¿Conseguiremos volver al aburrimiento?

Desde el Brexit, las democracias europeas (la austriaca incluida) están cada vez más expuestas a injerencias malintencionadas.

 

Lucha contra la desinformación: está en tu mano

12 de Enero.- Al hilo de los acontecimientos de estos días y de lo que puede suponer el peligro más serio al que se han enfrentado las democracias europeas desde la segunda guerra mundial, me preguntaba yo en qué está consistiendo el cambio de modelo electoral que lleva dándose en Europa desde hace unos años pero, sobre todo, desde el referendum que dio lugar al Brexit.

EL QUE PAGA EXIGE, Y POR QUÉ ESO NO ESTÁ SIEMPRE BIEN

Las democracias europeas, al contrario de lo que sucede en los Estados Unidos, están basadas en el intento de que las diferentes fuerzas que concurren lo hagan, en lo posible, en las condiciones más igualadas posibles. O, lo que es lo mismo, tratando de eliminar todas las ventajas que el dinero pueda comprar. De esta manera, se tasan los espacios al minuto en los medios de comunicación públicos y para ejercer un control sobre el resto, lo que se hace es que se impone a los partidos un beneficioso límite en el dinero que les está permitido gastar en propaganda.

No solo eso: las leyes electorales limitan, de alguna manera, los contenidos de la publicidad electoral, de manera que no sean ofensivos, ni discriminatorios, etc. Aún así, la extrema derecha lleva años forzando esos límites y rompiendo todos los tabúes siempre que puede.

Naturalmente, las campañas electorales europeas, bajo ese sistema, han tendido a ser un benéfico tostón.

Los debates, por supuesto, eran acalorados, pero el sistema se movía en unos parámetros que no permitían (o frenaban) que el dinero, el gran capital, que apoyase a un determinado partido fuera un factor definitivo. Por lo menos durante la campaña electoral.

En los Estados Unidos esto, como es sabido, no es así. Los Estados Unidos funcionan bajo el paradigma de la ética protestante que defiende que aquellos que tienen mucho dinero es porque Dios así lo ha querido. En otras palabras, ven el dinero, la acumulación de capital, como una señal de la predilección de Dios.

Es por eso que se habla de una “carrera presidencial” en la que los candidatos se esfuerzan por recaudar la mayor cantidad de dinero posible en donativos. Este dinero compra, ni más ni menos, la visibilidad de las ideas. Porque con ese dinero se pagan los espacios propagandísticos en los medios de comunicación. Cualquier control externo que trate de igualar las fuerzas de los partidos se ve así como una fuerza castradora y una injerencia que limita la democracia.

Los dos sistemas tienen sus ventajas y sus inconvenientes, por supuesto. El principal inconveniente del sistema americano es que la acumulación de capital hace que una minoría muy pequeña (las grandes fortunas) vean como natural decidir los destinos de la mayoría. De manera que, dicho grosso modo, las clases trabajadoras rara vez tienen en el Gobierno a alguien que defienda sus intereses. En el caso de los Estados Unidos solo fue así explícitamente bajo el Gobierno de Roosevelt, el presidente bajo cuyo mandato se instauró el llamado Estado de Bienestar, Y eso solo pudo ser así porque el capital, que necesitaba muchísima mano de obra, se convenció de que, perder algo de beneficio para mantener una masa trabajadora sana y productiva, era un buen negocio.

Volviendo al presente.

ELUDIR LOS CONTROLES

En Europa, hasta el Brexit, las democracias parlamentarias liberales mantenían (por lo menos) la apariencia de que la pugna electoral era deportiva. Sin embargo, el primer Deus Ex Machina de la presidencia de Trump, Steve Bannon, inventó un mecanismo para conseguir saltarse todos los controles e influir en el electorado de una manera baratísima y, sobre todo, sin control. Ese mecanismo se llamó Cambridge Analytica y aprovechó las entonces incipientes redes sociales (Facebook, hoy una red prácticamente muerta) para desestabilizar la política del Reino Unido, de nuevo, con una cantidad ridícula de dinero.

