El barón sanguinario ( y 4): Mongolia

 

Reunido con los oráculos, Ungern, ansioso, espera a que se arrojen los huesos. Las grietas que se abran en ellos determinarán el día más propicio para atacar la guarnición china en Urga. Sería el 26 de Octubre.

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Reunido con los oráculos, Ungern, ansioso, espera a que se arrojen los huesos. Las grietas que se abran en ellos determinarán el día más propicio para atacar la guarnición china en Urga. Sería el 26 de Octubre.

Ungern divide sus fuerzas. Las tropas se pierden. Ungern confunde el emplazamiento de la guarnición china. Hay una breve escaramuza al amanecer. En la confusión de la batalla, las tropas de Ungern abandonan piezas de artillería que los chinos capturan. Ungern vuelve a los oráculos. Los huesos dictaminan que se ataque cinco días más tarde. El resultado es el mismo: derrota.

Pero la guerra es el reino del rumor y éstos llegan falseados a Rusia: Ungern ha capturado Urga. Lenin empieza a considerar una ocupación de Mongolia para acabar con Ungern y abastece de armas al Partido del Pueblo de Mongolia. En Urga, por el contrario, los fallidos ataques han acrecentado la xenofobia entre las tropas chinas que saquean las casas de los extranjeros, especialmente los rusos. Se decreta la ley marcial y el Bogd Khan es puesto bajo arresto domiciliario. Y Ungern se convierte en un símbolo de la resistencia contra la ocupación china: invulnerable, parece estar en todos los sitios al mismo tiempo y las balas nunca le alcanzan.

La realidad, sin embargo, es más prosaica. Las derrotas significan que Ungern y sus hombres han de pasar el invierno a la intemperie, viviendo del pillaje. A la fuerza, recluta a los hombres más jóvenes de las aldeas que sus hombres saquean. Ante la baja moral entre sus tropas, Ungern redobla el sadismo de sus castigos. Los desertores son apaleados hasta la muerte. Los que contraen la peste bubónica son ejecutados. Los castigos, de los que nadie, ni siquiera sus más cercanos colaboradores, está exento, mantienen la disciplina entre sus tropas, pero Ungern ve en ellos también un modo de purificar los espíritus de la perniciosa influencia de la revolución.

Y los dioses, al fin, parecen ponerse de su lado. De tal modo que hasta Ungern se convierte en uno de ellos: es llamado el “Dios de la Guerra” y algunos templos le dedican servicios. Aunque no fue oficialmente declarado como un dios reencarnado, es posible que los lamas fuesen sobornados para decir que así era, lo cual no era infrecuente. Es probable que lo viesen como un dharmapala, un defensor de la fe. Se le unen algunos príncipes mongoles famosos por su lucha contra el invasor chino. Su ejército crece y se lanza a la conquista de Urga. Rescata al Bogd Khan. Toma Urga. Los oficiales chinos abandonan la ciudad el 1 de febrero de 1921.    

Es el momento más feliz en la vida de Ungern. Ha conquistado un país y restaurado una monarquía. El Bien ha derrotado al Mal. En la ceremonia de restauración, el Bogd Khan, ahora Khan de toda Mongolia, declara a Ungern la reencarnación del Bogd Gegen, le nombra Khan y héroe del estado. Ungern disfruta de su triunfo, pero su fantasía se proyecta más allá.  

Según Ungern, la toma de Mongolia es un punto de inflexión para Asia y un primer paso en la reunificación de todas las tribus mongolas de Asia Central (tibetanos, Uigures, y kirguizos) como un bastión moral, militar, y monárquico contra la revolución. El hecho de que ni uigures, ni tibetanos, ni muchos chinos quisiesen la restauración de la dinastía Qing no importaba demasiado. Ungern, consumido por sus sueños orientalistas, valora el ritual, el orden, la ceremonia, la pureza del budismo, pero desconocía la política. Vivía con la nefasta creencia de que el pueblo, fuese el que fuese, albergaba sentimientos monárquicos y se levantaría en armas cuando llegara el momento.

