coche hacia fuera (era una fuerza malvada, porque trataba de que el conductor se empotrase contra esos bonitos árboles de tronco marrón y follaje verde que siempre decoraban las áridas ilustraciones de nuestros libros de texto).
En una organización, suele pasar lo mismo: las fuerzas centrípetas están representadas por los que tienen la sartén por el mango y, por lo tanto, quieren que todo siga igual. Las fuerzas centrífugas son las de aquellas personas que piensan que el líder es un bragazas y que ellos, en su puesto, lo harían muchísimo mejor y, por lo tanto, se esfuerzan en socavar su liderazgo por todos los medios a su alcance.
Mi experiencia es que, cuando se presentan estas discrepancias en el seno de las organizaciones es que el burro ya está muerto y hay una banda de buitres haciendo círculos sobre él los cuales buitres, más tarde o más temprano, van a hincarle el pico ansioso en el cuello.
Naturalmente, en estos casos, los únicos que tienen razones para ponerse tristes son los que pierden el poder como resultado de la quiebra del statu quo. Los otros, podemos contentarnos con encogernos de hombros. Ninguna organización es eterna (ya lo decía Santa Teresa, que los imperios estaban hechos de ramitas de romero seco). Es la dinámica de la Historia.
Crisis en el Partido Popular
Todo esto viene a cuento de que el Partido Popular Austriaco va mal.
No tan mal para que la situación sea dramática, pero sí lo suficientemente mal como para que algunos de sus miembros más prominentes hayan empezado a mover el culo en sus sillas y a intentar, dentro de su margen de maniobra, hacerle la cama al líder y vicecanciller, Sr. Michael Spindelegger.
Confección de lecho que se concretó ayer en una reunión “de crisis” en la que Spindelegger amenazó a sus críticos (5 de los nueve barones de su partido) con darse el bote y retirarse de la vida política. Con “dar la campaná”, o sea.
La lista de acusaciones contra Spindelegger es larga aunque podría resumirse muy bien en que el canciller tiene la misma capacidad de ilusionar que un trozo de patata cruda. La vida junto a él debe de ser un trago eterno a un vaso de leche que no se acaba nunca. Spindelegger es como esa definición que daban de cantautor en La Hora Chanante. Aquello de que “cantautor es una persona que abre la boca y te da bajón”. Pues eso.
El ÖVP y Slama
Hasta ahora, los dirigentes del ÖVP, lo mismo que los del Partido Socialista austriaco, han vivido de la inercia que les daba estar sentados sobre amplias masas de votantes que eran “rojos” o “negros” casi genéticos. Unos votantes que tenían todos clarísima la imagen de marca del partido que nos ocupa: ideario católico, más preocupación por el orden que por la justicia y una alergia (tan austriaca) a cualquier tipo de experimento o de cambio. Al ÖVP, como a Slama (decíamos ayer) lo están matando los cambios sociológicos. Europa es cada vez menos católica en el sentido en que lo era hace cincuenta años (y allá que van a ir los políticos del FPÖ al parlamento europeo, a defender “la civilización occidental” contra el ataque presunto de la grey mahometana, qué castigo, señor) y el personal, a pesar de la poca querencia que tiene por los experimentos y los cambios, se va haciendo cada vez más flexible al tiempo que suben las ventas en Amazon.
Por otro lado, ante gentes amantes del orden y del escalafón, es muy difícil justificar decisiones como la de hacer Ministro de Exteriores a Sebastianico el Corto –a pesar de que la oficina de prensa del ÖVP eche humo y no cese de dar la turra con lo eficiente que es el chaval y el aprecio que le tienen todos los ministros exteriores europeos, que le regalan chocolatinas y disculpan los graves errores gramaticales que comete cuando habla-.
No es pues, todo culpa de Spindelegger y es muy poco probable que, poniendo de recambio a Erwin Pröll –que es en quien todos están pensando: un hombre eficiente que lleva ternos hechos a medida y que podría ser una especie de abuelo autoritario e impaciente– el ÖVP fuera a mejorar sus resultados en las encuestas.
Ayer, la “reunión de crisis” se cerró a la una de la noche, con Spindelegger diciendo que “¿Crisis? ¿Qué crisis? Aquí no hay crisis”. Pero la verdad es que todo el mundo piensa que no es cierto (menos él y su madre, claro).
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