El Barón Sanguinario (3): Caída del Ejército Blanco

La vida escribe novelas que le hacen una seria competencia a la ficción en desmesura y acción trepidante.

La primera parte de esta historia está aquí

Puedes encontrar la segunda en este link

Ungern se siente frustrado. Todo aquello que no sea la guerra le aburre, le subleva. En la ciudad de Harbin, entonces una colonia rusa, libra una batalla en la que no hay honor. Necesitan armas, dinero, mercenarios. Tiene que hacer política, reunirse con los japoneses y los chinos, negociar con los generales de sillón del ejército blanco. Escucha promesas que jamás se cumplen. La División Especial Manchuria, después de la toma de alguna guarnición y de algunas escaramuzas exitosas en Siberia, ha tenido que retirarse a Manchuria ante el avance del Ejército Rojo. Y Ungern, malencarado e insolente, odia cada minuto que pasa lejos del campo de batalla.

Semenov, más pragmático, sabe que necesitan un aliado poderoso para poder ganar la guerra. Y lo encuentra. Japón quiere expandirse. Manchuria, Mongolia y el este de Siberia son su “Lebensraum” natural y un aliado ruso como Semenov hace que sus ansias imperialistas parezcan menos alarmantes para un occidente siempre temeroso del “peligro amarillo.” Empiezan a proveer a Semenov con armas y dinero para contratar mercenarios.

Funciona. En agosto de 1918 regresan armados a Transbaikalia y expulsan al Ejército Rojo. Semenov se proclama Atamán (comandante supremo de los ejércitos cosacos). Nadie se engaña con respecto a quién manda: la bandera del sol naciente ondea a lo largo de las líneas férreas en Transbaikalia. Semenov asciende a Ungern a mayor general y lo nombra comandante de la ciudad de Dauria.

Durante los dos siguientes años, Ungern será un ascético señor feudal. Será el rey absoluto, el comandante del ejército y la ley. Sigue obsesionado con Mongolia y con las profecías. Y su feudo de Dauria, incluso en una época tan sangrienta como la guerra civil rusa, destaca por su infamia. Dauria fue uno de los más célebres centros de tortura en los que se purgaba a traidores y bolcheviques. Los desplazados que vagaban por Rusia huyendo de la guerra intentaban evitar Dauria para no ser reclutados a la fuerza, extorsionados, o exterminados si eran judíos.

Entre sus hombres Ungern imponía una brutal disciplina. No toleraba la más mínima falta. Su ira se desataba a la mínima y los castigos que imponía eran de una refinada crueldad. Cien azotes con una caña de bambú eran considerados una pena leve. Pasar la noche en lo alto de un árbol o en un río helado era frecuente. Si los soldados caían del árbol y se rompían algún hueso, eran ejecutados en el acto. Atar a un hombre a un árbol, doblarlo, y lanzarlo como una catapulta fue una de sus siniestras invenciones. Sus hombres, a quienes permitía el pillaje y el robo, eran leales. Quizá más leales al miedo que al mismo Ungern.

Aunque Semenov asciende a Ungern a teniente general, le condecora con la Cruz de San Jorge y le concierta un matrimonio de conveniencia con una aristócrata china, empezaban a distanciarse. Al contrario que el frugal Ungern, no había placer al que Semenov no se entregase con desmesura, algo que Ungern desaprobaba. Además, sus ideas políticas navegaban en direcciones opuestas: Semenov quería, al igual que Ungern, la restauración de los Romanov, pero en una monarquía constitucional, algo inaceptable para un convencido absolutista como Ungern, que quería devolver al trono al Príncipe Miguel sin saber que ya había sido ejecutado.

A principios de 1920 todo empieza a venirse abajo. Ya no hay esperanza para las tropas blancas. El Almirante Kolchak, un rival de Semenov y Ungern, es capturado y ejecutado por el Ejército Rojo. Meses antes el General Vrangel había tenido que evacuar sus tropas de Crimea. Los ataques a las líneas férreas en el extremo oriente se estaban haciendo cada vez más frecuentes. Semenov y Ungern buscan una salida y crean la División de Caballería Asiática para liberar Mongolia de la opresión china y convertir Mongolia en una base de operaciones para seguir combatiendo a los bolcheviques. En Agosto Ungern parte con sus hombres hacia la ciudad fronteriza de Aksha y llega a Mongolia para cumplir con su destino, que siempre creyó ligado a Mongolia, tierra de conquistadores como Gengis Khan.

Y Mongolia, de nuevo bajo el yugo chino tras un breve período de independencia, buscaba aliados entre las potencias vecinas. El resentimiento mongol hacia el ocupante chino, que se mostraba arrogante y no perdía ocasión de humillar a los dirigentes locales, no dejaba de crecer. Corría la vieja profecía de que un dios blanco vendría del norte para salvar a Mongolia. Y Ungern la aprovechó. Usando emisarios secretos, envió una carta al Bogd Khan pidiendo permiso para entrar en Urga, entonces la capital de Mongolia, y liberarla de la tiranía china. El Bogd Khan aceptó su oferta.

La División de Caballería Asiática, compuesta de entre 1,500 y 2,000 hombres, partió hacia Urga. Sus estandartes eran una M mayúscula con un II abajo, en honor a Miguel II, que llevaba tres años muerto, y uno más ominoso para el lector de hoy, pero frecuente en el budismo: una esvástica.

Ignacio Delgado es escritor y periodista, ha trabajado con diversas organizaciones no                                    gubernamentales y, tras pasar por Austria, Egipto y Kurdistán, ahora reside en Colombia.


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