Hitler en Viena (4)

Antes de llegar a Viena, Adolf Hitler se convirtió en un NiNi . Hoy veremos la cadena de acontecimientos que le llevaron a ese estado.

En episodios anteriores : Alois Hitler muere de un colapso. Un hombre con una vida privada complicada. Las mujeres de la familia Hitler.

2 de Junio.- Cuando Adolf Hitler vino al mundo en 1889, su padre Alois tenía 52 años, o sea, la edad suficiente para ser su abuelo. Entre Hitler padre y Hitler hijo mediaba el foso de una enorme diferencia de edad. Con todo lo que eso implicaba. Si el padre no estaba en condiciones de entender al hijo, no es menos cierto que para Adolf Hitler su padre debía de ser algún tipo de extraterrestre, perpetuamente malhumorado y autoritario.

Cuando Alois Hitler murió, Adolf Hitler era un alumno sumamente mediocre de la escuela superior de Linz.

EL PRÍNCIPE DESTRONADO

En Leonding, protegido por la sombra borrosa y panzuda del prestigio de su padre/abuelo, Adolf Hitler había sido una especie de cabecilla de los chavales de su barrio. Sin embargo, Linz significó para él no solo el fin de la infancia, en una época en la que la infancia y la adolescencia, eran entendidas como estados de debilidad de los que había que curarse lo antes posible, sino también el fin de esa cómoda posición modelada por tres circunstancias :

la primera, el ser el hijo mimado de su madre ;

la segunda, el prestigio ausente y lejano de su padre, demasiado ocupado en su trabajo para saber que existía ;

la tercera, la poca exigencia de la escuela a la que iba.

De un día para otro, su padre se jubiló y su presencia se hizo contínua aumentando la tensión en casa de los Hitler, su madre no pudo hacer nada por evitarlo y, en la escuela de Linz, a la que su padre insistió en enviarle, los maestros no eran tan clementes como en Leonding.

Para un adolescente de trece primaveras, una serie de tragedias prácticamente irreparables.

ADOLF HITLER, EL HOMBRE QUE LLEGÓ DEL FRÍO

De manera que Adolf Hitler, el hijo del inspector de aduanas, descubrió en Linz el frío que hace cuando los demás no consiguen ver en uno las cualidades que él cree poseer.

La provinciana Linz, comparada con Leonding, era una gran ciudad y, a pesar de que Adolf Hitler decía a quien quisiera oirle que venía « de buena familia » lo cierto es que, probablemente, el detector que tienen los ricos para localizar a otros ricos no funcionaba con él.

No era feliz. Obligado a vivir a unos ochenta kilómetros de su casa, compartía una pensión, dirigida por una viuda, Frau Sekira, con otros cuatro chavales de su edad, los cuales, no solo se negaban (incomprensiblemente para Hitler) a considerarle uno de sus iguales, sino con los que, probablemente, no conseguía empatizar.

A pesar de que hacer una observación así sea un poco arriesgado es muy posible que, fuera del que sentía por su madre Klara, Adolf Hitler no consiguiera entablar relaciones de afecto con ninguna persona que no fuera él mismo (o su perro Blondi, que le daría mucho más tarde la clase de adoración sumisa e incondicional que era el único matiz del amor que Hitler podía interpretar).

También es muy posible que Adolf Hitler sufriera (sin duda inconscientemente) por no poder ver en las otras personas más que figuras de cartón recortadas que se movían por impulsos de los cuales él tenía un conocimiento que no pasaba de la teoría. También es muy posible que clasificara los logros de los otros, debidos al trabajo duro y sistemático, dentro de las injusticias causadas por el favoritismo o a una suerte que a él le era esquiva.

Como suele suceder con el tipo de personas al que Hitler pertenecía, transformó su frustración en rencor. Un rencor que se haría profundo, sordo y omnipresente cuando Hitler, tras dar algunos tumbos, llegase a Viena.

Los otros cuatro colegas de alojamiento se trataban entre sí de tú, sin duda la expresión de su fratría que a Hitler debía de resultarle más hiriente. El futuro dictador, como queriendo dejar clara la distancia que les separaba, les trataba a ellos de usted. Al principio a los otros chicos les sorprendió un poco, pero terminaron por acostumbrarse y, al final, les pareció natural.

VANA INQUIETUD Y MALAS CALIFICACIONES

En 1904, muerto ya su padre, las calificaciones de Hitler eran tan desastrosas que  cuando se terminó el curso los maestros le dijeron a Klara Hitler que tendría que repetir curso por segunda vez. Desesperada, sufriendo y debatiéndose entre el amor cigo que sentía por su Adolf (el primero de sus hijos que había sobrepasado la infancia) y los últimos restos de sentido del deber (sin duda impulsados por el orondo fantasma de Alois, el marido/padre) Klara Hitler matriculó a su hijo en otra escuela, en Steyr. No hubo ninguna mejoría. De hecho, al final del curso, en 1905, las notas de Hitler eran tan malas que se emborrachó y terminó limpiándose el culo con el boletín, de manera que tuvo que solicitar un duplicado.

A la altura de 1905, Hitler se convirtió en un NiNi (Ni estudia, ni trabaja). Probablemente fuera en ese momento cuando cobró fuerza dentro de él la idea de que, si no encajaba en el mundo era porque, quizá, tenía una personalidad « artística ». Su facilidad para el dibujo le dio una coartada. Su madre alentó sus fantasías. Quizá pensó que, en aquella época en la que la doble monarquía bullía de artistas, su hijo terminaría triunfando. La Historia está llena de casos de madres que ven en sus hijos cualidades que no tienen.

(Continuará)


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