Los europeos nos hemos acostumbrado a movernos por el espacio Schengen como Pedro por su casa ¿Qué consecuencias tendría que dejara de existir?
22 de Febrero.- Schengen es una localidad que está en el Gran Ducado de Luxemburgo, ese país de juguete que, a juzgar por las apariencias, está lleno de gente forrada o de gente que lleva sus forros para que se los guarden.
La ciudad de Schengen es famosa, sin embargo, porque su nombre está escrito (felizmente, y mientras dure) por todos los aeropuertos de la Unión debido a que, en 1985, los entonces países miembros de la Unión Europea firmaron allí el acuerdo de Schengen, por el cual se consagraba uno de los pilares de esta Unión que nos cobija a todos: o sea, la libre circulación de personas y mercancías dentro del espacio Schengen.
La entrada en vigor del acuerdo supuso, supone aún, un enorme avance, particularmente en el aspecto económico y es, junto con la moneda única, una de las cosas que más nos ha mejorado la vida a los ciudadanos europeos (aunque no haga falta decirlo, lo digo, por aquello de ¿Qué han hecho los romanos por nosotros?). Una de las pruebas del éxito de Schengen es que para los europeos, sobre todo para los que nacieron a partir de 1990, el moverse por la Unión como Peter por su Wohnung, se ha convertido en una cosa completamente natural y ahora, cuando se establecen controles en las fronteras, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es que ha sucedido alguna desgracia.
En los últimos tiempos, debido a los tiras y aflojas a causa de los refugiados que llegan de Oriente Medio y de la desconfianza que ha empezado a reinar entre los países europeos (y que ha llevado, por ejemplo, a que Austria y Alemania estén pasando estos días por una situación muy tensa, después de haber estado casi desde el principio de esta crisis a partir un piñón) se han restablecido los controles de fronteras en la ruta denominada „de los Balcanes“ y, si la cosa sigue como va, es probable que este verano haya también controles de fronteras entre Austria e Italia, por ejemplo, así como entre Austria y los países del este (en particular con Hungría, un país que está tomando una deriva política cada vez más chunga cubata, pero eso es otra historia).
Hoy, un medio austriaco publica un informe, que los lectores de Viena Directo que hayan entendido a Montserrat Caballé en el post de ayer podrán leer si pinchan aquí, en el se evalúan qué consecuencias tendría para Alemania y para Austria que el acuerdo de Schengen se suspendiese durante un periodo de tiempo largo.
Sería una tragedia gorda, no solo por la carga simbólica que tendría, sino también desde el punto de vista económico. En Austria, una suspensión de Schengen que abarcase de hoy a 2025 supondría una pérdida de 1.4 puntos de PIB. Esto, parece una tontería, pero en un escenario pesimista podríamos estar hablando de 43 millardos de Euros, que no es el chocolate del parrot precisamente.
Los engorros subsiguientes serían también morrocotudos. Decaería el turismo intraeuropeo, por ejemplo (en Austria, debido a los controles, la temporada de invierno está siendo más floja que otros años).
También, por ejemplo, aumentarían los costes de las empresas. Por muchas causas. Por ejemplo, la pérdida de horas de trabajo que supondría el tener a los transportistas esperando en las fronteras; o los costes de almacenaje. Actualmente, las empresas pueden permitirse tener stocks mínimos, porque los tiempos de abastecimiento entre los diferentes países de la UE son muy reducidos. Los controles llevarían a tener que mantener stock de todas las cosas posibles. Costes mayores, naturalmente, llevarían a precios más altos ¿Y quién pagaría esos costes? Ya lo sabemos todos: el consumidor.
El mundo del trabajo quedaría también seriamente tocado. Por ejemplo, si se restableciesen los controles de fronteras anteriores a 1985, las personas que trabajasen en regiones fronterizas tendrían muchísimo más complicado llegar todos los días al lugar del curro (¿Cuánta gente, incluso lectores míos, trabajan en Burgenlad o Viena y viven en Bratislava?); también el sector turístico sufriría un serio golpe (la pregunta anterior podría hacerse con los turistas que aprovechan las fragantes primaveras centroeuropeas para darse un garbeo por varios países).
Quisiera terminar el post de hoy con dos consideraciones: la primera, que los países del este que, como Hungría, so capa del racismo más o menos disimulado, llevan dando guerra (por no decir porsaco) con el tema de los refugiados, serían tremendamente damnificados si Schengen se recortase o se suspendiese.
Y segunda, y final: que, las más de las veces, todo este tipo de decisiones se toman desde las alturas más por motivos ideológicos y deseando contentar a lo más radical (y cenutrio) de los electorados que pensando en el interés general. Esperemos que esta vez no sea así.
Deja una respuesta