Adolf Hitler en Viena (9)

Ese capítulo en donde Adolf Hitler expresa su agradecimiento « eterno » a un judío al que después le hará la vida imposible.

En episodios anteriores : Alois Hitler muere de un colapsoUn hombre con una vida complicadaLas mujeres de la familia Hitler. Adolf Hitler, el NiNi. Un muerto de hambreQuince días en Viena. El Imperio en 1906. Les demoiselles d´Avignon.

8 de Junio.- Mucho más tarde, Hitler elaboró el relato de aquella conversación con el Director de la Escuela de Bellas Artes de Viena. De manera consciente, sin embargo, maquilló un poco la realidad.

El correcto caballero que, si la realidad hubiera seguido el guion de las fantasías de Hitler, hubiera debido ponerse a los pies del nuevo Mesías del mundo del arte, le recomendó que estudiase arquitectura. Naturalmente, era una propuesta razonable. Para cualquiera que no fuera Adolf Hitler, por supuesto.

Para estudiar arquitectura, entonces como hoy, hacía falta haber aprobado la Matura, lo cual equivalía a haber aprobado los estudios secundarios que daban acceso a la educación superior. Aquel correcto caballero ignoraba que para Hitler el abandonar la escuela había supuesto un trauma profundo, del que no se recuperaría en toda su vida. Tratar de entrar en la escuela de arquitectura hubiera significado tener que volver a la escuela, en Linz, enfrentarse de nuevo a los enojosos profesores, a los examenes, probablemente, a la atormentadora idea de que, quizá, no era más que un tipo mediocre. En una palabra, tener que tragarse su fracaso, su orgullo, y trabajar.

Para Hitler aquello era poco menos que quedar en evidencia de una manera torpe y dolorosa lo cual, para alguien con un concepto de sí mismo tan absolutamente irreal e inmaduro,frisaba lo inconcebible. Cuando reelaboró el relato de su conversación con el Director de la Escuela de Bellas Artes de Viena, dijo que la idea de ser arquitecto entraba, en aquel entonces, fuera de lo humanamente realizable.

Por supuesto, no tenía razón. Pero hubiera exigido de Adolf Hitler y, sobre todo, de su distorsionada psique, unos sacrificios que aquel muchacho no estaba condiciones de hacer.

Tras suspender el examen, sin embargo, no volvió a Linz. Y eso que sabía que su madre estaba muy enferma y que el fatal desenlace llegaría más pronto que tarde. En lugar de regresar (lo cual equivalía, naturalmente, a tener que enfrentarse a las miradas escrutadoras de sus parientes y tener que contestar un cierto número de preguntas potencialmente incómodas) Adolf Hitler se quedó en Viena, dedicándose a llevar la vida cómoda del estudiante rico que no era. Paseos, tardes en la ópera…El 21 de Diciembre de 1907, a las dos de la madrugada, Klara Hitler falleció en Linz, a consecuencia del cáncer de mama que, en enero, le había diagnosticado el doctor Bloch, el médico de la familia.

El doctor Bloch en su consulta (foto, wikipedia)

Bloch, curiosamente, era judío y llegados a este punto, quizá convenga abrir un paréntesis en nuestra narración.

Hubo quien quiso encontrar una explicación al antisemitismo de Adolf Hitler en el hecho de que el doctor Bloch era judío y no había podido curar a Klara Hitler (de no haber sido judío tampoco hubiera podido, porque en aquel momento un cáncer de mama equivalía a una muerte segura). Los hechos parecen desmentir eso. En primer lugar, el doctor Bloch cobró unos honorarios más bien reducidos por tratar a Klara Hitler y no aceptó cobrarle a la familia un suplemento por las visitas a domicilio que había hecho para tratar con morfina a la enferma.

Cuando, muerta Klara Hitler, la familia fue a su casa a agradecerle sus servicios y a pagarle sus honorarios, Adolf Hitler incluso se inclinó ante él y dijo estarle « eternamente agradecido », agradecimiento que también expresó por carta. En 1938, en su viaje hacia Viena tras la anexión, Hitler se informó a propósito del paradero del doctor Bloch y le llamó un « judío noble » (Edeljuden). Incluso, cuando entraron en vigor las leyes de segregación racial, Hitler trató de convencer al médico para que accediese a convertirse en « Ario de Honor », lo cual hubiera hecho su vida mucho más fácil, pero Bloch rechazó la posibilidad y, cuando la existencia se le hizo imposible, abandonó Austria y emigró a los Estados Unidos, en donde fue interrogado en varias ocasiones por el servicio secreto estadounidense.

Bloch murió en junio de 1945, unos meses después de que su paciente más famoso se suicidase en el búnker de la cancillería del Reich.


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