CAPÍTULO 6 : No funciona el UHF

En todas las familias hay misterios sin resolver y una televisión defectuosa puede ser de importancia decisiva.

Pero ¿Qué invento es esto?

Aquí podrás encontrar los capítulos atrasados: prólogo, capítulo 1, capítulo 2, capítulo 3, capítulo 4, capítulo 5

6 de Agosto.- En todas las familias hay misterios sin resolver. No porque sean enigmas enredados o embarazosos sino porque a nadie se le ocurre preguntar hasta que es demasiado tarde. De esta manera tan tonta, hay cosas sobre la propia familia que uno no llega a saber nunca. Datos mínimos, cosas sin importancia, pero cuyo desconocimiento da un poco de rabia.

Por ejemplo : en mi generación, por la parte de mi padre, todos los primos fuimos chicos menos mi prima Yolanda.

Yolanda no es un nombre demasiado corriente –de hecho, si mis tíos querían que su hija llevara un nombre que no llevara nadie más consiguieron su objetivo, porque fuera de mi prima no he conocido otras Yolandas- ; viene del griego y significa violeta. En castellano, existió una forma arcaica, Violante, con la misma raíz (de hecho, la mujer de Alfonso décimo el sabio se llamaba así, Doña Violante de Aragón). Pues bien, qué llevo a mis tíos a llamar Yolanda a su hija ? No lo sé (como ella va a leer este artículo, igual le apetecerá contestar a esta curiosidad).

Mi prima Yolanda era mi prima favorita cuando yo era un niño. Y empezó a serlo por culpa de los privilegios de los que gozaba la Guardia Civil.

Me explico.

Mi abuelo, del que hablaré más adelante, era guardia civil (de hecho, fue el inicio de una dinastía picoleta que continúa hasta hoy dándole alegrías al Ministerio del Interior). A primeros de los ochenta, la Guardia Civil conservaba muchos de los privilegios con los que el franquismo había aligerado la vida de los militares. Entre estos privilegios estaba la posibilidad de comprar en un economato. O sea, en una tienda de productos subvencionados más baratos que en el mercado libre. El Estado prefería esto a subirle el sueldo a los pobres guardias.

Mis padres no tenían televisión pero sus hijos (mi hermano y yo) sí que queríamos una, así que mi abuela (que siempre ha sido un poco lianta) les convenció de que, aprovechando las ventajas de las que disfrutaba mi abuelo en tanto que Guardia Civil y en tanto que cliente potencial de un economato, compraran una tele. De cara al Estado la tele la compraría mi abuelo en el economato. Luego, mis padres se la pagarían poco a poco.

¿Qué podía salir mal ? De la operación nada, por supuesto.

El problema era que la televisión, de la marca Frandcis, nunca funcionó a derechas. Para empezar, la encendías y tenías que esperar a que se calentase. A mi hermano y a mí nos gustaba ver cómo aquellas lámparas iban poco a poco encendiéndose (se parecían un poco a las que el doctor Frankenstein empleaba para despertar a su monstruo) hasta que, tras diez largos minutos de lento despertar, aparecía en la pantalla una corrida de toros, o Manolo Escobar o un Estudio Uno o lo que fuera. La paciencia siempre ha sido el fuerte de nuestra familia, así que tampoco pasaba nada porque la tele tardase tanto en encenderse. El problema, sobre todo para un nino, es que no se veía el segundo canal (entonces solo había dos, niños que habéis crecido con Netflix y las teles privadas). El UHF le llamábamos (por Ultra High Frequency). Y en el UHF ponían los dibujos animados. Vamos, los « echaban » por utilizar la terminología de la época.

Mis tíos (mi prima Yolanda y su hermano Oscar también) vivían un piso más abajo de nosotros, de manera que todos los días de diario nos bajábamos a ver los episodios de La Gata Loca y otras criaturas del King Features Syndicate.

Sin embargo, poco a poco los dibujos animados, con ser atrayentes, fueron perdiendo interés para mí. En el siguiente capítulo de esta serie sabrá el lector por qué.


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