La tarde del 11 de Septiembre estuvo a punto de terminar en tragedia en la Hauptbahnhof de Viena. Hoy han trascendido más detalles.
6 de Noviembre.- El día 11 de Septiembre, un crío de dieciséis años fue detenido en plena calle. Se trataba de un pobre diablo que había pasado la noche en una mezquita, después de haber estado a punto de provocar una catástrofe en la Hauptbahnhof, la estación central de Viena.
En aquel momento, se supo que sus planes eran hacer estallar un petardo entre la gente para provocar miedo y confusión y, después, acuchillar a cuantas más personas pudiera antes de que la policía le matara.
Afortunadamente, tuvo miedo al final y desistió de sus planes.
Hoy, dos meses más tarde, la policía ha dado algunos detalles a propósito de las circunstancias familiares del chico, de ascendencia turca, y de la preparación del atentado que, por fortuna para todos no llegó a perpetrar.
El detonante fue, según parece, una discusión familiar. Esta se produjo en fin de semana, de manera que el joven no tuvo ninguna posibilidad de comprar, como era su propósito, los pertrechos necesarios para ser el novio de la muerte. Fue el final de un camino lleno de amargura, porque solo desde el pozo más hondo de la tristeza y la desesperación, solo desde la conciencia precisa de que la propia vida es un asco, de que no se es nada y nunca se será nada, puede un muchacho que, en lo que tenía que estar pensando era en chicas (o en chicos, tanto da), en pasárselo bien, en descubrir todo lo bueno que tiene el mundo, querer la muerte “para la gente en general, pero sobre todo para los soldados y los homosexuales”. Según la policía, durante todos los interrogatorios a los que ha sido sometido, sigue manteniendo que es lícito “perpetrar atentados contra los infieles”.
También, según parece, el chico es extremadamente inmaduro para su edad (se ha encargado una prueba psicológica pericial) y viene de una familia en la que, por lo que se conoce, no había mucho amor. Ni mucho ni poco, ni medio. Hasta el punto de que ha estado viviendo un tiempo con un familiar.
Antes de ser detenido fue expulsado de un colegio especial al que había ido, por haber llevado un cuchillo a clase.
Así las cosas, es bastante probable que encontrase consuelo en la religión, como esos intelectuales que, después de muchos años de luchar por la igualdad y el fin de la explotación del hombre por el hombre, descubren la seductora facilidad de crear simplicidad de las ideologías de extrema derecha.
La religión se creó para eso, precisamente: para ser un antídoto contra la desesperación que nos provoca la complejidad excesiva del mundo. Para tapiar esas ventanas que dan al sinsentido.
Nuestro aprendiz de terrorista encontró en ella exactamente eso y, aunque de un modo distorsionado, también sentido de pertenencia. Al fin y al cabo, todos queremos pertenecer a algo, sentir, aunque no sea necesariamente verdad, que estamos solos en el mundo.
La investigación ha revelado que tuvo maestros en el mal. Entre ellos, el terrorista que, hace tres años, mató a varias personas otra noche de noviembre.
Se encontró con él en un conocido centro comercial de esta capital, junto con un desconocido al que la policía todavía no ha podido echarle el guante y que se supone que está en Alemania.
En los tres meses antes de la noche crucial que cambió su vida, el muchacho se encontraba con otros musulmanes a los que instruía en “la manera correcta” de vivir, de acuerdo con su visión radicalizada de la religión.
Los investigadores también han encontrado indicios de su viaje al extremismo más abyecto en sus redes sociales, como su TikTok lleno de predicadores tronados o en su Telegram, en donde había por lo visto recetas para fabricar bombas y otras cosas siniestras.
También hay fotos del muchacho haciendo el saludo del Estado Islámico y vestido con ropa de camuflaje.
Cuando le preguntaban cuáles eran sus planes, respondía por whatsapp con un cuchillo y con un “de ahí al paraíso”.
¿Puede haber algo que dé más lástima?
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