En Austria, la situación actual, con un canciller de extrema derecha a punto de alcanzar la cúspide del poder austriaco, es el producto de este estado de cosas.

También la propaganda electoral austriaca tiene sus límites legales. Lo mismo de dinero que de contenido. Pero son límites que, como sucede en España también, se limitan a los medios que existían cuando entraron en vigor las leyes electorales y que, en aquellos momentos, funcionaban perfectamente para evitar, qué sé yo, que un millonario americano, pasado de vueltas (y, probablemente, de sustancias) decida apoyar a una fuerza política determinada y darle una visibilidad desproporcionada para lo que es, de facto, su fuerza electoral, al objeto de que un electorado que no cuenta con mecanismos para defenderse de semejante ingerencia, perciba a esa fuerza política como mayoritaria (rellene el lector los espacios con Elon Musk, Alternativa por Alemania y demás).

Herbert Kickl importó de Rusia el knowhow suficiente como para darse cuenta de que si la extrema derecha quería crecer tenía que hacerlo fuera de los canales de comunicación tradicionales.

El FPÖ, una maquinara propagandística perfectamente engradasada, en estado constante de guerra, encontró que la manera de hacerlo era utilizar las redes sociales. Antes de que entraran en vigor las leyes europeas que buscan luchar contra la desinformación y las leyes de protección de datos, el FPÖ podía hacer publicidad personalizada, sin control sobre los contenidos y, de nuevo, por una cantidad de dinero ridícula.

No es casualidad que una de las líneas de fuerza de esa propaganda haya sido y siga siendo la de implantar la desconfianza en los medios de comunicación tradicionales, a los que se califica de “Medios del Sistema” o Systemmedien. La propaganda ultra busca que sus ávidos consumidores rompan la relación con los medios de comunicación tradicionales y solo consuman propaganda ultra. Que vivan en esa burbuja acrítica, construida gota a gota, hasta el punto de que haya una masa de personas a las que se las pueda convencer sin esfuerzo prácticamente de cualquier cosa.

Desde el poder curativo de una pomada para caballos hasta que las élites de su país están implicadas en redes de tráfico de niños, a los que se viola y se mata para robarles una sustancia (el adenocromo) que permite mantenerse joven para siempre.

En Austria, por ejemplo, esta propaganda está enfocada a agravar el tradicional prejuicio austriaco contra los extranjeros (una variación sobre el tema de los prejuicios antisemitas).

Es una propaganda tosca, voluntariamente grosera y esquemática la mayor parte de las veces, pero incendiariamente eficaz, como lo fue la propaganda nazi contra los judíos.

Quizá el lector esté pensando que hay una contradicción entre la sofisticación la maquinaria propagandística del FPÖ y la voluntaria tosqueda de la propaganda ultra.

De ninguna manera es así.

El FPÖ sabe, como Goebbels, que la propaganda tiene que estar dirigida siempre al más simple de sus receptores. Una vez captados los que tienen menos entendederas, el resto van cayendo por su paso. En otras palabras: la gente sin estudios no leeería este artículo, con perdón.

En los últimos años, sobre todo a partir de la pandemia, todos hemos pasado por la experiencia de comprobar que personas a las que considerábamos “normales” (gente con estudios) han caido embaucadas por la propaganda ultra y puestas en la situación de creer a pies juntillas todo tipo de majaderías.

A nadie se le oculta que la situación es muy peligrosa ya que cualquier intento de frenar esas injerencias, las de milmillonarios dopados, entre otras, puede ser vista como un intento de coartar uno de los bienes de las democracias liberales: la libertad de expresión.

Pero, por otro lado, restaurar las antiguas condiciones de deportividad y juego limpio y devolver la pugna política a un benéfico aburrimiento es una necesidad absolutamente imperativa si es que queremos preservar las democracias y no caer en oligarquías o directamente autoritarismos.

¿Lo conseguiremos? Y, sobre todo ¿Lo conseguiremos sin que estalle una llamarada de violencia como la segunda guerra mundial?

Esperemos que sí.


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