Staatsoper

Adolf Hitler en Viena (10)

StaatsoperAl quedarse solo en el mundo, otra persona quizá hubiera tomado decisiones algo más prudentes. Hitler, no. Siempre creyó en su buena suerte.

En episodios anteriores : Alois Hitler muere de un colapsoUn hombre con una vida complicadaLas mujeres de la familia Hitler. Adolf Hitler, el NiNi. Un muerto de hambreQuince días en Viena. El Imperio en 1906. Les demoiselles d´Avignon. El médico.

13 de Junio.- La muerte de su madre supuso para Hitler un durísimo golpe. Un golpe, naturalmente, psicológico, más allá de lo dura que es la orfandad para cualquier persona, porque Klara Hitler representaba para su hijo el único reducto del afecto que podía sentir por otros seres humanos. También supuso para él un golpe práctico, porque seguramente su madre había representado para él un escudo frente a la mirada escrutadora del mundo.

Quizá otra persona al quedarse sola en el mundo como Hitler se había quedado y al no tener oficio ni beneficio, hubiera tomado decisiones algo más conservadoras y prudentes, pero probablemente a Hitler le espoleaba todavía el recuerdo amargo y quemante de la humillación reciente en la escuela de la Schillerplatz. La única manera de no tener que dar respuestas a preguntas embarazosas era seguir fingiendo que estudiaba y la única manera de seguir fingiendo que estudiaba era volverse a Viena cuanto antes.

Así pues, una vez consumados todos los trámites que conlleva una muerte y leido el testamento de Klara Hitler, el futuro dictador se fue a ver al que había quedado convertido en su tutor legal (Hitler no era aún mayor de edad) y le anunció que cogía el portante y se marchaba de nuevo a la capital del Imperio.

Según su propio testimonio lo hizo en un estilo “altivo e insolente”.

Era febrero de 1908 y Hitler abandonó Linz para no volver en mucho tiempo.

A pesar de que Hitler era, en aquel momento, y a todos los efectos, un personaje tan insignificante como aquel primer campesino que dio origen a toda su parentela, resulta muy curioso la cantidad de documentos que obraban a disposición de sus biógrafos cuando se pusieron a la tarea de contar su vida, muchas décadas más tarde.

Hay, por ejemplo, una historia que parece sugerir que, cuando se marchó de Viena Adolf Hitler tenía algo más sólido a lo que agarrarse que las fantasías que le habían llevado a presentarse a un examen de acceso a la Escuela de Bellas Artes para el que claramente no estaba capacitado.

La propietaria de la casa en la que había vivido Klara Hitler hasta su muerte, Magdalena Hannisch, conocía a Alfred Roller, uno de los escenógrafos más famosos de la época, director de escenografía de la Ópera de la Corte (hoy Staatsoper) y profesor de la Escuela de Artes Aplicadas de Viena.

En una carta del 4 de Febrero de 1908 esta señora le pedía a la madre de Roller que preparase una entrevista entre Adolf Hitler y su hijo. Describía a Hitler en estos términos:

“Es un joven formal, aplicado, de diecinueve años de edad, maduro, sereno para su edad, agradable y formal, procedente de una familia muy honesta y decente…Posee la firme intención de hacer el aprendizaje de un trabajo serio. Tal y como yo lo conozco ahora, no se entregará a la negligencia, por cuanto persigue un objetivo muy concreto. Deseo que tomes el mayor interés por quien no habrá de defraudarte. Es probable que hagas una buena obra”.

(Por lo que mis lectores ya saben, es probable que o bien Hitler se camelase a la señora o bien esta se compadeciera de él al verle tan solo y tan flaco; el caso es que cualquier parecido entre este retrato y la realidad de lo que era Adolf Hitler en aquellos días era pura coincidencia).

Poco después, la madre de Roller escribió a la Sra. Hannisch para decirle que su hijo estaba dispuesto a recibir a Hitler.

(Continuará)


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