Amparado en su popularidad, Ungern, que odiaba la burocracia, intenta dedicarse a otra actividad que no odiaba menos: administrar una ciudad. Intenta reabrir la central eléctrica y reabrir las minas y fábricas textiles, ordena que se limpien las calles. No crea una fuerza policial ni un sistema legal, pero sí la Oficina de Inteligencia Política, que se dedicará a purgar la ciudad de elementos revolucionarios y a la tortura sistemática de refugiados rusos. Entre 2500 y 3000 personas fueron asesinadas.

Y los dioses, siempre caprichosos, empiezan a volverle la espalda. El caos consume Mongolia. El Partido del Pueblo de Mongolia, con apoyo soviético, toma la ciudad fronteriza de Kiatkha y desafía el gobierno de Ungern en Urga. Los soldados chinos y rusos que deambulan por el país en busca de un amo al que servir o una salida saquean todo a su paso. Ungern intenta fijar los precios de los productos, pero son tan bajos que los negocios se vuelven insostenibles y cierran. Ungern, necesitado de dinero y hombres para mantener su ejército y su poder, empieza a requisar los rebaños de los mongoles. Su estrella empieza a declinar.

Ungern cree que su destino ya está escrito y es funesto. Sólo ve una manera de precipitarlo y de recuperar su estrella: la guerra de nuevo. La guerra como siempre. Decide lanzarse contra Kiatkha a pesar de que la fuerza a la que se enfrenta es mucho mayor. Envía la Orden Número 15 a todas las unidades de lo que queda del Ejército Blanco. “Hay que exterminar a los comisarios, los comunistas y los judíos.” “La verdad y la piedad ya no son admisibles.” “Nuestra furia contra los cabecillas de la revolución y sus seguidores no debe conocer límites,” son algunas de sus perlas. Incluso los hombres que le acompañan auguran la derrota.

Y es derrotado en junio de 1921. Irónicamente, los rusos usaron una táctica mongola de caballería (fingir la retirada) para vencerle. Y empieza el final de Ungern. Proscrito. Escondiéndose, a la fuga, intentando rehacerse con cada vez menos margen, menos espacio.

El Ejército Rojo invadió Mongolia en junio de 1921 para deshacerse de Ungern y contener el imperialismo japonés. Ungern empieza a delirar. Se convence de que los japoneses han abierto un frente en el este. Cuando se da cuenta de que ese frente es una fantasía, decide ir a Tibet, aunque sus hombres insisten en que Manchuria es su única salida. La derrota abre grietas entre sus disciplinadas tropas. Los oficiales conspiran y se atreven a decir que el emperador está desnudo. Hay que matar a Ungern.

¿Pero quién abrirá fuego y cómo? El miedo a Ungern y su furia aún les domina. Intentan asesinarlo, pero fracasan. Ungern, solo, se da a la fuga convencido de que los bolcheviques intentan matarlo. Busca a sus leales tropas mongolas y cuando las encuentra le apresan. El Ejército Rojo lo captura poco después.

No había piedad posible para Ungern. Como él mismo escribió en la Orden 15, “la verdad y la piedad ya no eran admisibles.” Tampoco para él. Lo trasladaron por tren a Novosibirsk en septiembre. Durante el trayecto, las autoridades soviéticas lo usaron como propaganda contra los excesos del antiguo régimen zarista. También se tomaron la molestia de organizar un juicio. Los cargos contra él fueron traición en colusión con Japón, intento de derrocar a la revolución y restaurar a los Romanov, y atrocidades. Ungern sólo negó la colusión con Japón. Lenin ya había ordenado su ejecución antes del juicio. El 15 de septiembre de 1921, el barón sanguinario fue declarado culpable y ejecutado horas después.       


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