Viena mojada en viernes

HauptbahnhofEl día preferido del bloguero es el viernes, entre otras cosas porque puede ver la vida pasar. Si bien se mira, lo mejor que se puede hacer en una estación de tren.

25 de Septiembre.- El día preferido del bloguero es el viernes. Y hoy ha amanecido un viernes fenomenal. Un día de esos en los que mira por la ventana de la oficina y, sobre el paisaje urbano (más bien feo, las cosas como son) se extiende un manto de nubes oscuras y llueve, como en un manga japonés.

El día preferido del bloguero es el viernes porque sale más temprano de trabajar y luego coge el tren hacia Burgenland y, en ese rato (hora y media) está solo. Un lujo, en los últimos tiempos, infrecuente. Y no es que al bloguero le desagrade la gente -todo lo contrario- sino que, de vez en cuando, ya lo decía Ortega (la mitad del conocido dúo Ortega y Gasset) las criaturas necesitan sumergirse en sí mismas, „ensimismarse“ y pensar, y pasar revista a lo que les pasa y a por qué les pasa. El bloguero aprovecha estos momentos para esas labores de mantenimiento o, simplemente, para ver la vida pasar.

El bloguero coge el tren hacia Burgenland en la Hauptbahnhof de Viena. Cuando emerge al vestíbulo de la estación se encuentra con que reina una agitación mayor que de costumbre. Son, claro, los refugiados. Personas de todas las edades, mujeres, niños, muchísimos hombres entre los veinte y los treinta y cinco años. Huele a humanidad, a ese olor picante del sudor retestinado que el bloguero recuerda de sus años de escuela, en aquellas clases para cuarenta y tantos alumnos, sótano triste, cimiento de su niñez, que de vez en cuando los profesores tenían que airear porque muchos de los críos de aquella época sólo se bañaban los domingos „aunque no les hiciera falta“ como aquella reina de Inglaterra.

En este caso, el bloguero sospecha que lo que huele es el miedo, son los kilómetros recorridos, es el cansancio.

El bloguero observa a la gente (es su pasatiempo favorito) y constata que, entre los austriacos y los refugiados, como en la canción de Kiko Veneno, parece haber „un muro de metacrilato“. Aunque compartan el mismo espacio, es claro que los refugiados y los vieneses habitan en dimensiones paralelas pero que rara vez se tocan. Y, cuando lo hacen, los austriacos reaccionan con una naturalidad un poco forzada, como la de esas personas que no saben qué hacer en presencia de otra discapacitada.

Las señoras sirias, sentadas en el suelo, tienen alrededor a sus chiquillos. Los hermanos mayores, con los chiquitillos en brazos, los entretienen subiendo y bajando por las escaleras mecánicas. Los hombres fuman en los andenes a pesar de que está prohibido y nadie les dice nada. De vez en cuando, los voluntarios que pastorean a los varios cientos de personas que ocupan involuntariamente la estación, se dan una carrera (¿A quién buscan? ¿Por qué lo hacen?). Llueve y los hombres que esperan se meten en los habitáculos de cristal y se echan unas risas. De vez en cuando, algunos zagales salen de los habitáculos de cristal y se acercan a las máquinas de venta automática y las miran como si fueran objetos salidos de un mundo maravilloso, y luego miran las monedillas que tienen en la mano, y después vuelven a mirar la máquina. Luego, un caballero flemático, de unos sesenta años, gabardina y pinta de ser administrativo de alguna empresa cercana a la estación, se hace entender y les explica el funcionamiento de la máquina. Los refugiados observan al hombre con un gran respeto y luego, miran las monedas, y se dan la vuelta. Más vale pájaro en mano, supongo.

Subo al tren de Pamhagen, uno de los convoyes antíguos (los modernos parecen un avión). Por la ventanilla, observo a un sirio con el uniforme consabido -que comparte con sus primos turcos-, chandal, y mocasines. El hombre se fuma un cigarro con aire un poco melancólico pero no parece triste.

A unos cuantos kilómetros, en una sala alfombrada de un palacio del primer distrito, Viktor Orbán, el primer ministro turco húngaro ha venido a que, como decía Rafael Azcona, „le pasen la mano por el lomo“. Al final, como ya predijo el bloguero, el canciller Faymann ha tenido que tragarse el sapo de darle la mano a Orbán y decirle que donde dije nazi digo Diego. Orbán se ha dejado querer y, para que no digan nada, en esta visita a Viena no ha querido quedar con el que es su par natural, Strache el cual, de todas maneras, tampoco está muy por la labor de hacerse una foto con el lobo feroz en vísperas de unas elecciones (de muchas elecciones) en las que todo el mundo le da por ganador.

¿Sabrá algo de esto el hombre sirio? Es improbable. El tren se pone en marcha y yo me sumerjo en mi Murakami. Por la ventana, pasan los campos que vuelven a estar verdes. Austria, mojada, parece que es más Austria.


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Comentarios

Una respuesta a «Viena mojada en viernes»

  1. […] y se hacían referencias a la conflictiva relación que tuvo el anterior canciller, Sr. Faymann, con su vecino húngaro, al que incluso llamó poco menos que nazi por el trato que el Gobierno húng… (se recordará que, tiempo más tarde, al objeto de conseguir un poco de colaboración húngara, […]

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