Hoy las fuerzas del mal han quedado para salir a la calle. Con este motivo repasaremos algunas contribuciones austriacas a la historia universal de la infamia.
30 de Enero.- Como ya informábamos el otro día, hoy, la apacible imagen de esta ciudad, se va a ver turbada un año más por un aquelarre incalificable (se mire desde el lado de la barricada desde el que se mire): el Akademikerball, antes conocido también como el baile de los Burschenschaften o, en este blog, como “la muchachada nuí”.
Y es que, a pesar de que les queramos tanto, no se puede ignorar que hay una parte de la sociedad austriaca (pequeña, afortunadamente) que cuanto más la conoces más quieres a tu perro.
Para repasar un poquito esta veta maligna, que ni empieza ni acaba (!Ni mucho menos! en el tito Adolf) vamos a hacer hoy un post de austriacos perversos que decían, con la Bruja Avería lo de “viva el mal, viva el capital”. Allá vamos:
La manía de Rodolfo de Habsburgo de dejarlo todo atado y bien atado
En la actualidad, el Marchfeld es un apacible territorio agrícola que es famoso por dos cosas: a) por sus riquísimos espárragos y b) por unos pequeños, pero salados pozos de petróleo de los que se extrae crudo necesario para que pueda correr un ciclomotor –como máximo-. Sin embargo, en la edad media, se produjo en esta feraz parte de Austria una batalla que sería decisiva para su historia. Fue la batalla que enfrentó, el 26 de Agosto de 1278 a Rodolfo de Habsburgo contra el Rey Ottokar –el mismo del que luego Tintín buscaría el cetro en el cómic del mismo título, por cierto-. En aquella siniestra carnicería lucharon sesentamil soldados, de los cuales docemil no pudieron volver a casa para besar a sus niños ni a sus novias. Pues bien: el bestia de Rodolfito, para que no corriera el rumor de que Ottokar había sobrevivido, hizo buscar su cadáver, le vació las entrañas, las rellenó con ceniza y mantuvo el guiñapo resultante expuesto durante 30 días, para escarmiento de sus enemigos. Para que luego digan que la Edad Media no fue una época oscura.
El emperador Leopoldo y las mujeres
La pobre Margarita de Austria, de actualidad porque fue la última flor que produjo la rama de los Austrias españoles y su imagen fue perpetuada por el genial Velázquez, no tuvo buena suerte con los hombres (vamos, con El hombre). La casaron con su tío, el emperador Leopoldo, cuando ella tenía quince años y él tenía 26. Ambos eran fruto de inextricables matrimonios consanguíneos. Cuando se casaron, ella era, al mismo tiempo, su tía y su prima (una locura). A pesar de lo cual, la pobre Margarita cumplió como una campeona y dio a luz varios hijos antes de morir ella misma, a los veintiún años (espera que llegue la resurrección, para poder cantarle las cuarenta al cafre de su marido en la cripta de los capuchinos de Viena).
Leopoldo era un juerguista con los labios como dos salchichas (igual que Angelina Jolie) y dicen que aficionado a la danza y al teatro, pero la verdad es que, para ciertas cosas, no era muy sensible. Muerta que fue, a las dos semanas de vida, una de sus hijas, el emperador no se sabe si con resignación cristiana o con qué, declaró: “Si hubiera sido un varón, que era lo que habíamos pedido que fuera ¡Vaya pena hubiera sido, Jesús! Pero de una muchacha se olvida uno más fácilmente”.
Los asesinatos en masa de la época nazi
Casi cuatrocientosmil austriacos fueron esterilizados forzosamente por los nazis. En 1940 empezó el asesinato sistemático de más de 70.000 enfermos y minusválidos (se llamó el programa T-4). En el castillo Hartheim, en Alta Austria, fueron asesinadas entre enero del 40 y Diciembre de 1941 18.269 personas. En el Otto Wagner Spital, en Viena, fueron asesinados 772 niños y jóvenes en un programa de “eutanasia” . La dirección de la siniestra maquinaria así como la operativa de aquella siniestra fábrica de muerte fue llevada con extrema eficiencia por un puñado de médicos y enfermeras austriacos. En otro momento, hablaremos, por cierto, de los miles de españoles que también sucumbieron en Mauthausen.
La solución final que estuvo a punto de serlo (literalmente)
En marzo de 1938, justo antes de la anexión, había en Austria alrededor de 201.000 personas que, según las leyes raciales de Nuremberg podían ser calificadas como judías, medio judías, un cuarto de judías o un octavo de judías. No eran todos los judíos austriacos porque, para aquellas fechas, ya muchos habían emigrado. Hasta 1941, 130.000 personas consiguieron emigrar al extranjero. 65.500 judíos austriacos fueron asesinados por los nazis. En abril de 1945, cuando se terminó la guerra, solo quedaban en Austria 5.500 judíos.
Dos pájaros de cuenta
De los veintidós acusados del Juicio de Nuremberg, dos eran austriacos. Uno, el jefe de policía Ernst Kaltenbrunner, un alto cargo de las SS el cual perteneció, desde su juventud, a la Burscheschaft (o hermandad de antiguos estudiantes “Arminia Graz”) y el antiguo vicecanciller Arthur Seyss-Inquart, principal artíficie de la entrega de Austria al Reich Alemán y, posteriormente, jerarca nazi que solo pensaba, como todos los protagonistas del post de hoy, en hacer el mal. Fue, por ejemplo, comisionado del Reich para los Países Bajos en donde fue directamente responsable no solo de la brutal represión contra los judíos, a los que esclavizó de diferentes maneras, sino también se hizo de oro saqueando sus bienes. Ambos bicharracos fueron declarados culpables y se les condenó a la horca. Sus cadáveres fueron después incinerados y con sus cenizas se contaminó el pobre arroyuelo Conwetzbach, que no tenía la culpa de nada. El Conwetezbach, por cierto, es un afluente del Isar.
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