Un teniente coronel, un recluta, un burdel ¿Cómo se organizan estos elementos? Hay gente que tiene ideas muy originales al respecto.
Hace algunos meses, informábamos a propósito de la original idea de un emprendedor vienés para levantarle el ánimo al personal en estos tiempos de crisis.
Trabajadoras de lo que llaman amor cuando quieren decir sexo
Se trataba de abrir un burdel en el que los clientes pudieran mantener comercio carnal con las trabajadoras mientras el cuerpo (ejem) les aguantase, a cambio de una tarifa plana. En un país como Austria, en donde la prostitución es una actividad regulada (vamos, para las y los que la ejercen por lo legal, que no son desgraciadamente la mayoría) la única cosa que preocupó a la opinión pública fue que las hetairas trabajasen voluntariamente en posición horizontal, o sea que no fueran víctimas de ninguna red de tráfico de personas y que las mujeres no vivieran hacinadas.
A los que venimos de países tradicionalmente más pudibundos, siempre nos resulta muy dudoso eso de que alguien pueda dedicarse a vender su cuerpo de forma voluntaria y nos parece, mal comparado, que las obreras del amor, aunque ejerzan con todas las garantías médicas y paguen sus impuestos, tienen un oficio igual de degradante que las señoras generalmente tristoncillas que, en estos países de habla extraña, hacen guardia a la puerta de los servicios, recogiendo el óbolo que pagan los meones por echar un pis.
Es, sin duda, por nuestra educación judeocristiana que nos ha hecho polvo para siempre la tolerancia hacia ciertos fenómenos, y que nos ha dejado en el fondo de la mente el error de relacionar sexo con alguna clase de afecto. Aquí, para mucha gente, esa velocidad no tiene nada que ver con ningún tocino y dos adultos pueden perfectamente encamarse, intercambiar sus fluidos previo pago y luego, si te he visto, tengo Alzheimer.
No es el orgasmo de pago lo que encrespa los ánimos de la ciudadanía, sino los previos.
Los que tienen que servir
Ayer, se juzgó en Krems un caso al que no se le dio publicidad en su momento, por temer las autoridades que pudiera influir en la objetividad del pueblo soberano de EPR en cierta decisión importante que se ventilaba: ¿Ejército profesional sí o no?
Pues di que, días antes de que se celebrase el referendum (que ganó la mili obligatoria, por cierto) un oficial del ejército austriaco tuvo una reunión de trabajo que, lo que son las cosas, derivó en una conversación privada presuntamente generosamente regada con alcoholes en el bar de un hotel de Krems, bonita localidad marco-incomparable-de-belleza-sin-igual, sita en la Wachau.
Llegada la madrugada y, con ella, la hora de cierre del bar, el oficial del ejército austriaco sintió aullar en sus venas las ganas de farra (aquello que cantaba Gloria Estefan de “mi cuerpo pide salsa, y con este ritmo no quiero parar”) así que decidió llamar a un recluta (21 tiernos años, carnet de conducir fresco, torrente sanguíneo libre de alcoholemia) para que saltase del catre, cogiera un vehículo militar y le llevase a él y a sus acompañantes a una casa de señoritas complacientes (de esas que fuman y te hablan de tú). No solo eso, sino que hizo esperar al recluta a la puerta del establecimiento, hasta que él hubo echado el/los coito(s) correspondiente(s) –aunque ya se sabe que el macho de la especie humana tiene a veces algunos problemas para pegar la hebra cuando antes ha habido ingesta-. La espera del recluta, en el frío nocturno de la localidad junto al Danubio, se prolongó durante varias horas.
El chaval (la juventud ya no tiene respeto por nada) denunció los hechos y el oficial se sentó en el banquillo de los acusados. Entre él y su abogado defensor, trataron de convencer a la juez de que el tema se había tratado de la típica relación de complicidad masculina que, sin que medie la caida de una pastilla de jabón en las duchas, se produce en entornos en donde las mujeres son minoría.
-¿Que lo saqué de la cama? Nada de eso, señoría. Le pregunté que si quería llevarme al puticlub y él se ofreció amablemente. Ya sabe usted, un día por ti y otro por mí. Los hombres machotes somos así. Una cosa privada, nada que ver con el ejército ¿A que sí, Hansl? Venga, pelillos a la mar.
La juez, dado el hecho de que el oficial entró en la “casa de carreras” con las botas (militares) puestas, no se ha dejado convencer y le ha puesto a nuestro Torrente 7200 laureles de multa.
Cabe apelación.
Otro ejemplo desternillante de relaciones conflictivas superior-recluta aquí.
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