Stefan Zweig: la fuerza en la melancolía (1)

Opera Estatal de VienaEl mundo vive una época especialmente oscura. Para iluminarla un poco, acudiremos hoy al talento de Stefan Zweig, un escritor que está de actualidad.

29 de Agosto.- Ayer apareció en la edición digital del periódico español El País un artículo en el que se decía que un veinte por ciento de la población estaba aquejada (porque la verdad, no es ninguna bicoca) de sensibilidad. O sea, que hay personas que, debido a cierta configuración genética y a un cerebro que genera según qué sustancias, tienen una percepción más aguzada de las cosas y los acontecimientos les hacen más mella. También suelen ser gentes que lo pasan peor ante situaciones desconocidas para ellos y tienden a la depresión.

No se puede saber (bueno, se podría si se exhumaran sus restos) pero probablemente el escritor austriaco Stefan Zweig, tan de actualidad en estos momentos debido a la oscuridad por la que pasa el mundo, sería uno de estos.

Me ha venido a la memoria, por cierto, porque el otro día, el que pasa por ser una de las personas más inteligentes de este país, el presentador de televisión Armin Wolf, le citaba en un largo texto que he pensado en traducir y publicar próximamente.

En fin: volviendo a Stefan Zweig, del que hoy hablaremos.

Uno de los escritores más relevantes de la primera mitad del siglo XX nació en Viena en 1881, o sea en el apogeo del reinado del emperador Francisco José en lo que, en aquella época, era el fermento de la élite cultural de esta capital: la rica burguesía judía que había llegado a la capital procedente del este de Europa y se había enriquecido gracias a su industriosidad (el paleto de Braunau que luego enviaría a muchas de estas personas a la cámara de gas les envidiaba precisamente eso: la elegancia innata, a veces un poco decadente, y la especie de predestinación que los ricos tienen a que todo les sea más fácil).

La familia Zweig, como solía suceder también con sus pares, podría decirse que era judía pero no practicante y, por lo mismo, Stefan se definiría más tarde a sí mismo como „judío por casualidad“.

Quien quiera aprender más a propósito de la familia de Stefan Zweig, materia que excede estas breves líneas, podrá hacerlo leyendo su obra maestra, „El mundo de ayer“ (la obra maestra de Stefan, claro, no de su familia) aquí, de momento, digamos que, cuando terminó la matura (la cursó en el Gymnasium de la Wasagasse el cual, por si alguien se quiere pasar, está en el distrito nueve) se matriculó en la Universidad de Viena en la facultad de filosofía porque al chaval, claro, le habían tirado las letras desde chico. No fue buen estudiante. De hecho, retrasó el final de sus estudios todo lo que pudo porque, porque lo que a él le gustaba era escribir en los periódicos. Particularmente en el Neuen Freien Presse, que dirigía su amigo Theodor Hertzl, el cual pasa por ser uno de los padres fundadores del sionismo moderno.

Después de que, durante una época, y como hubiera dicho Antonio Gala (leer con voz de Antonio Gala) „Stefan Zweig velase las armas de la literatura frente a Nuestra Señora la poesía“, el escritor vienés publicó su primera novela, en 1901. Se llamaba El Amor de Erika Ewald. Por esos años también, y para alegría de sus padres, el muchacho se sacó por fin la carrera y se hizo doctor en Filosofía. En aquella Viena efervescente, sujeta también a violentas tensiones nacionalistas (y naZionalistas, aunque todavía no se hubiera inventado el término) el estilo de Stefan Zweig fue madurando y se hizo una mezcla jugosa de fuerza narrativa, de penetración psicológica y de nostalgia que recorre como una veta dorada toda su obra.

No solo escribía obras de creación. Incansable, Zweig tradujo al alemán a varios poetas franceses (Verlaine entre ellos). Sus libros se publicaron en todo el ámbito de habla alemana, antes y después de la primera guerra mundial.

Como tenía, por su familia, el riñón bien cubierto, Stefan Zweig no reparó en gastos a la hora de vivir bien y de darle a su cultivadísimo espíritu todos los placeres y estímulos que el dinero de su época podía pagar. Viajó mucho, a la India y a América entre otros sitios y, en todos los lugares en donde estuvo Zweig trató de entablar relaciones e intercambios con los escritores locales, con los que, muchas veces, mantuvo durante años una nutrida correspondencia.

En relación con esto, hay que decir también que Stefan Zweig tenía un pasatiempo un poco bobo en opinión del que escribe esto y es el de coleccionar autógrafos de gente famosa viva o muerta ya en su tiempo.

Es muy probable que, entre su colección, figurase el autógrafo de Rainer Maria Rilke, al que le unió una amistad bastante duradera. El estallido de la primera guerra mundial pilló a los dos grandes hombres bastante desprevenidos, aunque pronto decidieron de consuno no participar en aquella bestialidad. Rilke lo consiguió pronto mediante el certificado médico correspondiente y Zweig tardó todavía tres años hasta que, en 1917 (un poco tarde, pero bueno) consiguió ser relevado del servicio. Se mudó a Zurich, en la neutral Suiza, y allí fue corresponsal de varios periódicos vieneses.

Terminada la guerra, en 1919, Stefan Zweig volvió a una Austria que había cambiado mucho desde que él la dejó. Curiosamente, a Zweig le pasaba lo que a mí, al hombre, que allá donde él estaba, estaba también la noticia y, el mismo día en que él cruzaba la frontera desde Suiza a EPR, la cruzaba, pero en sentido contrario, el último emperador, Karl con su mujer Zita y sus niños. Zweig se mudó a Salzburgo, en donde, antes de la guerra, había comprado el palacete Paschinger -hoy, patrimonio de la Humanidad por estar en el centro de Salzburgo- !La de veces que yo habré pasado por delante sin saber quién había sido el inquilino más famoso del edificio!

Aunque esta parte de la historia de Stefan Zweig la contaremos próximamente.


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Comentarios

2 respuestas a «Stefan Zweig: la fuerza en la melancolía (1)»

  1. Avatar de victoria
    victoria

    Soy fan devota de Zweig desde hace muchos años, y el año pasado tuve el enorme placer de leer “El mundo de ayer” (además de una biografía sobre Magallanes, escrita por él también). Me da muchísima pena que un hombre tan lúcido, inteligente, y divertido, que escribía de una manera tan ágil, de forma que te atrapaba desde el primer instante, se pegara un tiro porque pensaba que los nazis ganarían la guerra, y porque no pudo soportarlo. A mayores, nunca dejó de añorar su muy amada Viena. Y es que los nazis no sólo mataron personas, mataron una forma de vida, una cultura, una intelectualidad, un mundo que quizá estaba llamado a desaparecer, pero no de una forma tan violenta. Por suerte, no todo desapareció, no todos los libros pudieron ser quemados en la Babelplatz, y el espíritu de aquellos tiempos aún sobrevive y nos puede servir de profunda reflexión en los magníficos libros de Stefan Zweig.

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