Por primera vez desde 1958, no habrá ningún austriaco con derecho a voto en el cónclave. De papa a papa recorremos el último siglo.
22 de abril.- Hoy se han hecho públicas las imágenes del féretro del papa Francisco. Gracias a la eficaz labor de los trabajadores de la funeraria, la cara del difunto pontífice guardaba todavía un destello de lo que había sido en vida. Hubiera podido pensarse que el hombre se encontraba en ese estado de concentración que precede a ese momento en el que se coge el sueño y que, en cualquier momento, al escuchar con los ojos cerrados cualquier cosa que dijera un cardenal y con la que no estuviera de acuerdo, iba a abrir los párpados para hacer alguna puntualización.
Las manos, sin embargo, sí que tienen ese aspecto extraño y afelpado que da la muerte. Amarillas y como artificiales.
Mañana, los restos mortales de Francisco pasarán a la basílica de San Pedro del Vaticano, y allí podrán los que quieran darle su último adios.
El sábado, con la asistencia de muchísimas personas que, en vida, no le pudieron ver ni en pintura, será enterrado. Desde que el mundo es mundo, ha pasado esto. Muchos, uno quiere pensar que la mayoría, acudirán al funeral porque sentirán la partida del difunto a ese viaje desde el que no se pueden mandar fotos por Whatsapp.
Otros, “sin en cambio”, se acercarán a Roma para comprobar que el pobre hombre está muerto y bien muerto, como las cucarachas de mi infancia cuando el Cucal dejaba su rastro.
Después, se pondrá en marcha la maquinaria que conducirá a la elección del próximo que se calce las sandalias del pescador. Durante bastante tiempo todavía (solo el Espíritu Santo lo sabe) seguiremos usando palabras raras, como “camarlengo” y, al final, cuando de la chimenea de la capilla Sixtina -uno de los lugares más alucinantes de la tierra- brote la consabida humareda blanca, volveremos a tener razón de que ese señor que salga por el balcón será un poco un impostor. Una persona disfrazada de papa, como si dijéramos.
SIN AUSTRIACOS
Por primera vez en mucho tiempo, sin embargo, no habrá ningún austriaco con voz y voto en la elección. Serán 133 los señores sobre los que caerá la responsabilidad.
El cardenal Schönborn -durante mucho tiempo candidato con posibilidades por su saber estar y su talante moderado y progresista- no podrá votar, ya que pasa de los ochenta, la edad en que también se pierde el derecho a voto.
Ya votó en los dos últimos, el de 2005, cuando fue elegido Ratzinger y en 2013, cuando fue Jorge Mario bergoglio el elegido para regir los destinos de la iglesia.
Había pasado entonces mucho tiempo desde el último cónclave. Fue (fueron, porque hubo dos) en 1978.
En el primero, se calzó la sotana blanca Juan Pablo I, que estuvo solamente 33 días en el cargo -fue un papa que no salió muy robusto, el pobre, y murió de un arrechucho precoz-; después, pasadas las exequias, se convocó otro cónclave del que salió elegido Juan Pablo II.
En ambos casos, el encargado de representar a Austria en la olimpiada de los purpurados fue el cardenal König.
Ya tenía experiencia, por otro lado, porque König también estuvo en el cónclave de 1963 del que salió elegido el benéfico Pablo VI (el que le dio el disgusto a Franco, por cierto, de recordarle que fusilar a seres humanos no tiene nada que ver con el cristianismo).
En 1958 se eligió a Juan XXIII, mansísima figura, maternal, casi, al que los romanos llamaban cariñosamente “Johny Walker” porque se pasaba el santo día el hombre callejeando por Roma. Si hubiera vivido hoy, probablemente le hubieran llamado demagogo, populista y cosas peores.
Pío XII, el de la estación de metro, el papa anterior a “Johny” fue elegido en 1939. Theodor Innitzer fue el representante de Austria, solamente que, como recordará el lector, Austria no existía entonces, engullida como estaba por el tercer Reich. Cada vez que se comen una Kardinalschnitte (una tarta muy famosa aquí) los austriacos lo hacen, muchos sin saberlo, a la salud de Innitzer.
El primer cónclave de Austria como país soberano fue en 1922, recién constituida la República, como aquel que dice. Y también fue el primero hasta ahora con dos cardenales (el arzobispo de Viena, Gustaf Piffl y Andreas Franz Früwirth, cardinal de la curia). De aquí salió Pío XI, el cual, entre otras muchas cosas, le encargó a Marconi la fundación de Radio Vaticano.
En 1903 y 1914, Austria no era Austria, sino el imperio austro-húngaro (y olé). Cinco cardenales -los mismos que aporta España- llevaba el imperio para llevar su voz al vaticano.
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