En Mörbisch se masca la tragedia

Al pobre Herr Edelmann la vida le ha puesto entre Chulalongkorn y Danilo. La espada y la pared. La opereta o Broadway. Sublime decisión.

23 de Julio.- Antes, en el mundo de ayer, en Austria no pasaba nada en verano. Antes, cuando la palabra mascarilla iba asociada para nosotros, casi de manera inevitable, al pepino, cerraba la temporada de la Staatsoper y desde el centro de Viena hasta las fronteras de EPR se extendía un amable sopor, solo roto por el oleaje tranquilo de los lagos y festoneado por la calma mineral de los Alpes.

Austria entera, con un suspirito, se entregaba al descanso.

No en todas partes, por cierto. En una localidad pintoresca « manque » chiquitilla, a la orilla del Neusiedler See, reinaba una febril actividad recubierta, eso sí, con la apariencia amable que es peculiar en estas tierras.

Esta localidad se llamaba (y se llama) Mörbisch.

En Mörbisch hay un inmenso teatro al aire libre en donde anualmente se programa una función musical, al loable objeto de que miles de personas pasen un par de horas agradables transportados a un mundo de fantasía.

El llamado festival de Mörbisch fue un invento de los austriacos que querían recuperarse del espanto de la segunda guerra mundial y naturalmente la elección del repertorio, en aquellos cincuenta del siglo pasado, era obvia : la opereta. Nada mejor contra el espanto.

Las Princesas de las Czardas, los Danilos que iban al Maxim a que las chatis les hicieran el descorche y los barones gitanos proveían de toneladas de historias tontainas y melodías azucaradas para un público, que quería pensar que un mundo sin bombazos era posible y se dedicaba a imaginárselo entre spritzer y spritzer. Un público parecido, pongo por caso, al de los macroespectáculos de Jose Luis Moreno, una fórmula que siempre cuenta con un tenor ventripotente de vozarrón y calva y un ballet lleno de chicas monas que te improvisan una coreografía en un decir amén.

Poquito a poco, el festival de Mörbisch se fue haciendo un hueco en el corazón de los aborígenes y, en el caso del que escribe esto, se fue convirtiendo en una tradición familiar. En navidad, le regalaban o regalaba uno la entrada para el espectáculo de Mörbisch de la temporada. En lo más crudo del invierno, era como regalar una promesa del verano que vendría. Naturalmente, estaban los gustos. A mí me van más las operetas que los musicales, pero entendía y entiendo que por supervivencia económica hay que compaginar.

Durante mucho tiempo, dos décadas, el festival fue dirigido con mano de hierro y encanto cuasi habsbúrgico por el protéico Harald Serafin (por cierto, Herr Serafin tiene un hijo viejoven que se da un aire al nieto viejoven de los abuelos Hawelka, los del café).

Harald Serafin con su santa en los Romy de 2016 (foto: Wikipedia)

Herr Serafin (senior) llevaba tatuada la sonrisa del cómico en la dentadura postiza y en los ojos una vista de lince para combinar lo artístico con lo crematístico (perdón por el ripio). Durante su reinado, Mörbisch ronroneaba como el motor bien engrasado de un Rolls Royce. Lamentablemente,y debido a su avanzada edad (Serafin es casi decimonónico) el refinado caballero tuvo que ceder el testigo a una dama de la que no recuerdo el nombre y de la dama pasó al responsable actual (artístico solamente, como luego veremos), el simpático (y me parece a mí que algo ingénuo) Sr. Edelmann.

El amable Sr. Edelmann, parafraseando a Lorca, es también “hijo y nieto de camborios” lo cual en su caso quiere decir vástago de una prestigiosa dinastía de cantantes O sea, que conoce el territorio en el que se mueve. En la tensión entre opereta y musical, uno sospecha que a Herr Edelmann le pasa como a uno mismo. O sea, que la lírica le tira más que Broadway.

Con la interrupción de la pandemia en 2020, las elecciones de Edelmann en cuanto a repertorio han sido moderadas. Como, por otra parte, corresponde. Cuando uno quiere tener el patio de butacas lleno, no puede andarse con experimentos y tiene que jugar sobre seguro. Así pues, en 2019, Land des Lächelns (La tierra de las sonrisas) una de las pocas operetas, por cierto, que acaba malamente (trah,trah). Y ahora, West Side Story, de Leonard Bernstein (solo los derechos le han debido de costar un güevo de la cara, con perdón).

