El líder de la extrema derecha austriaca es un auténtico maestro a la hora de manejar los tiempos y los temas. Pero no puede tenerlo todo bajo control.
31 de Julio.- La conversación política puede verse como una tarta con diferentes capas. En primer lugar, está el sustrato ideológico concreto. O sea, qué es lo que de verdad quiere el político. Esto, no siempre es fácil de averiguar. Cualquier político sabe que, para llegar al poder, se necesita tener la capacidad de aparentar que uno es una alternativa transversal, o sea, gustarle a cuanta más gente mejor. Si uno dice demasiado concretamente lo que de verdad piensa, es bastante probable que no capture la atención de esa zona gris del electorado que de verdad decide de qué lado se decanta el fiel de la balanza.
La otra capa de la tarta es el pienso para el rebaño de los convencidos. Naturalmente, a los que uno ha ganado para su causa hay que darles munición ideológica y ello, con dos clases de contenidos:
En primer lugar, contenido que despierte el orgullo de pertenencia a un grupo. En segundo lugar, munición de ataque.
Por ejemplo: los teléfonos de Apple son, para unas cosas, mejores que los otros pero para otras son peores, sin duda. El esfuerzo de marketing de Apple se enfoca en a) convencer a los que tienen un teléfono Apple de que pertenecen al grupo de “los inteligentes”, “los modernos”, “los avanzados” y b) en darles argumentos para que si, por ejemplo, su cuñado se compra un Samsung, tengan la confianza en sí mismos suficiente para poder mirar al cuñado por encima del hombro.
Por último, la tercera capa de la conversación política son las cortinas de humo. Las estrategias de distracción. Y esto por un motivo muy importante: el político listo sabe perfectamente que, cuando las personas estamos hablando de una cosa, no estamos hablando de otra.
DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
Vayamos, como siempre, de lo teórico a lo práctico.
Este verano el FPÖ ha encontrado un filón en el tema del lenguaje inclusivo. A partir de mañana, estará prohibido que los funcionarios públicos de Baja Austria utilicen este tipo de lenguaje inclusivo en todo tipo de documentación pública (comunicados de prensa, cartas a los contribuyentes, etc). Como los medios afines (Servus TV) se han encargado de recalcar, cualquier persona con un empleo público que utilice el lenguaje inclusivo tendrá que pagar una multa.
Y dirá el lector ¿Es esto una cosa tan importante?
Para responder esta pregunta, repasemos esta noticia con los criterios expuestos en los párrafos anteriores.
Esta prohibición de utilizar lenguaje inclusivo es a)Un método de diferenciarse de la competencia convenciendo a los adeptos de que “los tontos” son los otros; por ejemplo, ayer, un obediente periodista de las noticias de Servus TV estuvo encargado de hacer una pieza glosando una encuesta según la cual un sesenta por ciento de los austriacos piensa que utilizar el lenguaje inclusivo está mal barra es un engorro b) Es una manera de que la competencia hable de ti. Es lógico. Adoptando una posición tan extrema, obligas a los demás a posicionarse. Es publicidad gratis que, sobre todo, hace que se pierda la referencia entre la opinión y el número de gente que la ostenta, haciendo parecer ese grupo humano mucho más grande de lo que seguramente es y c)importantísimo: es una cortina de humo prácticamente perfecta. Utilizando un tema polémico como este, “viral” podríamos decir, la gente no habla de cosas de muchísimo más calado.
La pregunta que surge es ¿De qué no quiere Kickl que la gente hable? Tratándose de él la respuesta más evidente es esta: Kickl no quiere que se hable de otra cosa que no sea del FPÖ. Es su aspiración máxima: dominar la conversación.
Pero también hay otras cosas de las que Herbert Kickl no quiere que se hable.
Por ejemplo: este fin de semana se produjo en Viena una manifestación ultraderechista convocada por el grupo de los identitarios.
Hace unos meses, este grupo fue clasificado como de extrema derecha por el Estado austriaco. Su símbolos fueron prohibidos y el que había sido su jefe, un conspícuo ultraderechista, Sellner, tuvo que dimitir.
Los medios airearon las relaciones entre el FPÖ y el grupo de los identitarios y el entonces co-jefe del partido, Norbert Hofer, cortó por lo sano. Las circunstancias de ser miembro del FPÖ y un miembro de un grupo extremista y especialmente peligroso como los identitarios, eran incompatibles.
Poco a poco se acalló el tema. Norbert Hofer, como todo el mundo sabe, fue defenestrado por Herbert Kickl (en un partido que ha hecho del “hombre fuerte” una religión era un poco ilógica una dirección colegiada) y no se volvió a hablar más del tema.
Sin embargo, en la manifestación del sábado, que fue tan violenta como para que la policía tuviera que denunciar a cuarenta personas y un miembro de las fuerzas del orden fuera herido con una botella rota, fue apoyada por las juventudes ultras del FPÖ. De hecho, un miembro de las juventudes del FPÖ vienesas pronunció un discurso (de contenido tan nauseabundo como el lema de la manifestación presagiaba, “remigración”).
Durante la pandemia, Kickl ha utilizado a los matones identitarios para engordar las manifestaciones antivacunas, de hecho, ha dicho que el de los identitarios es “un proyecto interesante y digno de apoyo”.
El lector buscará en vano rastro alguno de estos hechos en el pienso que Kickl fabrica para su tropa. En cambio hoy ha publicado en sus redes sociales “algunos pensamientos” sobre la situación política actual, llamando a Babler, jefe del SPÖ y, como todos sabemos, un marxista de peluche, alguien “extremadamente peligroso”.
Ahora el lector tiene los elementos suficientes como para poder juzgar quién de los dos es más peligroso.
En 1972, Victor Manuel y Ana Belén fueron víctimas de un bulo que estuvo a punto de costarles sus carreras. Julio Iglesias fue su salvador.
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