Ya nada volverá a ser como antes

Van der Bellen tomó ayer cartas en el debate sobre “la normalidad”. No quedó claro, sin embargo, que fuera para bien.

20 de Julio.- Continúa lo que podríamos llamar „la batalla del Schnitzel“. Vamos a ver si consigo resumirlo con un poco de coherencia.

La cosa empezó cuando, hace cosa de una semana, la presidenta de Baja Austria, Johanna Mikl-Leitner, se defendió de las críticas que había suscitado su alianza con la extrema derecha diciendo, en pocas palabras, que se dejara la gente de mandangas, que ella era la representante de „la gente normal“. Un poco en el sentido en el que se dice eso de „la gente que madruga“ y bobadas de esa clase.

Esta reivindicación de „la normalidad“ ese concepto, fue rebatida por el vicecanciller Kogler (los verdes) diciendo que se trataba de un concepto „prefascistoide“. Johanna Mikl-Leitner, que respiraba por la herida, se dolió, lógicamente.

A esto que intervino el canciller Nehammer y le echó un capote, diciendo que, faltaría más, que el que se comiera un buen filete no tenía por qué avergonzarse y que lo mismo el que tuviera un coche con motor de explosión. O sea, en modo total de activar ese reflejo tan austriaco de „aquí las cosas siempre las hemos hecho así, y no venga usted ahora a decir que lo hemos estado haciendo mal toda la vida, porque le hostio por traidor al sacrosanto fuego de la tribu“.

Por otro lado, también Kickl (este, sí, de verdad, fascistoide) no se cansa de reivindicar a „la Volk“, esa unidad de destino en lo universal de la que estamos excluidos, como es natural, los extranjeros, si son morenitos más y cualquier persona musulmana, venga de donde venga, haga lo que haga y se dedique a lo que se dedique.

Por otro lado, y para no quedarse atrás, el nuevo jefe del SPÖ, Sr. Babler, también ha hablado varias veces estos días de „los nuestros“ o „nuestra gente“.

Todas estas alusiones a un nosotros más o menos tribal contrapuesto a un „ellos“, hicieron que ayer, al Presidente de Esta Pequeña República (y, por lo que se ve, uno de las pocas cabezas sensatas que van quedando) se le hincharan las narices y dijera en un discurso en una inauguración de un festival cultural (en Bregenz) que valía ya de una puñetera vez de tanta normalidad y normalidad, que abandonasen los partidos estas maniobras de distracción y se preocupasen de gobernar el país en condiciones y de colaborar todos juntos en que Austria siga siendo, como lo es, uno de esos lugares del mundo en los que merece la pena vivir.

Las palabras del Presidente han tenido (lógicamente) mucho eco, pero lejos de desactivar el debate lo han vuelto a avivar.

Johanna Mikl-Leitner se ha mostrado desagradablemente sorprendida de que, mientras la mayoría de la población, lo que podríamos llamar “ese sano pueblo que madruga todos los días para ir a trabajar” es señalado con el dedo, hay otra gente que hace lo que le sale de las narices y nadie les dice nada, es más, se les aplaude.

Comprobará el lector lo astuto del debate. Es una manera de reivindicar para sí y apropiarse del discurso pasivo-agresivo de la extrema derecha. Esa cosa quejica de “el cesped del vecino es más verde”.

Resulta una manera un tanto retorcida -y ya veremos si eficaz- de reinvidicar eso que suele llamarse “el centro”. O sea, por un lado, de intentar atraer a todo ese electorado al que la extrema derecha ha conquistado con la promesa de que “todo puede seguir igual”. En eso se puede resumir toda la retórica de Kickl desde que la pandemia propició la remontada de la extrema derecha.

Nosotros podemos devolverte a un mundo sin virus”, “nosotros podemos devolverte a un mundo sin cambio climático”, “nosotros podemos devolverte a un mundo en el que los hombres no tenían que temer por su concepto de la masculinidad”, “nosotros podemos devolverte a un mundo en el que puedes seguir haciendo chistes sobre homosexuales y personas de otras razas sin que te tengas que sentir culpable”, “nosotros podemos volver a hacerte sentir que vives del lado correcto de la historia”.

No es ni más ni menos que lo que Hitler le proponía a la convulsa Alemania de la República de Weimar. La paz. Aunque solo fuera la paz de los cementerios.

Barbie y su ciclón rosa chicle arrasan este verano pero lo que no sabe mucha gente es que el rosa, hasta hace poco, era un color de chicos.

Barbie: cuando el rosa era un color para chicos

Puedes leer la historia, aquí.


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