Si no me falla la memoria, en 2020, el Land de Burgenídem fichó a un nuevo gestor para sus festivales, Alfons Haider.

Mis lectores probablemente recordarán a Alfons Haider porque, en su calidad de presentador del Baile de la Ópera, era una presencia infaltable en las salas de estar centroeuropeas cada último jueves de carnaval (sus arrobadas entrevistas a Desirée Treichl-Sturgh eran cosa de contemplarse con cuidado). La mayoría de las damas postclimatéricas de Austria han acariciado alguna vez en su vida el imposible de tener a Haider de yerno. Él, entretanto, ha compaginado la tele con los escenarios teatrales, en una carrera que ha estado siempre a mitad de camino entre las comedias de « chatina » y té en el Palace de Arturo Fernández y cierto género de musical (Herr Haider canta poquito y no baila, pero tiene su público).

Aparte de esto, las simpatías de Herr Haider no son ningún secreto, particularmente sus conexiones en el Partido Socialdemócrata austriaco (ningún artista-empresario que aspire a algo puede vivir de espaldas a la política y, si lo hace, es probable que le suceda algún desperfecto, como parece que está a punto de sucederle a Herr Edelmann).

Dicen las lenguas anabolenas que el puesto de Haider al frente de los festivales de Burgenland se debe, aparte de a su indudable cualificación, a cierta amistad que une a Herr Haider con el presidente de ese Land, «Juan Pedro » Doskozil. Dicen también las lenguas anabolenas que Doskozil, en sus pausas en la pelea que lleva con Pamela Rendi-Wagner por el poder omnímodo, observa con mucha atención lo que se programa y se deja de programar en los teatros de Burgenland.

Supongo que mis avispados lectores se hacen cargo de la situación.

El conflicto estaba programado y ha tardado poco en estallar.

En 2022, el Sr. Edelmann quería « echar » en Mörbisch La Viuda Alegre (de nuevo, la opereta). La Viuda es una de las joyas de la corona del género y, aunque está un poco vista, a poco que se invierta un poquito sale un montaje vistoso (yo, por cierto, vi en Mörbisch un Vogelhändler que lograba el equilibrio perfecto entre el « Joseluismorenismo » y la calidad artística). Por lo visto, el amable Sr. Edelmann ya ha iniciado los trabajos para el montaje venidero…

…Solo que Alfons Haider, el gestor (que no el director artístico de Mörbisch) no ve La Viuda y apuesta por El Rey y Yo. Bonito musical, de partitura también preciosa (tan bonita como la de La Viuda Alegre) en el que, casualmente, el propio Alfons Haider ha hecho durante mucho tiempo uno de los dos papeles protagonistas. O sea, el del rey de Siam, su majestad Chulalongkorn (así se llamaba el personaje real en el que está inspirado el personaje).

Como reacción a lo que él considera una invasión de su área de responsabilidad, o sea, decidir qué se « echa » en Mörbisch y qué no se echa, el amable Sr. Edelmann ha concedido una entrevista a Die Presse (boletín oficioso del conservadurismo austriaco y, por lo tanto, boletín oficioso de los amantes de la opereta como Dios manda) y ha puesto a caer de un semoviente al intrépido Sr. Haider.

Haider, quizá porque cuenta con algún as en la manga (véanse los párrafos anteriores), de momento no ha reaccionado « ostentoreamente », que hubiera dicho Jesús Gil.

Habrá pensado que el contrato del amable Sr. Edelmann se acaba en Agosto de 2022 y que, después, Dios dirá. Esas cosas.

La opinión de este humilde articulista es que, si Mörbisch tal como está funciona bien, para qué tocarlo. Y también que si uno tiene que ver El Rey y yo, por qué conformarse con un Haider fondoncete si uno puede contar, en la comodidad de su hogar, con el mejor Rey de Siam disponible, el inmortal Yul Brynner.

En cualquier caso, a uno le parece que Herr Edelmann va a salir de este asunto con algún que otro desperfecto, pero como todo pasa en el bonito y delicado mundo de la opereta, el público, con buena suerte, solo verá sonrisas. Algo tensas, pero sonrisas. Ambos, Edelmann y Haider, posarán algo envarados en lo futuro ante la prensa, ocultando en lo posible que llevan una daga cada uno clavada en el espacio intercostal.

(Me perdonará el lector la extensión de este artículo, pero comprenderá que es un placer escribir, por una vez en mucho tiempo, de frivolidades).


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